El reto de los 100 kilómetros

Las dos veces que fue internacional absoluto Mariano García-Verdugo (Madrid, 1948) se distancian en el tiempo nada menos que nueve años. En 1970 compitió como corredor de 3.000 metros obstáculos frente a Italia, y en 1979 lo hizo como maratoniano en el Gran Premio de Europa en Bélgica. Aunque ha echado raíces en Santiago de Compostela desde que llegó en 1972, su entrada en Galicia la hizo por Pontevedra, siendo muy joven, que fue donde se interesó por el atletismo estudiando en el instituto. Profesional de la Educación Física y entrenador, fue varios años responsable del sector de medio fondo del Comité Técnico de la Federación Española de Atletismo que encabezó José María Odriozola (1989-2012).

No tiene Mariano un buen recuerdo de su debut con la selección española. Comenta que fue “internacional de rebote”. Estaba preseleccionado para el encuentro España-Italia, celebrado el 30 y 31 de mayo de 1970 en Madrid. El día 31, cuando dormía la siesta, lo despertó su compañero Joaquín Sánchez diciéndole que debía reemplazarlo porque él no podía correr. “Estaba con una descomposición terrible”, recuerda Mariano, quien por encima ya se había entrenado por la mañana y se quedó, claro, sobrecogido.

Tuvo, pues, que afrontar los 3.000 obstáculos. “Lo pasé fatal. Cumplí a duras penas. En mi vida he sufrido tanto como en aquella carrera”. La victoria fue para el italiano Umberto Risi (8:46.8), seguido de su compañero Brunello Bertolin (9:10.8). Eduardo Pinedo fue el tercero en llegar (9:25.6) y Mariano García-Verdugo cerró la clasificación con 9:42.0, una marca muy por debajo de sus posibilidades. Hay que tener en cuenta que su mejor registro de siempre en esta disciplina, 9:10.4, lo consiguió el 27 de agosto de 1969 en A Coruña, lo que le supuso finalizar aquel año en el sexto puesto del ranking que dominó Javier Álvarez Salgado con 8:37.0.

Corriendo los 1500 obstáculos en el encuentro promesa España-Suecia, celebrado en Girona en 1968

 Al maratón se entregó por primera vez en Avilés en 1979. “Creo que lo corrí bastante bien, con la cabeza”. Tiene el convencimiento de que algunos de los contrincantes no esperaban verse superados y él por su parte tampoco creía que iba a poder con ellos. El caso es que el seleccionador Alfonso Ortega lo integró en el equipo español para intervenir en el Gran Premio de Europa en Bruselas. “Tengo un grato recuerdo de cuando me seleccionaron”. Pero el 9 de junio, en la capital belga, la experiencia no fue tan positiva y le correspondió sufrir más de lo habitual. “Cuando eres debutante, dos maratones un mismo año es mucha tela. Encima tuve un problema. Las zapatillas nuevas las había puesto solo un par de entrenamientos y en el kilómetro 20 ya iba sangrando por los pies, ¡pero sangrando, eh! Luego al escurrir los calcetines caía sangre. Lo pasé muy mal. Cumplí pero pude haberlo hecho mejor si no hubiera sido por eso”.

Ocho españoles afrontaron aquel Gran Premio de Europa en el que actuó García-Verdugo. Entre los diez primeros se clasificaron Abel Perau, tercero, 2h17:15, y Antonio Romero, noveno, 2h20:42. El resto fue haciendo su entrada en meta de manera escalonada: 14º, Antonio Cánovas, 2h23:29; 22º, Luis Miguel Landa, 2h28:21; 27º, Juan María Sánchez, 2h30:07; 33º, Rogelio Barragáns, 2h35:00; 34º, Emeterio Leralta, 2h35:47, y 37º, Mariano García-Verdugo, 2h48:42 (la mejor marca de éste en maratón, en tres carreras que hizo, es 2h25:50).

Dado que le gustaba entrenarse, prosiguió sumando kilómetros y kilómetros durante tiempo, de tal manera que cuando se programó en Madrid una carrera de 100 kilómetros en ella estuvo presente García-Verdugo, cercanos ya los 40 años. Le animó a enfrentarse a ellos un amigo, el médico y entrenador Mariano Castiñeira, que ya había vivido esa temeraria experiencia. García-Verdugo se dijo: “Si lo hizo él lo puedo hacer yo también y me dediqué a entrenarlo. Fue muy duro el entrenamiento, pero es una de las cosas que me siento más orgulloso, de haber podido terminar esa prueba a una media de 4 minutos 30 segundos el mil, que hay que correr”.

