Además de convocar a los ciudadanos a correr, quienes movían los hilos de la Carrera Pedestre Popular de Santiago también quisieron envolverla con motivos varios (concurso fotográfico, redacciones de escolares, homenajes…) para hacerla aún más atrayente. El gran Mariano Haro acudió a Compostela a dar la salida de los atletas en 1980. El palentino, aunque nacido en Valladolid en 1940, no hacía demasiados años que había colgado las zapatillas puesto que todavía en 1977 conseguía el que era su undécimo título nacional de cross. Quiere esto decir que su nombre gozaba de amplísima repercusión; repercusión, a decir verdad, que no se vio debilitada con el paso de los años porque fue un atleta sencillamente excepcional. Con solo un par de aspectos de su currículo es suficiente para calibrar la dimensión de su figura: cuarto en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 (además participó en México 1968 y Montreal 1976), cuatro veces subcampeón mundial de cross (una de ellas en el Cross de las Naciones), campeón de España de pista en 15 ocasiones, plusmarquista nacional de 3.000, 5.000 y 10.000 metros, 62 veces internacional…
Mariano Haro llegó a Santiago de Compostela el sábado 18 de octubre de 1980, víspera de la prueba organizada por El Correo Gallego. Y ese mismo sábado participó en un coloquio (estuvieron presentes unos dos centenares de personas) que resultó muy ameno. Hubo quien quiso saber si a los fondistas les perjudicaba intervenir en las carreras populares y espetó resuelto: “Lo único que perjudica en este país es no hacer deporte”. Y al preguntársele precisamente por si había podido vivir del deporte comentó que “prácticamente viví de él” desde el año 70 al 76; también se sinceró y dijo haber cobrado por participar, algo que, según sostuvo, hacían igualmente figuras del atletismo mundial. El palentino mostró en todo momento un sentido del humor contagioso y relató, para sorpresa general, cuando, en unos campeonatos europeos, un federativo español pretendía hacerle correr los 200 metros porque había llegado tarde para intervenir en una prueba de 5 kilómetros.
En 1980, las personas que se habían inscrito en la carrera superaban las 4.300 y en esos momentos, la tercera edición, la salida se efectuaba en la misma Plaza del Obradoiro (lugar igualmente de la meta) con el inconveniente de que el espacio que había para abandonarla era demasiado estrecho, un auténtico embudo entre el Hostal de los Reyes Católicos y el Palacio Arzobispal. No resultó fácil, pues, reconducir a los atletas a la misma línea de salida y de hecho algunos no llegaron a hacerlo. Pero el disparo efectuado por Mariano Haro resultó de lo más efectivo ya que supuso una liberación entre tanto entusiasmo encajonado. El palentino comentaría después que “la salida en la plaza es espectacular” y sobre la particularidad de que no todos los participantes estaban de forma adecuada instantes antes de partir argumentó: “La única manera sería ponerse delante de ellos con unas cuerdas y, hablándoles, tirar para atrás. Pero es difícil”. Aunque le quitó hierro al asunto: “Eso no tiene mucha importancia y ésta está en la participación de la gente”.
El 19 de octubre de 1980 se vio acompañado de un sol radiante. El Obradoiro lucía espléndido entre un bullicio desbordante. Los ojos, posiblemente los de todos los allí presentes, estaban puestos en aquel hombre enjuto, de mediana estatura que tanta gloria había aportado al atletismo de nuestro país. Mariano Haro no era desde luego uno más en el palco de autoridades en el acto de entrega de premios; él era acaso el más grande de los corredores que habíamos tenido hasta ese momento cuando se despertaba en España una fiebre colectiva por correr sobre el asfalto, y eso significaba mucho. Mariano Haro otorgó alguno de los premios y asimismo recibió él uno como recuerdo de la prueba compostelana. “No lo sabía”, comentó agradecido. “Me ha hecho mucha ilusión. Siempre es grato que se valore aquello que has hecho precisamente ahora cuando no corro. Esto te llena más de orgullo”. Y sobre la misma hermosa Plaza del Obradoiro fue requerido incesantemente para poder tener su valioso autógrafo. “A los aficionados les gusta”, dijo. “Es una cosa justa y me satisface también, pues para eso vengo”.
En aquel ambiente festivo, con la alegría apoderándose de todo, Mariano Haro manifestó de manera pública su intención de poder participar en la carrera del año siguiente, algo a lo que no se le dio demasiada verosimilitud porque, se pensó, podía haberse visto confundido por la euforia. Claro que unos instantes después deshacía el entuerto: “Lo digo de verdad porque pienso que puedo estar, dentro de mi categoría, entre los primeros. Y me hace ilusión”. Sin embargo, Mariano Haro no llegó a correr nunca en Compostela. En una entrevista radiofónica, una veintena de años después de aquel 1980, ponía en claro que no corría desde hacía muchísimo tiempo porque se lo impedían sus maltrechos gemelos, foco de antiguas lesiones. Admitía también que cuando presenciaba una carrera se animaba a sí mismo pero…
“Yo en Galicia he corrido infinidad de carreras porque había buenos fondistas”, apunta refiriéndose, claro, a su época en la que figuraba como uno de los principales atletas. “Iba allí a entrenarme con mi amigo Javier Álvarez Salgado, íbamos a su casa; en aquella época para ir a Baiona, que no la conocía, íbamos cada uno en una moto pequeñita que nos habían dejado. Bueno, Javier era y sigue siendo una excepcional persona”.
Tampoco se olvida de otro coetáneo de esta tierra: Carlos Pérez. “Claro. Era un hombre duro también. Pequeñito. Era igual que yo pero era muy duro. Sin embargo, Álvarez Salgado era un estilista, corría muy bien, tenía facilidad; Carlos le echaba mucho coraje, mucho empeño”. Y entonces no tiene más remedio que, al hablar de ellos, citar igualmente a otros gallegos internacionales como Manuel Augusto Alonso, Ramón Magariños, Virgilio González Barbeitos… “Medio equipo nacional era de Galicia, eh”. Se retrotrae a los años 60 del pasado siglo. Dice sin ambages: “Erais los más representativos y los que más atletas aportabais a la selección española”.
La primera comparecencia olímpica de Mariano Haro se produjo en México el año 1968. Intervino en los 3.000 metros obstáculos al igual que hizo Javier Álvarez Salgado. Por eso comenta que “nos entrenábamos ahí en Balaídos con Ortega; era más fácil para mí porque tenía una referencia con Javier”. Comenta que contaba con un buen registro, habla de 8:36, 8:37. “Era una marca buenísima y de hecho, en la Olimpíada, iba el segundo…” Pero bien cierto es que hasta el final nadie es dichoso. “Lo que pasa es que me agoté totalmente en los últimos 400 metros”. Lo atribuye a la altitud de la capital mexicana. Y tuvo sus consecuencias: “No podía saltar el obstáculo, no llegaba… “ Lo que hizo fue apoyarse con las manos en el obstáculo para seguir corriendo. “Fíjate cómo estaba el atletismo que me descalificaron”. Claro que después hubo reclamación y los jueces tuvieron que dar marcha atrás. “Reconocieron que, efectivamente, yo había saltado el obstáculo y el reglamento no decía que no lo podía saltar con las manos”. De todos modos, no llegó a disputar la final, algo que sí alcanzó en Múnich y en Montreal en los 10.000 metros.
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