En los años sesenta del siglo pasado, Lugo carecía de pistas de atletismo y, pese a ello, contó con un grupo de atletas de primer nivel en varias especialidades que la convirtieron en un llamativo foco de atención. Algunos de aquellos destacados atletas lanzaban de manera primorosa el martillo, coparon puestos cimeros en el ranking nacional y por eso se habló de una fructífera escuela de lanzadores en Lugo. Quien avivaba con todo entusiasmo aquel mundillo era Gregorio Pérez Rivera, que llegó a ser presidente de la Federación Lucense de Atletismo en 1958, y la mayor parte de sus desvelos los volcó desempeñando el cometido de entrenador. Su inmensa figura no llegó a borrarse nunca de la memoria de quienes fueron sus discípulos.

Gregorio Pérez Rivera, al que su gente llamaba don Gregorio y el jefe, nació el 9 de mayo de 1914 en Pesquera de Duero (Valladolid) y falleció el 29 de marzo de 1978 en A Coruña. Era militar, y después de retirarse en 1955 en la capital coruñesa se integró en la empresa familiar: un almacén de ferretería, Fernández Torres y Cía, con actividad tanto en A Coruña como en Lugo, ciudad en la que estuvo viviendo veintidós años.

Gregorio Pérez Rivera, en el centro, flanqueado por sus hijos Gregorio, a su derecha, y Galo, a su izquierda, en el estadio coruñés de Riazor (G.P.)

“Era el mayor enamorado del atletismo”, dice de su padre Galo (Larache, Marruecos, 1946), quien tuvo un paso breve por este deporte. “Empecé con lanzamiento de martillo sin ningún problema con el entrenador, salvo que nunca me permitió forzar mi condición física”. Recuerda de su progenitor que era muy capaz de “meterle en el cuerpo a cualquier chaval el vicio atlético, cuidarlo y ayudarle en todas las facetas de su vida, incluso en las escolares. También tenía poder de captación con deportistas de más edad a los que viera con posibilidades de incorporarlos al atletismo”.

Lugo, por lo tanto, fue el lugar en el que Gregorio Pérez Rivera centró toda su pasión atlética. Allí entrenaba todos los días, aunque también dedicaba los fines de semana y festivos para ampliar su radio de acción en A Coruña. Uno de sus pupilos en la capital herculina fue el coruñés Raimundo Fernández Vázquez (1947), quien rememora que allí lo aguardaban “ansiosos” un grupo de lanzadores de distintas especialidades como los hermanos Gayoso, Santiago Frade, David Teijeiro…, además de otros jóvenes de “categorías menores”.

Destaca Raimundo el “carácter afable, risueño y fiable” de don Gregorio, “lo que hacía que todos lo viéramos como un líder”; era, como entrenador, “la referencia de nuestro trabajo diario”. Señala también que en sus últimos años “comenzó a delegar su labor en alguno de los veteranos y recuerdo especialmente cuando me traspasó como entrenador a una jovencita de catorce años para que la iniciara”. Esta muchacha era Ángeles Barreiro.

Entre las vivencias de Raimundo emerge una situación de aquel tiempo que le “dejó huella para siempre”. Un grupo de atletas esperaban a don Gregorio para iniciar el entrenamiento y la conversación giraba en torno a dos antiguos lanzadores que se entrenaban en Riazor, Rosales y Guillermo Santos. “La biotipología de estos dos atletas impresionaba”. El encendido cambio de pareceres se centraba en “quién de los dos era más fuerte”. Se le pidió opinión a Gregorio Pérez Rivera y este dijo: “Fuerte, realmente fuerte, es el que se entrena intensamente y no se lesiona”. Para Raimundo, lo manifestado por don Gregorio “fue como un dogma en la filosofía de la preparación física de mis atletas”.

A dos buenos velocistas a los que conviene tener muy en cuenta, Manuel Parga (Lugo, 1943) y Manuel Salas (Ribadeo, 1944) los atrajo don Gregorio al atletismo y a los dos acabó llevándolos a la Residencia Blume de Barcelona. Ambos supieron lo que era entrenarse e ir creciendo en un ambiente donde las carencias eran visibles, de tal manera que estando ya los dos preparándose en la Ciudad Condal, rememorado así por Parga, hacían acopio del material deportivo ya utilizado por sus compañeros de la residencia y lo enviaban a Lugo para que fuese reutilizado por otros atletas.

