Empecé a colaborar en El Correo Gallego en los últimos meses del año 1976. Javier García Sánchez, Santiago Davila, Manolo Fandiño y yo (estábamos los cuatro unidos por la información deportiva en Radio Galicia) escribíamos semanalmente una página, Flash, y una vez dejó de publicarse seguí manteniendo mi relación con el periódico compostelano donde desempeñé el oficio de periodista hasta mi jubilación.

Participantes en la I Carrera Pedestre Popular de Santiago de 1978, poco después de darse la salida

El Correo Gallego estaba situado en una vivienda en la zona monumental, en el número 29 de la calle Preguntoiro. Al traspasar la administración se encontraba el enorme taller ocupando la mayor parte de la planta baja y transmitiendo, a media luz, cuando no estaba en pleno trajín, cierto aspecto fantasmagórico, sobresaliendo en la parte central su pequeña gran rotativa, la alemana Vomag Plauen que en el propio periódico habían bautizado como Fe, aunque bien protegida por una guardia silenciosa de linotipias y bobinas de papel entre otros diversos utensilios.

En todo caso, aquel taller ofrecía a cualquier visión el paso inexorable del tiempo y su latente vejez salía a relucir cada mañana en el periódico en el que la nitidez no era precisamente lo que más brillaba. Lo describió muy bien el genial José Luis Alvite en uno de sus fantásticos artículos en enero de 2011: “Yo empecé en “El Correo Gallego” cuando el diario de Compostela se imprimía con arrugas y con la tinta tan corrida que con razón había quien pensaba que era un periódico para ofrecérselo como aliciente a gente que odiase la lectura. En una ocasión quise leer un texto mío y estaba todo tan oscuro en aquel ejemplar, tan confuso, que solo pude descifrarlo después de meter el periódico en lejía”.

La redacción, ocupando también la planta baja, aunque en una dependencia anexa bastante reducida (la que utilizaría muchos años después Radio Obradoiro), la constituían unos pocos periodistas en comparación con el considerable número de profesionales existentes en el taller. Ya en el primer piso de aquella añeja casona, donde podían crujir tranquilamente sus maderas, las estancias mostraban mesas, archivadores y alguna máquina de escribir. Pero sin duda la de mayor prestancia era aquella que guardaba todos los ejemplares del periódico perfectamente encuadernados y que después acabarían siendo depositados en una sucursal bancaria para, se decía, protegerlos de cualquier percance.

Dibujo de Mariano García-Verdugo que ilustró el primer cartel de la carrera compostelana

En 1978 El Correo Gallego, que había tenido su nacimiento en Ferrol, alcanzó los cien años de vida, por lo que se debía resaltar lo más posible la efeméride. Dado que yo había practicado atletismo en los años sesenta con mucha voluntad y entusiasmo a través de la SD Compostela, le propuse en su despacho al entonces gerente José Manuel Rey Nóvoa, la posibilidad de realizar carreras para atletas federados y por categorías (existía también la de debutantes) que tuvieran, esto como aspecto fundamental, la salida y la meta en el Obradoiro. Quiero significar que en aquel momento desconocía que ya se hubiese podido celebrar alguna carrera con esa connotación de popular (es decir, abierta a cualquier persona para correr todos juntos); pero de aquella circunstancia nadie me advirtió. De hecho, cuando hablé con Jesús Alonso Braña, Suso, puntal en el atletismo compostelano y con ascendencia sobre el grupo de jueces y cronometradores en la ciudad de que se iban a organizar las citadas carreras, no hizo comentario alguno de poder abrirse a todo tipo de participantes. No lo hizo Suso Alonso ni, que recuerde, ninguna otra persona inmersa en el atletismo de Compostela.

