Contratiempos olímpicos

La paciencia que tuvo que tener el entrenador Julio Rodríguez para encauzar a Alejandro Gómez (Zamáns, Vigo, 1967) hacia el atletismo solo lo sabe él.  Pero tras muchas idas y venidas a su casa acabó consiguiéndolo. Y así posiblemente no se perdió un excepcional atleta que estuvo nada menos que en tres Juegos Olímpicos: Seúl 1988, Barcelona 1992 y Atlanta 1996, subrayando esto como culminación de una deslumbrante carrera que comenzó ya a despuntar siendo muy joven. En el ranking juvenil de 1984 se mostraba como líder mundial en 5.000 metros (14:16.7) y en el júnior de 1986 lo era en 2.000 (5:09.5), 3.000 (7:57.84) y 3.000 obstáculos (8:36.4).

Aunque en su época escolar su dedicación al fútbol prevalecía, no es menos cierto que de cuando en cuando intervenía en alguna carrera de cross y no se le daba mal, por lo que Julio Rodríguez empezó a verlo como “un atleta de gran futuro”, aunque no fue capaz en un inicio de que se asentara con claridad en la carrera a pie. Alejandro se mostraba escurridizo. “Muchas veces iba a casa a buscarme”, relata, optando por decirle a su abuela que se iba a dar una vuelta hasta que se presentara Julio. “Me acuerdo que era el tiempo del maíz y me escondía. Él llegaba a casa, no me encontraba y esperaba”.  Pero si paciencia mostraba el entrenador aguardando el tiempo que hiciera falta, otro tanto de lo mismo le correspondía a Alejandro en ese pacífico duelo. Hasta que se deshacía aquel nudo. “Cuando se marchaba yo salía y le decía a mí abuela: ´Julio no viene`. Y mi abuela me echaba una bronca. Así muchas veces. Hasta que un día me dijo: `¡De aquí tú no sales!´”.

Alejandro Gómez (265) corriendo 5.000 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988

Además de la perseverancia de Julio en la lucha que mantuvo con Alejandro para atraerlo a su terreno, no debe desdeñarse  el papel jugado por los progenitores del atleta. “Creo que si me metí en el atletismo, mucho fue por mis padres”, diría a principios de los años noventa del pasado siglo. “Porque mi gran debilidad era un caballo. Me encantan. Me dijeron que si hacía atletismo me regalaban uno”.

En 1988, el año de los Juegos de Seúl, Alejandro ya era un destacadísimo atleta, habiendo sido capaz de escribir cada año con letras de oro en su currículo, de tal manera que no tuvo demasiada dificultad para conseguir la marca mínima en 5.000 metros  que se exigía para acudir a la cita olímpica; hizo en Oslo 13:21.02. Este registro le suponía, ese año 1988, ser el segundo a nivel mundial y el primer europeo entre los atletas hasta los 21 años. El récord nacional  estaba en poder del grandioso toledano José Luis González (13:12.34). Pero aun así, Alejandro no tuvo expedito el camino hacia su debut olímpico.

“Pensé que no iba. Me cogieron a última hora. En el último avión que se marchó para Seúl me llevaron a mí”. Recuerda que aquel año habían realizado la mínima tanto él como Abel Antón, pero que José Manuel Abascal y José Luis González la poseían de la temporada anterior y  parecía existir la intención de llevarlos a ellos en detrimento suyo. Se desanimó tanto que una vez aceptada su participación su reacción resultó un tanto extraña porque le manifestó a su entrenador que no acudiría a Seúl. “Fue por orgullo”, confiesa. Pero al instante se dio cuenta de la dimensión que tenían los Juegos, hizo su equipaje y acabó formando parte de la expedición.

Se vio aquejado por una molesta gripe antes de entrar en competición, lo que le llevó a abandonar  la habitación que compartía con Abel Antón para no perjudicarlo. Pero este contratiempo no le privó de saltar a la pista. Corrió la primera serie de 5.000, finalizando en el noveno puesto con 13:51.60; el triunfador fue el británico Gary Staines con 13:47.81. “Me ganó gente con más experiencia en el tramo final, cuando se corrió muy rápido. Yo no estaba preparado para hacerlo así”. De todos modos, siguió avanzando en la lucha. “Estar en la semifinal ya era un reto para mí. Estaba contento”.