Entrenarse en Lugo era desolador. Es posible que ni echándole imaginación fuera suficiente para superar aquella triste realidad.  “Las condiciones eran pésimas”, explica Salas. “Solo había una explanada de tierra detrás de la Escuela de Comercio, con piedras, baches y unas curvas cerradísimas que te salías. La arreglaban con palas y rastrillos los empleados de la ferretería. Medía unos 250 metros”.  En este capítulo, Parga aporta que en un principio ese lugar era una huerta inclinada y “se niveló con un tractor” y donde, por supuesto, no había vestuarios, aunque esta situación acabó solventándose cuando empezó a entrenarse el hijo del conserje de la Escuela de Comercio, lo que dio lugar a que pudieran acudir a este centro los demás atletas. Y por su parte, Galo incluye a la mayoría de los atletas echando una mano para tratar de arreglar aquella pista “llevando la ceniza en carretillas dobles, una encima de otra; con pico y pala”.

En los inviernos, siempre duros y fríos en la capital lucense, los entrenamientos se efectuaban en un gimnasio que existía detrás del mercado de la plaza de Santo Domingo y después los atletas se dedicaban a correr, sin apenas luz, por la famosa muralla romana y el parque Rosalía de Castro…

El destacado entrenador Pérez Rivera, en el centro, en un homenaje tributado en Lugo en 1964 (M.G.P.)

Manuel Parga dice de Gregorio Pérez Rivera que “era un señor, muy cariñoso”, y cuando salían de entrenar “nos invitaba a tomar algo”. Es consciente de que fue él quien lo encauzó en la vida, llevándolo a la Blume y así pudo estudiar (se hizo perito industrial y posteriormente, ya casado y con hijos, aparejador). Recuerda de su periplo atlético no muy largo (se retiró con 20 o 21 años debido a una lesión) que “se viajaba sin un duro”, sacando a relucir entonces que en un par de ocasiones en las que iban a competir hicieron noche en Pesquera de Duero, el pueblo de don Gregorio, donde les dieron de cenar y durmieron en distintas casas del lugar; todo ello, claro está, programado ya por el carismático entrenador.

Para Manuel Salas, Gregorio Pérez Rivera “fue mucho más que un entrenador de lanzadores de martillo” ya que tenía a su cargo atletas de cualquier especialidad. “Fue un padre para todos. Se preocupaba de tus estudios y de que aprobaras todo”.  Cuando falleció en 1978, Manuel Salas le dedicó unas sentidas palabras en Atletismo Español. “Don Gregorio era una institución en el atletismo lucense, gallego y español”, dice Salas en su texto “In Memoriam”. “Formaba parte de esa generación de apóstoles del deporte como Juan Sastre, como Nemesio Ponsati, como José Iguarán, como Manuel Fraga, como Alfonso Posada, como tantos otros, que supieron inculcar en promociones enteras el amor al ejercicio físico y más concretamente al atletismo”.

(…) “Se preocupaban tanto de las mejoras en las marcas como de la formación integral de la persona, interesándose por los estudios, el trabajo, las profesiones y jerarquizando adecuadamente esta escala de valores. Muchos de los que hemos pasado por el atletismo recordamos con gratitud a estos maestros, quizá tan faltos de técnica como sobrados de calidad humana y que son posiblemente los que más necesita el atletismo español y cuya ausencia se hace más de notar”.

Manuel Salas se refiere también en su escrito a que don Gregorio “consiguió en una provincia tan escasamente dotada de medios materiales como Lugo, formar un club atlético, el San Fernando, que llegó a figurar en primera división nacional, siendo el sexto de España en 1963”. Añade que de sus filas llegaron a salir diecisiete atletas internacionales en todas las categorías.

De don Gregorio afirmó el que fue destacado mediofondista lucense José Manuel Rodríguez, Palelas (1939-2021), cinco veces internacional júnior, que “era un hombre muy apasionado por el atletismo” al que vio “entrenar a los martillistas a la luz de los focos de su 1.400 con su paraguas. Cogía el paraguas como si fuese el martillo y así les enseñaba los giros”.

Palelas escribió en Galicia Atlética sobre quien lo había encauzado en el atletismo que, para Lugo, “fue una suerte que, después de haberse retirado de la actividad militar, viniera a esta ciudad para ponerse al frente de un negocio familiar, porque con su presencia el atletismo lucense llegaría a conocer épocas gloriosas”.