Pero aquello de varias carreras exclusivamente para federados no acabó siendo así. Todo cambió un día. Concretamente el 21 de mayo. Porque el 21 de mayo de ese año 1978 se organizó en Madrid la primera edición del Maratón Popular de Madrid, con una acogida espectacular y una repercusión nunca vistas. Allí estaban corriendo por las calles de la capital gentes de todas las edades, mujeres y hombres, también jóvenes, incluso niños, a los que desbordaba la alegría, aunque había que sufrir. El Maratón Popular de Madrid vino a ser como un fogonazo de luz intensa en la inmensidad de la noche. Particularmente, no lo pensé dos veces. Me dije que lo previsto hasta entonces pasaba a mejor vida y, a partir de ese significativo día, solo tendríamos que centrarnos en una única carrera para gozo de todos. La prueba se introdujo de este modo en la historia como I Carrera Pedestre Popular de Santiago, y la primera vez que se celebró fue el 22 de octubre de 1978. De todos modos, cuando todavía andábamos con los escarceos organizativos, llegué a pensar que acaso lo que podría disputarse sería un medio maratón, pero fue algo desechado muy pronto, cuando se me hizo ver que tal vez eran demasiados kilómetros para empezar esa aventura.

22 de octubre de 1978. Los atletas aguardan en el Obradoiro para competir en la Carrera Pedestre Popular de Santiago

En la construcción de lo que acabó siendo I Carrera Pedestre Popular de Santiago se volcaron muy preferentemente los jóvenes vinculados con el atletismo santiagués; cierto que El Correo Gallego ponía su instalación (se convirtió en un hervidero durante los días en que aquellos muchachos que capitaneaba el recordado Suso Alonso hacían las inscripciones de participantes y preparaban dorsales), era también respaldo económico si hacía falta y la solución a cualquier otro aspecto material que se necesitase. Pero las distintas piezas las fueron ensamblando personas relacionadas con el atletismo de la ciudad. Me acuerdo perfectamente la batida que dimos (yendo de dos en dos) recabando trofeos y regalos entre los comerciantes. Y la respuesta fue magnífica. De una generosidad extraordinaria.

Sabedor de lo bien que dibujaba el profesor de Educación Física y entrenador de atletismo Mariano García-Verdugo le dije que podía ser él quien realizase el cartel de la prueba y así lo hizo. Ningún requiebro por su parte en busca de alguna excusa. Nunca defraudó. De él fueron también seis dibujos aparecidos en un tríptico confeccionado para la primera carrera en la que aportaba consejos para afrontarla con garantías y, en otras ocasiones, divulgó en el periódico algún entrenamiento para iniciados y llegó a comentar el desarrollo de la prueba para Radio Obradoiro.

Poco a poco se le iba dando forma a aquella iniciativa. Dado que sería uno de los actos del centenario de El Correo Gallego, José Manuel Rey Nóvoa dispuso que cada corredor que entrase en la meta recibiría una medalla conmemorativa. Y ahí surgió una primera duda. Me encaminé una mañana a la tienda de deportes que tenía Mario Piteira en la calle Calderería para hablar con él. Como no se había iniciado la inscripción resultaba imposible determinar qué número aproximado de participantes podría acudir a la carrera. Eso era un dilema. Y él y yo pensamos en quinientas medallas, que lógicamente tendrían que grabarse. Y en eso se quedó. Pero aquel acontecimiento atlético que nacía acabó sobrepasando todo lo imaginable ya que se superaron con creces los 2.000 inscritos, por lo que quienes no recibieron su medalla en el Obradoiro el día de la prueba, porque no la había (ya se pudo disponer entonces de un número mayor de quinientas), sí recibieron un resguardo con el que poder recogerla días después en la sede del periódico.