Alejandro había acudido a Seúl con un temor: no ser capaz de aguantar bien las carreras al tener que afrontarlas muy seguidas.  Y señala que la segunda y última que hizo – la primera de las semifinales- la corrió con ampollas. “Veinte minutos antes aún me estaban quitando líquido del pie para poder correr”. Entre quince clasificados, él acabó en el puesto undécimo con 13:41.73 (el portugués Domingos Castros ganó con 13:22.44). Se quedó sin poder participar en la final. En Atletismo Español, José María Odriozola sentenció: “Alejandro Gómez y Abel Antón pasaron la primera eliminatoria, pero no recuperaron bien y cayeron en semifinales con marcas flojas. Ambos, tal como estaban en julio, deberían haber sido finalistas”.

La medalla de oro de 5.000 en Seúl se la adjudicó el keniata John Ngugi, tres veces campeón mundial de cross, con un tiempo de 13:11.70; la de plata le correspondió al alemán occidental Dieter Baumann con 13:15.52, y la de bronce se la llevó el también alemán, aunque oriental,  Hansjoerg Kunze con 13:15.73.

Fernando González Laxe, presidente de la Xunta de Galicia, izquierda, con Alejandro Gómez, Javier Álvarez Salgado y Julio Rodríguez (El Correo Gallego)

Los sinsabores que había tenido que padecer para poder ser olímpico en Seúl parecieron perseguirle cuando los Juegos iban a tener lugar en Barcelona en 1992, por lo que vivió igualmente momentos de incertidumbre.

En esta ocasión conviene retrotraerse a 1991 en Tokio, donde se celebraron los Campeonatos del Mundo y donde la buena actuación de Alejandro le dejaba ya como fijo en los 10.000 metros a un año vista de los Juegos.

Participó en Japón en la segunda semifinal concluyendo octavo con 28:29.37 (se ganó el puesto de finalista) y su compañero José Manuel Albentosa  era decimoquinto con 29:20.92; en la primera semifinal había intervenido Antonio Prieto terminando duodécimo con 28:57.28. Sobre esta semifinal, en Atletismo Español se comenta del gallego que “se comportó con inteligencia. Atento al desenlace de la carrera en todo momento y colándose en todos los cortes pero sin gastar fuerzas gratuitamente. En definitiva, pensando en la final”.

Dos días después, Alejandro se enfrentó, como único español, a la final.  En la carrera que ganó el keniata Moses Tanui en 27:38:74 ocupó la novena posición con un registro de 28:13.71 (hubo 20 clasificados) y de su actuación se dijo: “Alejandro optó por una postura conservadora, el común denominador de los fondistas españoles. El gallego, a falta de un Antonio Prieto que lo llevara a buen puerto (como en el último Campeonato de España, como en Oslo, como en el Europeo de Split, etc., etc.) se refugió entre los británicos desde el inicio de la carrera, y a su amparo fue devorando kilómetros hasta el último, que finalizó en 2:38.1. Sobrado de fuerzas. Solo  la juventud del gallego hace disculpable su falta de “fe” en sí mismo. Aún con todo, su actuación fue digna”.

Poco tiempo antes de celebrarse los Campeonatos de España de 1992 en Valencia, a finales de junio, Alejandro se lesionó entrenándose en A Toxa (Pontevedra), lo que no se consideró como un inconveniente para que fuese citado a competir en la capital del Turia, ya que sería en este lugar donde se establecería la selección definitiva para los Juegos de Barcelona. Se rebeló y desesperó ante esta decisión aunque, después de haberse tensionado la situación más de lo conveniente, se le permitió que no participara, claro que con un elevado coste: ya no contaba para los Juegos.

Posteriormente se abriría para él de nuevo la mano, aunque indicándosele que debería demostrar una condición similar a lo hecho por otros atletas en Valencia. Y en los primeros días de julio se fue en busca de fortuna a correr a Maia (Portugal), interviniendo en unos 10.000 en los que también estuvo Ezequiel Canario. Pero el día no ayudó. “Cogí un día con cuatro metros de viento en contra”, recuerda. A pesar de esta dificultad, Alejandro demostró que su estado  de forma era parecido al de los que habían acudido a la cita nacional. Por eso le dieron una de las plazas de 10.000 metros en los Juegos de Barcelona (las otras dos correspondieron a los también gallegos Carlos de la Torre y José Carlos Adán).

