Con bisabuelo gallego

No tenía otra escapatoria que dedicarse al remo, lo único que se percibía como posible en su entorno. Hasta que un día llegó a Santoña Manuel Martínez Ruiz, entusiasta del atletismo, para convencer a los vecinos a seguirle en su deporte, lo que supuso el paso inicial de lo que acabó siendo, en 1978, el Club Atlético Antorcha. Entre quienes se pusieron a su lado estuvo Julián Sotelo (Güemes, Bareyo, Cantabria, 1965), que fue familiarizándose con diversas disciplinas pero que tan pronto como vio una jabalina pensó rápido que aquello era lo suyo, que cuerpo tenía para manejarla. Julián le sacó partido a aquella decisión. Su trayectoria la corona con siete títulos de campeón de España (el primero en 1986 y el último en 1995), además de haber batido el récord nacional en nueve ocasiones con el modelo nuevo (empezó con 70,20 en 1986 y se retiró de esta carrera en 1992 con 78,78). Con la selección española estuvo en 23 ocasiones, siendo una de ellas los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Un par de líneas descorazonadoras en Atletismo Español acompañan el primero de los triunfos de Julián en los Campeonatos de España, en concreto los de 1986 de principios de agosto en el estadio madrileño de Vallehermoso. Dicen así: “… y en jabalina se volvió a demostrar la penuria de la especialidad, con victoria de Sotelo (un campeón novel), con registro más que discreto”.  Mientras Julián era medalla de oro con 66,14 metros, quienes lo acompañaban en el podio, Primo y Usón, podían haberse hecho invisibles con sus, respectivamente, 63,46 y 60,40. Ya por entonces, Julián era el plusmarquista nacional con 70,20, marca que había conseguido el 12 de abril de ese año en Santander.

En aquellos momentos fue cuando el cántabro conoció al entrenador Raimundo Fernández Vázquez, quien lo invitó a viajar a A Coruña donde había empezado a trabajar con distintos lanzadores en un centro específico para ellos. Cuenta Julián que se enamoró del estadio de Riazor, al verlo así, tan cerradito, con su pista de seis calles. Y ese fue uno de los motivos por los que se inclinó a vivir en la ciudad gallega y no en Barcelona, por ejemplo, donde pretendió llevarlo su club, el Alerta (antes había pertenecido al Antorcha y más tarde se integraría en el Larios, al que ayudó a convertirse en campeón de Europa), para instalarse en la Blume. A él no le van las urbes muy grandes. “Soy más de ciudades pequeñas o pueblos, donde hay más contacto con las personas”, manifiesta.  Hasta aquí, hasta esta frontera, Julián  había sido entrenado por el referido Manuel Martínez Ruiz, primero, y después, cuando con 18 años iniciaba sus estudios universitarios,  por Javier de la Peña durante tres años.

Julián Sotelo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 (Atletismo Español)

Al ubicarse en A Coruña no lo hacía para vivir a cuerpo de rey. Relata que unos cuantos atletas, “con nuestro esfuerzo y nuestros medios”, lo que pretendían era poder disfrutar de una vida lo más placentera posible de tal manera que utilizaron una casa alquilada a modo de residencia y contrataron una cocinera; allí, por lo que dice, cada cual aportaba lo que podía de sus becas y además procuraban adquirir el material con el que ejercitarse aprovechando los descuentos federativos ya que “en aquella época era muy complicado conseguir jabalinas” y, de no ser por esta circunstancia, “se te iba casi todo el presupuesto”.

Parece claro que todo fue discurriendo con normalidad y satisfacción porque Julián ya se empadronó en A Coruña  desde el año 1990. Y aunque con el transcurso de los años ha tenido que convivir en Galicia con esa indefinición de no saber muy bien si era cántabro o gallego o tal vez las dos cosas, lo cierto es que de aquí no se ha movido desde que llegó en 1986 ( se casó con Marta Míguez, tienen tres hijos y residencia en Ourense ).  Y otra cuestión. En Galicia fue donde cuajó en atleta sobresaliente, lo que para él significa mucho. “Me considero deportivamente totalmente gallego”, afirma.  Pero hay otro aspecto de su biografía que no conviene desdeñar: tiene un bisabuelo gallego nacido en Leiro, en la comarca del Ribeiro, que emigró  un día a Cantabria para dedicarse a la ganadería. Julián en todo caso no hizo otra cosa que el camino contrario al realizado por el bisabuelo. Le tiraba la tierra.