Mariano García -Verdugo, cuarto por la derecha, de pie, con atletas, técnicos y periodistas gallegos en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996

 Aquella complicada aventura madrileña la finalizó en 7 horas 32 minutos 52 segundos. “Jamás se me pasó por la cabeza que me iba a parar. La motivación era tan alta que había que terminar como fuera. El tiempo era secundario. El reto era terminar”. Y consiguió su propósito, aunque alguna dificultad se le presentó en el camino. “Me dio un calambre. Tuve que parar diez minutos. Me tuvieron que dar un masaje. Y aún así salió la media de 4:30 con esos diez minutos de parada. Esto fue en el kilómetro 70 y luego cuando arranqué otra vez, una vez que te paras, el ritmo ya no es el mismo. Es imposible”.

En Pontevedra, dándose cuenta de que lo suyo era correr, comenzó a sentir el atletismo primeramente en el equipo Cisne, del que dice: “Era un grupo de amiguetes entre los cuales más o menos nos lo guisábamos y nos lo comíamos. Éramos poco menos que fundadores, directivos… Pertenecía al Frente de Juventudes, pero nos dejaban a nuestra bola”. Y así fue hasta que se encontró un día con una visión diferente en el estadio de la Juventud que le obligó a recapacitar. “Vi que se estaban entrenando los de la Gimnástica con Torrado. Vi una cosa más seria y dije, ‘yo tengo que dar un cambio porque aquí tengo un techo´. Y toda esta decisión fue con 18 años”.

Pasó a formar parte de la Sociedad Gimnástica, “mi club de toda la vida”, aunque años más tarde no le quedó otra alternativa que integrarse en el CUA, el club de la Universidad de Santiago, institución con mucho significado porque a través de él se encauzó en el mundo laboral en el colegio La Salle y posteriormente en la misma Universidad, en la que llegó a ser el director del área de Deportes. Pero la Gimnástica tiene para Mariano ese punto superior de cariño del que no puede desprenderse.

Los que fueron sus atletas le tributaron un homenaje en Santiago en noviembre de 2012

Y por otra parte, en la ciudad pontevedresa, donde encauzó la vida atlética, conoció a un personaje de hondo significado para él: José Luis Torrado. “Es una persona que tiene un carisma especial, que engancha. A mí me enganchó el primer día que le vi y me puse a entrenar con él. Desde entonces hasta hoy lo considero mi segundo padre. Yo soy licenciado en Ciencias de la Actividad Física, me he dedicado al deporte, y ha sido todo por la influencia de él”.

Dado que sus condiciones atléticas eran visibles, Mariano obtuvo una beca para residir en la Blume de Madrid y gracias a la cual pudo estudiar en el Instituto Nacional de Educación Física. Pero únicamente estuvo un año en la residencia. “Me di cuenta de que era imposible llevar la carrera y estar sometido al régimen de los entrenadores de la Blume. Porque yo entrené incluso después más, entrenaba mañana y tarde, pero tenía que elegir yo mis horarios. Fui compañero y amigo de Luis Miguel Landa. Entrenábamos juntos, íbamos a las horas que podíamos”.

Cuando todavía no había finalizado sus estudios ya estaba pensando en su futuro, por lo que escribió algunas cartas a quienes creía que podrían ofrecerle algún trabajo. Una de estas misivas la recibió Ernesto Viéitez, que era el catedrático delegado de Deportes de la Universidad de Santiago. “Le faltó tiempo para irme a buscar a Madrid”. Por eso Mariano, estando en cuarto de carrera, ya sabía que su destino estaba en Compostela, en el corazón de Galicia. “Porque me buscó él”. El paso al frente dado por Ernesto Viéitez lo tiene muy presente. “Es de esas personas a las que le estarás toda la vida eternamente agradecido”.

El atletismo adquirió consistencia en Santiago a través del CUA, que tiempo después pasó a denominarse CDU. El caso es que hubo un momento, en que el club universitario contó con el equipo masculino y el femenino en División de Honor, es decir, la categoría de más relieve a nivel nacional. “Eso es una de las cosas que voy a guardar siempre con un enorme recuerdo. Y me consta que las personas que estaban por encima de mí políticamente, también. Yo fui feliz, lo pasé muy bien. Fue duro, durísimo. Eso lo sé yo, lo sabe Miguel Magán, Juan Pérez Avilés… Los disgustos y los sinsabores que nos llevábamos eran grandes, pero el hecho de subir a División de Honor te compensaba después”.