Juegos de Atlanta 1996. Alejandro Gómez, agachado, segundo izquierda, con Abel Antón, Elisardo y Carlos de la Torre, y Julia Vaquero, entre otros

Antes de que se celebraran los Juegos (entre el 25 de julio y el 9 de agosto) en el ranking español de 10.000 metros de aquel año 92, Alejandro Gómez era séptimo con una marca de 28:15.98; de quinto estaba José Carlos Adán con 28:14.60; el liderazgo le correspondía a Carlos de la Torre con 27:59.77. Pero en el ranking español de todos los tiempos, el vigués de Zamáns ocupaba la segunda posición con 27:41.30, solo superado por Antonio Prieto con 27:37.49.

Lo malo fue que Alejandro estuvo muy desafortunado en Barcelona: se retiró cuando corría la primera semifinal de 10.000, en la que también intervino Carlos de la Torre (finalizó decimoquinto con 28:55.47) y fue ganada por el keniata William Koech con 28:06.86, concluyendo la misma 22 corredores.  Confiesa que, estando en la Ciudad Condal, se mostraba en un estado de permanente decaimiento debido al clima, húmedo, lo que le producía somnolencia. “No hacía más que dormir. Jamás dormí tanto en mi vida como allí”. Ya en la prueba se fue dando cuenta, a medida que transcurrían los kilómetros, que iban disminuyendo alarmantemente sus posibilidades de clasificación; en una palabra, no iba bien. “Se retiró Domingos Castros y la inercia me hizo ir detrás de él. Para mí fue una agonía tan grande…” Pero una vez dado el incomprensible paso, trató de reconducir una situación que ya no tenía vuelta atrás. “Cuando me retiré quise entrar de nuevo a la pista porque me di cuenta de lo que había hecho. Para mí es una mancha negra”.

Gerardo Cebrián, en Atletismo Español, analizó así el comportamiento de Alejandro: “El gallego era uno de los atletas designados fijos por el Comité Técnico. Julio Rodríguez, su entrenador, comentó en Barcelona que se encontraba en un buen momento de forma (ganó con 28:15.98 el 4 de julio en Maia), aunque la mayor parte del año estuvo lesionado. En los JJ.OO se retiró en la 1ª serie de los 10.000 m.l.  Juzguen ustedes, por nuestra parte sólo un comentario: las oportunidades van pasando con los años”.

Admite Alejandro, analizando lo vivido en Barcelona, que había sido un error por su parte no haberse presentado allí con más días de antelación para adaptarse bien. “Esa culpa la asumo”, manifestaría años más tarde. Pero de aquel extraordinario acontecimiento se marchó también con la pena de no haber podido estar en la ceremonia inaugural. Ni él ni sus compañeros Carlos de la Torre y José Carlos Adán. “Si queríamos teníamos que pagar el billete de avión y venir de vuelta para casa”. Para él, algo incomprensible.

El fondista vigués, segundo por la derecha, interviniendo en los 10.000 metros en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996

Significativas resultan las palabras que se pueden leer en Atletismo Español de su paso por los Juegos de Atlanta 1996: “Volvió a ser “el pupas”. Estuvo dos días sin dormir antes de competir por culpa de un resfriado”. La mala suerte, parece claro, fue algo con lo que tuvo que convivir en cada una de sus intervenciones olímpicas.

Cuando llegó a la ciudad estadounidense, Alejandro encabezaba el ranking español de 10.000 de ese año 1996 con un registro de 27:49.10 y tras de sí tenía, pisándole los talones por décimas, a Carlos de la Torre con 27:49.17. Seguía el vigués sin embargo por detrás de Antonio Prieto (éste se mantenía con su récord nacional de 27:37.49) en la relación de todos los tiempos, aunque Alejandro había mejorado su marca en 1993 dejándola en 27:39.38.

Tomó parte en Atlanta en la segunda eliminatoria de 10.000, ganada por Haile Gebreselassie en 28:14.20, para concluir en la novena posición  con 28:28.16. Y en la final acabó siendo el peor de los tres españoles: decimoquinto (28:39.11), mientras que Abel Antón era decimotercero (28:29.37) y Carlos de la Torre decimocuarto (28:32.11).

En el informe del Comité Técnico federativo se señala, con respecto al vigués, que al participar en la segunda eliminatoria sabía lo que tenía que hacer para pasar por tiempos, por lo que “hizo el menor esfuerzo posible para clasificarse”. Y en cuanto a su presencia en la final comenta que “falló por falta de ambición”. No se omite por supuesto el catarro que padeció  los días previos debido al aire acondicionado, pero así y todo finaliza que “debió quedar mejor”.