Atlanta seca sus lágrimas

Todo hacía presagiar que estaría presente en los Juegos Olímpicos de Barcelona.  Julia Vaquero (Chamonix, Francia, 1970) progresaba sin cortapisa alguna de tal manera que, en 1992, ya poseía la segunda mejor marca nacional de 3.000 metros (8:57.8), la prueba en la que había volcado toda su energía y su alma para poder conseguir la mínima exigida (8:56.00) que le permitiera competir en la Ciudad Condal. No lo logró -estuvo muy cerca- y aquello supuso una decepción mayúscula para ella. Alfonso Ortega, su paternal entrenador, lo confirma: “Fue un golpe del que tardó en reponerse”. También él quedó afectado, sobre todo porque aquel objetivo lo tenían al alcance de la mano. “Vimos que estaba para poder ir”.

Se hicieron intentos desesperados con el propósito de poder domesticar ese tiempo (8:56.00) que se venía resistiendo de forma cruel. Y uno de esos intentos se llevó a cabo con motivo de los Campeonatos de España celebrados en Valencia en junio de 1992. Entonces Estela Estévez y Julia Vaquero (ambas del Celta aunque sin que por ello fueran amigas) decidieron unir sus fuerzas buscando la mínima que perseguía Julia. Estela, que ya poseía la marca para estar en la cita olímpica, se vació en favor de su compañera de una forma admirable. “Me ganó claramente y la desgracia fue que no hizo la mínima”, comenta Estela. “Hizo un día muy malo y ella también estaba muy nerviosa”.  Julia acabó de primera aquella carrera en 9:01.71 y Estela quedó segunda con 9:04.33. En todo caso, el gesto de unión que se produjo es elogiable. Estela se quita méritos: “Creo que ella lo hubiese hecho también a pesar de nuestras diferencias”.

Julia Vaquero, a la derecha, en primera fila, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996

Los días se agotaban y cada vez se estrechaba más el camino que llevaba hasta Barcelona. La última oportunidad se presentó para Julia en tierras de Portugal, en Maia, sin que tampoco aquí se pudiera escuchar la fanfarria de los triunfadores. Y eso que ni la atleta ni su entrenador estuvieron solos en momento tan decisivo. “Mucha gente de A Guarda se volcó. Fue a ayudarla con pancartas”, recuerda Ortega.

Sus padres, gallegos, habían emigrado a Francia y allí nació Julia, aunque cuando contaba dos meses ya se encontraba viviendo con sus abuelos en A Guarda, en la parroquia de A Gándara, lugar al que regresaron sus progenitores cuando ella iba a cumplir doce años. Desde ese momento contempló un horizonte de felicidad que desconocía pero que, lamentablemente, no fue duradero. El fallecimiento de su padre la sumió en una inevitable melancolía, en una pena insoportable que la llevaron incluso a apartarse de la carrera a pie con la que ya había tomado contacto; no eran nada más que escarceos, pero ya había experimentado el gusto por correr. Siendo escolar, con nueve años, había ganado por los parajes del monte Santa Tegra acaso la que fue su primera carrera en un día de incesante lluvia.

De A Guarda como Julia es Germán Vicente, atleta al que entrenaba Alfonso Ortega y a quien le habló un día de una jovencita a la que veía con posibilidades, que estaba siendo entrenada por Julio Rodríguez aunque, a decir verdad, su confianza en este técnico no era total. Cuando se produjo el encuentro entre Julia (tendría unos quince años) y Alfonso,  la sintonía entre los dos fue absoluta.  Los entrenamientos que planificaba Ortega para ellos y otros jóvenes de A Guarda los dirigía en esta población un ya experimentado Germán Vicente (posteriormente se acabaría casando con Julia y es el padre de su hija), aunque de cuando en cuando viajaban hasta Vigo para que Ortega comprobase la evolución de cuanto programaba.

La vida de Julia dio un giro apreciable cuando tuvo que instalarse en Bastiagueiro ( A Coruña) para estudiar la carrera de Educación Física en el INEF. Y esto fue así porque, como llegó a mencionar, “a mí los cambios me afectan muchísimo”. Fue el momento en que dejó de pertenecer al Celta para integrarse en el Santiveri, club que le otorgaba unos emolumentos que le procuraban una mayor holgura en su vida de estudiante con beca. Pero, en su faceta de atleta, los primeros movimientos de Julia en Bastiagueiro fueron descorazonadores porque no encontraba un sitio adecuado para entrenarse más allá, claro, de  las pistas del INEF, ni tampoco era plan tener que prepararse por la carretera. Inspeccionó terrenos durante días hasta que encontró el que consideró idóneo: estaba salpicado de chalets vacíos, propios de la época estival. “Encontré un camino de quinientos metros y reconozco que ahí entrené durante cinco años, ida y vuelta, de un lado para otro”, explica. “No quiero recordarlo porque era bastante duro; y luego, sola…” Y por si no tuviera bastante con eso, surgió en ella una preocupación que le martilleaba constantemente: que no le asfaltaran aquel camino en el que había puesto tantas esperanzas.