No pudo, en 1987, refrendar su título de campeón de España en Barcelona, al ser superado por Antonio Lago, un atleta que había pasado un tiempo en Estados Unidos y se había vuelto a reencontrar con la jabalina. Lago lanzó 62,46 y Julián se quedó en 61,90, “una pobre marca para sus posibilidades”, según Atletismo Español, publicación que seguía percutiendo en la flojedad de esta disciplina: “Pobre nivel de una prueba cuya endeblez dura ya demasiados años”.

Recuperaría el mando con autoridad cuando los Campeonatos de España se celebraron en Vigo en 1988, al imponerse con 69,60 mientras Enric Bassols era segundo con 63,68 y Antonio Lago, que defendía el título, perdía la medalla de plata por únicamente ocho centímetros.

Uno de los tres récords nacionales que se consiguieron en la cita de 1990 en Jerez le correspondió a Julián (el único que hubo de categoría masculina), situándose entonces muy por encima de sus rivales; Julián hizo relucir con intensidad su oro nacional al plantarse en 72,34 (la plusmarca anterior le pertenecía con 70,86) y la plata y el bronce se las llevaban César Mayorga (62,20) y Luis Nogueira (61,26). Y claro está, no podía faltar la consabida apostilla de Atletismo Español: “Los récords siempre son de celebrar, pero no curan la salud de una prueba. El concurso de jabalina fue, plusmarca aparte, de una calidad ínfima”.

El de 1991 se convirtió para Julián en un año intenso y en el que hubo seguramente más alegría que decepción.  En Atenas, entre el 6 y 12 de julio, se celebraron los Juegos Mediterráneos en los que, de las tres medallas de oro que conquistaron los españoles, dos de ellas correspondieron a lanzadores: Margarita Ramos en peso y Julián Sotelo en jabalina, naturalmente, y en ambos casos con plusmarca nacional incluida. Circunstancia esta que no podía obviar Atletismo Español al señalar que los dos “han escrito un nuevo episodio del alegato contra la mala opinión en que estaban los lanzadores en España. Los rivales, por supuesto, no eran los mejores del mundo, pero incluso en estas circunstancias era impensable no hace mucho escuchar el himno español en honor de un lanzador”.

El lanzador de jabalina en una de sus intervenciones con el potente Larios (Atletismo Español)

Y centrándose exclusivamente en la actuación del jabalinista, expone: “Sotelo, puestos ya en el baúl del olvido sus viejos problemas de espalda y sus diferencias con responsables del área, ha ganado una espléndida forma  que le permite abrigar esperanzas fundadas de alcanzar muy pronto los 80 metros, en cuanto disponga de una buena jabalina, que no la tiene. Su concurso fue el siguiente: 70,62 – 71,08 – 76,04, dos nulos y abandono por molestias en el abductor. Su registro, conseguido en liza con el italiano De Gaspari, pasa a la lista de mejores marcas de los Juegos”.

Aquel año 91 los Campeonatos de España se llevaron a cabo en Barcelona los primeros días de agosto. Como explica Atletismo Español, “Sotelo confirmó su gran clase con un lanzamiento por encima de 73 metros”.  Lo que lanzó exactamente fue 73,24, dejando así muy alejados a quienes le empujaban más: Carlos Pérez (64,80) y Enric Bassols (64,74).

El camino fructífero que llevaba en el 91 se torció en los Campeonatos del Mundo de Tokio en los últimos días de agosto. Para él fue como meter el pie en una zanja.  Estuvo desconocido en comparación con lo que estaba ofreciendo hasta entonces. El examen de lo que hizo lo juzga Atletismo Español: “Parece como si algunos atletas hubieran interpretado que su selección era un premio por las meritorias actuaciones logradas durante el año. La serie de lanzamientos de Julián Sotelo fue como para sentir vergüenza (nulo, nulo y 65,74)”.

Buscó clasificarse en el grupo A entre un total de veinte lanzadores pero, con sus citados 65,74, solo pudo situarse en penúltima posición; al único que dejó atrás fue a Trevor Modeste, de la isla de Granada, con un registro de 62,68. El ganador de este grupo fue el finlandés Kimmo Kinunen con 88,48, que sería campeón mundial con 90,82. Y si se suma las actuaciones de los participantes en los grupos A y B, Julián únicamente pudo con el citado Modeste y el filipino Benjamín Cawicaan. En Atletismo Español se habló de “negrísimo baldón para el santanderino”, aunque cierto es que hubo diatribas en conjunto: “Los lanzadores españoles estuvieron tan discretos que rayaron en la invisibilidad”.