El Obradoiro cuando ya finalizaban la prueba los atletas el año 1978

Situado en este momento del relato, me interesa resaltar que años después de lo que acabó siendo magnífico 1978, porque la competición fue un auténtico éxito, El Correo Gallego empezó a difundir que había sido el editor Feliciano Barrera la persona a la que le había surgido la idea de llevar a cabo la Carrera Pedestre Popular de Santiago. Naturalmente, eso es mentira. Feliciano Barrera no tuvo nada que ver. Pero absolutamente nada. No realizó aportación alguna a este proyecto en el inicio. Muy posiblemente ni supiera que un grupo de jóvenes estaban trabajando en su periódico para construir una prueba deportiva que, por esas cosas de la vida, acabó teniendo enorme repercusión al ser aceptada por una inmensa mayoría. Pero desde El Correo Gallego, de manera incomprensible, se ha retorcido la historia con esta falsedad.

Aquel 22 de octubre de 1978 se mostró luminoso, espléndido y, en el Obradoiro, donde se congregaron todos los participantes para correr a las once de la mañana, imperaba la algarabía y una ilusión que no había forma de contener. El Correo Gallego anunciaba ese día que los inscritos habían sido exactamente 2.112 (con este número de dorsal corrí yo, por deferencia del grupo de Suso Alonso), aunque no se quedó ahí la cifra porque se continuó con la inscripción el mismo domingo (los atletas se encuadraron en once categorías masculinas y ocho femeninas). Así pues, unos 2.500 entusiastas por la carrera a pie se pusieron en movimiento cuando José Manuel Rey Nóvoa dio la salida, aunque, para evitar contratiempo alguno, se salió de la plaza de manera moderada. Por delante, una docena de kilómetros por un itinerario que ya se varió al año siguiente.

“Fueron muchos los que el domingo descubrieron que además de manos tenían piernas”, se escribió en la edición del martes día 24 en el periódico compostelano. “Ahora somos conscientes de que en la vida hay algo más que los sucesos, el crucigrama y las esquelas. Dos mil quinientas personas anotaron el domingo en sus biografías un párrafo en el que la prisa -tomada, eso sí, como opción- bien vale la pena en ocasiones”.

Y también se decía: “El caso era llegar. Y casi todos llegaron. Venían los mayores con los jóvenes, los muchachitos recién salidos del potito con los venerables casi ancianos que empiezan a dar, en sana cordialidad de atletas, la última vuelta de su camino. Llegaron todos juntos, mezclados…”

Mis compañeros, en un recuadro con el título “Emilio, gracias”, escribieron: “Emilio, promotor de la idea que luego ha sido el acto más brillante de nuestro “Centenario”, al menos a nivel popular… Emilio, compañero y amigo -y no hay tocador posible para esta pastilla de jabón- ha sido el impulso, la fe en el éxito pese a las muchas montañas que se han opuesto en su camino”.

El santiagués Juan Santos muestra el trofeo como ganador de la primera edición

Juan Santos, que pertenecía al Real Club Deportivo, en la plaza del Obradoiro

El santiagués Juan Santos (1951), guardia civil, perteneciente al Real Club Deportivo, fue el ganador de la carrera, comentando a su término que había sido “muy difícil” porque los rivales habían tirado ya desde un principio “y con mucha potencia”. “Y mi hándicap estaba en que hacía tres meses que no participaba en carreras oficiales”. Pero se mostraba orgulloso de ganar en Compostela. “Y tanto. Como santiagués estaba muy interesado en llegar de primero”. Manifestó también que se trataba de la primera carrera que había vencido en su ciudad natal. Curiosamente, de Juan Santos no existe fotografía traspasando la línea de meta como ganador por la sencilla razón de que no se hizo. Manolo Blanco, el fotógrafo que siguió la carrera, no pudo estar a tiempo en la meta o no se había pensado en ello. Pero Manolo Blanco, reconocido profesional, al darse cuenta de aquella circunstancia, le solicitó a Juan Santos que se pusiera en pose triunfal (le hizo levantar los brazos y con gesto forzado de estar corriendo) en el Obradoiro y así quedaría inmortalizado. En más de cuarenta años de Carrera Pedestre Popular de Santiago nunca sucedió tal cosa (dudo si pudo ocurrir otra vez más).