La fondista, con su entrenador Alfonso Ortega a su izquierda, en un momento de esparcimiento en los Juegos de Atlanta

Si se había cerrado inesperadamente la puerta en 1992 privándola de ser olímpica, no sucedió lo mismo en 1996 al haber podido estar presente en los Juegos de Atlanta.  Conseguía así ese anhelo machaconamente perseguido. Julia era entonces de lo mejorcito que había en nuestro país y se codeaba con cierta solvencia en el campo internacional.  Presentaba unas credenciales muy elocuentes antes de dar comienzo la fiesta en la ciudad norteamericana: estaba la sexta mundial en 5.000 metros (14:44.95) y también en 10.000 (31:24.08); por supuesto era la plusmarquista nacional en ambas distancias con la particularidad de no verse muy acosada (Marisa Martínez tenía 15:39.64 y Rocío Ríos 32:00.11).

Las pruebas de atletismo en Atlanta se desarrollaron desde el 26 de julio al 4 de agosto y Julia participó el día 27 en la primera eliminatoria de 10.000 en la que se clasificó en tercera posición con 32:27.05, siendo la ganadora la etíope Gete Wami, 32:20.92.

En la final, disputada el día 2, la portuguesa Fernanda Ribeiro fue mejor en los momentos decisivos que la china Wang Junxia, aspirante principal al triunfo después de haber ganado los 5.000; Julia, por su parte, peleó sin concesiones. Lo expone claramente Atletismo Español: “Casi todo el peso de la carrera recayó en la gallega Julia Vaquero, que hizo un gasto tremendo, que pagó posteriormente hasta terminar en una novena posición que le supo a muy poco, pero que tiene un extraordinario mérito”.  Finalizó con un registro de 31:27.07 y las ocho rivales que le precedieron fueron: Fernanda Ribeiro (Portugal) 31:01.63, Wang Junxia (China) 31:02.58, Gete Wami (Etiopía) 31:06.65, Derartu Tulu (Etiopía) 31:10.46, Masako Chiba (Japón) 31:20.62, Tecla Loroupe (Kenia) 31:23.22 y Yuko Kawakami (Japón) 31:23.23.

En Atletismo Español no fueron parcos en elogios narrando su actuación. Porque también se menciona que “fue un ejemplo de garra y de fuerza”;  o que “su nombre fue el más pronunciado por el locutor en las dos carreras en las que participó”; se dice, además, que “Julia no escatimó esfuerzos y sufrimientos. Los aficionados le agradecieron su generosidad”. Acabados aquellos 10.000 metros se propagó que entre Julia y Fernanda Ribeiro, después de que hubiesen hablado los entrenadores, se había establecido un trato por el cual ambas se relevarían en cabeza del grupo tratando de ayudarse, cosa que no se produjo recibiendo por ello críticas la lusitana. Sobre este asunto, Alfonso Ortega comentaría tiempo después: “No hubo un compromiso serio, ni una cosa formal ni nada, simplemente un comentario”.  Justificó el técnico vigués que en una carrera de tanta trascendencia como la de Atlanta, cada atleta va a desempeñar su papel. “Fernanda acertó y Julia y yo no”. Y la propia Julia, transcurrido mucho de aquello, puso de manifiesto que nada tenía que reprocharle a la campeona lusa.

Plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela. Julia Vaquero finaliza su participación en la Carrera de la Mujer

Corazón, mucho corazón, fue el que mostró la gallega en la final olímpica de 10.000 metros.  Recordando su actuación relata que no se sintió cómoda desde el instante en que se puso en marcha la carrera. Pero los contratiempos vendrían después. “En los 5.000 metros ya iba con flato”, dice. “No me acababa de encontrar. El sufrimiento vino dado porque no me quise retirar. Estuve a punto de tirar la toalla pero empecé a pensar que estaba en unos Juegos Olímpicos y que en A Guarda, por ejemplo, estaban muy pendientes de mí. En A Guarda montaron una pantalla gigante”.

A la meta llegó extenuada  y tuvieron que auxiliarla. “Estaba desfallecida, medio mareada. Estuve media hora en una camilla que no era capaz de recuperarme. Nunca acabé tan mal en una carrera”.

Dada su calidad y con sus marcas, es posible que Julia fuera merecedora de una mejor clasificación en los Juegos. Lo cree igualmente ella. “El resultado no fue acorde con lo que estaba haciendo. Llegué muy quemada y muy presionada a Atlanta. Estaba mucho en la prensa y me altera. Estar atendiendo a todo el mundo te hace vivir momentos de que estás como en una nube; me descentra”.