Pero como la vida no se detiene, volvió a mostrarse ardoroso en 1992 ganando en Valencia el título nacional con 76,00 metros, siendo bastante mejor, por supuesto, que Carlos Pérez, 69,66, y César Mayorga, 68,68. Y dado que este 1992 era año olímpico, con los Juegos nada menos que en Barcelona, se mostró furioso en su empuje porque se jugaba mucho y situó su récord de España en 78,10 el 15 de febrero en A Coruña y después en 78,28 el 31 de mayo en Birmingham (Inglaterra); todavía se superaría a sí mismo ese año en Pamplona, el 24 de septiembre (pasados ya los Juegos), al llevar el dardo a 78,78 metros (su último récord).

La calidad de Julián no se discute. Era como un faro que alumbraba entre una espesa niebla. Algo único. Así hubo que verlo por momentos.  En 1992, con los Juegos de Barcelona a punto de comenzar, se desmarcaba del resto de españoles con una autoridad que no admitía dudas. Ostentaba el récord de España con 78,28 y tenía en el segundo escalón, pero alejado considerablemente, al también gallego Raimundo Fernández Fernández con 69,70. Pero  no es menos cierto que sus condiciones se debilitaban al compararse a otro nivel: el checo Jan Zelezny figuraba al frente del ranking mundial ese año con sus inalcanzables 94,74.

Participando en los Campeonatos de España de 1991 en Barcelona, donde logró su cuarto título nacional de jabalina de los siete que obtuvo en su carrera (El Correo Gallego)

La realidad le mostraba a Julián un horizonte tenebroso cuando se presentó en la competición olímpica en Montjuic. De los 36 lanzadores de jabalina, solo cuatro tenían una marca inferior a los 80 metros, figurando entre ellos el español.  O se producía un milagro o poco tenía  que hacer. “Yo iba a por todas”, recordó años después sobre el acontecimiento. “Yo sabía que tenía que batir el récord de España para pasar a la final”. Pero a tanto no pudo llegar.

Le correspondió lanzar en la primera serie,  la que se inicia más temprano, cuando, como dice, “el cuerpo no está habituado”, por lo que es un inconveniente añadido. “Estaba nervioso. Nunca me había aplaudido todo el estadio así tan fuerte a la hora de lanzar”. Y su primer lanzamiento fue nulo, “se me fue un poco a la izquierda”, y en el segundo, el mejor que tuvo, se le midió 75,34 metros con lo que se situó décimo de su grupo y vigésimo entre todos los lanzadores. Esto, para Atletismo Español, fue “mejor de lo esperado a priori”. Porque en el tercero y último lanzamiento solo llegó hasta 72,98. En la serie en la que intervino se impuso Jan Zelezny con 83,96, quien ganaría la medalla de oro con 89,66, completando el podio final el finlandés Seppo Raty, 86,60, y el británico Steve Backley, 83,38.

No pudo ser campeón de España en 1993. Su mejor lanzamiento de 70,38 solo le dio para ser segundo superado por Raimundo Fernández Fernández con 74,02. Sin embargo, volvería a ser el mejor en 1994 al conseguir una marca de 75,08 mientras Carlos Pérez se quedaba en 69,42 y Enric Bassols en 67,52. Su último título lo obtuvo en 1995 en Madrid lanzando 71,42 (actuó fuera de concurso el cubano E. González, que ganó con 77,40), siendo segundo A. Esteban, 69,72, y tercero Raimundo Fernández Fernández, 67,42.

En 2005, al cumplirse veinte años de la Escuela de Lanzamientos de A Coruña, el entrenador y promotor de la misma Raimundo Fernández Vázquez, escribió sobre los atletas a los que había entrenado refiriéndose a Julián Sotelo como “sobriedad y emotividad al mismo tiempo”; indica que “tuvo momentos de brillantez” como cuando consiguió la medalla de oro en los Juegos Mediterráneos de Atenas y  las dos de plata en los Juegos Iberoamericanos; “las lesiones en su última etapa”, finaliza, “le impidieron lanzar por encima de los 80 metros”.

Julián, que igualmente fue campeón de España universitario cuatro veces (1985, 1986, 1993 y 1994) y dos de Galicia (1994 y 1995), dejó de ser atleta en 1996. Y cuando Marta Míguez, en 1997, trató de dejarlo también, él se encargo de su preparación llevándola a ser olímpica en los Juegos de Sídney 2000.