Otro santiagués, Javier Fernández Feijoo (1959), quien ganaría la Carrera Pedestre Popular de Santiago en 1983 y 1984, quedó en segunda posición. “La prueba fue terrible”, comentó, “había muchas subidas y bajadas que rompían el ritmo. A mí particularmente me afectaron al estómago llegando a pasarlo mal en algún momento”. Pero pudo explicar lo que se mostró ante sus ojos: “Era impresionante el ambiente que había”, no solo en el Obradoiro, “sino a lo largo de todo el recorrido” Por eso manifestó el deseo de que “esta prueba tenga su continuación en años sucesivos pues se demostró que la gente, cuando hay pruebas, acude a ellas”.

La mujer triunfadora fue la ourensana de Celanova Fátima Paz (1961), residente en Santiago desde que tenía diez años, y que se impondría de nuevo el año 2000. Su hermana María fue la tercera clasificada y en segundo lugar quedó la santiaguesa Esther Pedrosa.

Santiago, con motivo de esta carrera, pareció transformarse. Dejó a un lado la indiferencia por lo suyo, algo de lo que solía hablarse entonces, y la abrazó como algo propio. Se volcó con ella a lo largo de los años con inusitado fervor siendo espectador entusiasta y no debió quedar santiagués que no se pusiera al menos un año en pantalón corto para correrla. Los chavales constituyeron siempre alimento fundamental de la prueba a la que acudían con la alegría esbozada en el rostro. Fue, por eso, un éxito colectivo. Algo inesperado y acaso algo inenarrable. Surgió, en todo caso, cuando en el país comenzaba a tomar cuerpo el atletismo popular y eso representó su gran mérito. En ella, me consta, se inspiraron algunas otras carreras hasta llegar a establecerse ese paisaje uniforme de pedestrismo de hoy en día. Pero, pienso, no es menos cierto que la Carrera Pedestre Popular de Santiago sirvió de avanzadilla, de guía, fue modélica, porque estuvo sustentada en un medio de comunicación, en El Correo Gallego. Desde sus páginas se ha informado con profusión sobre el acontecimiento y eso, quiérase o no, ha ido calando; cualquier organización no pudo disponer de un periódico para tan loables fines.

Logotipo de la carrera santiaguesa creado en 1980

No solo se trataba de correr. La pretensión era la de arropar lo más posible la competición, de tal modo que ya en 1979 se creó un concurso de fotografía cuya temática lógicamente se centraba en la carrera. El de 1980 fue un año repleto de novedades: se homenajeó al que ha sido grandísimo atleta Mariano Haro, dando él la salida; el director de la Banda de Música de Santiago, Amador Santos Bartolomé, compuso una marcha específica para la prueba que tituló “Hacia una meta” y fue estrenada en el concierto que hubo en el Obradoiro el 19 de octubre, día que se disputó la tercera edición; pero también se sintió la necesidad de disponer de un logotipo, organizándose para ello un concurso al que concurrieron 43 originales, ganando el trabajo presentado conjuntamente por Ángel Cardín y Antonio Martínez; y se otorgó a cada atleta un diploma en el que figuraba el puesto conseguido en la meta.  En 1981 se le rindió un homenaje a los considerados mejores fondistas gallegos y en 1982 se decidió realizar un concurso literario para escolares (con dos categorías, de 8 a 10 años y de 11 a 14), publicándose algunos de los textos en las páginas del periódico santiagués.

Aunque le haya reportado beneficios, El Correo Gallego nunca debió claudicar y cambiar durante años el nombre de la emblemática prueba. Ya en 1993 se publicitó como Carreira Pedestre Popular do Xacobeo 93, y a partir de 1994 (hasta 2009) fue citada como Carreira Pedestre Popular-Camiño de Santiago, para volver después a su primitiva denominación (en 2010 también padeció de idéntico mal y se le llamó Carreira Pedestre Popular El Correo Gallego). Y si creo que no debió claudicar es porque hay pilares que son inamovibles.