Reconoce que “consiguió tener la mejor “cuadra” de lanzadores de España”. Y lo confirma citando a José Luis Martínez, Fernando Tallón, Núñez-Torrón, García Cabanas, David García Vilela, José Manuel Almudí… Pero aclara que no solo dedicó su atención a los lanzadores, sino que tuvo entre su gente a otros especialistas con mucho empuje: los ya citados velocistas Parga y Salas, el saltador de altura López Mañoso, y mediofondistas y fondistas como Julio Guede, Cristian Sanjurjo, Manuel Teijeiro Valledor…

Cuando Gregorio Pérez Rivera falleció en 1978, Palelas ocupaba la presidencia de la Federación Lucense de Atletismo (también fue vicepresidente de la Federación Gallega durante 22 años) y desde ese mismo momento se empezó a organizar el Memorial que lleva el nombre de tan reconocido entrenador.

Entregándole un premio a uno de sus pupilos más sobresalientes, José Luis Martínez (P.)

Manuel Teijeiro Valledor (Lugo, 1949), que llegó a ser un muy buen corredor de 3.000 metros y también muy efectivo en distancias más cortas e internacional júnior, apunta sobre nuestro personaje que con él “todos tuvimos muy buena relación” y, al igual que lo dicho por Palelas, lo recuerda llegando al gimnasio al atardecer donde solía corregir defectos a sus lazadores haciendo el gesto de un lanzamiento con su paraguas.

Dice asimismo Teijeiro Valledor, con un amplio recorrido en este deporte al haber sido presidente del Club Lucus Decathlon entre 1987 y 2007 y dirigente de la Federación Gallega de Atletismo muchos años, que a don Gregorio “le gustaba mucho recibir visitas en la ferretería que regentaba (era de su mujer) porque le apetecía salir al bar colindante, el Bar Moderno, donde tomaba un vinillo con una aceituna, solo una. Un momento especial para él”.

De la paternal figura de Gregorio Pérez Rivera da cuenta Teijeiro Valledor rescatando este recuerdo: “El hostal García, en la calle Chinchilla en Madrid, era su cuartel cuando nos desplazábamos” y, en la hora de la comida, “de algún lado sacaba un filete adicional que, volando, terminaba en mi plato”; aquello no significaba más que “una preocupación con todos de que comiéramos bien”.

En el ranking español de lanzamiento de martillo de 1963 solo figura, entre los diez primeros clasificados, un atleta del Club San Fernando de Lugo, José Luis Martínez, en tercer lugar con 54,02 metros. José Luis Martínez (1943-2004) había nacido circunstancialmente en León, pero se consideraba “gallego por los cuatro costados”; llegaría a ser plusmarquista nacional de la especialidad y olímpico en los Juegos de México 1968.

Si en el resumen anual de 1964 había descendido José Luis Martínez un peldaño al ser cuarto con 54,90 metros, ya se situaba otro lucense del San Fernando en novena posición: Fernando García Cabanas, con 49,98 metros. García Cabanas (Palas de Rei, 1945), un polifacético en el deporte, acabaría defendiendo los colores de la selección española absoluta en atletismo en cinco oportunidades.

Estos dos hombres, José Luis Martínez y Fernando García Cabanas, no perdieron comba en 1965, de tal modo que aquel era el segundo clasificado (59,66) y este ocupaba el octavo lugar (53,52).

Lucía espléndido el San Fernando lucense en el ranking de 1966 al observarse el dominio de sus atletas en martillo. José Luis Martínez se había encaramado a la primera posición con 60,38 metros; Fernando García Cabanas ya estaba en tercer lugar con 58,28; el asturiano de La Felguera José Manuel Almudí (1940), afincado en Lugo por motivos profesionales desde 1962 y perteneciendo también al grupo de don Gregorio, era sexto (54,86); pero en la undécima posición emergía otro lucense, Antonio Núñez-Torrón, con una mejor marca de 53,10; y en el puesto decimoquinto estaba Manuel Díaz Blanco con 50,08.

Un año después, en 1967, los atletas del San Fernando seguían ahí, haciéndose ver:  José Luis Martínez se mostraba majestuoso en su pedestal de líder (60,38); Fernando García Cabanas mantenía su tercera plaza (57,92); José Manuel Almudí había perdido tres posiciones con respecto al año anterior y era noveno (55,60); y Antonio Núñez-Torrón seguía aferrado al undécimo lugar (54,68).

Por la izquierda, Gregorio Pérez Rivera, Benito Castejón y Joaquín Agulla ( P.)

Magnífico panorama el de 1968. El ranking de ese año ampliaba el horizonte de los representantes del San Fernando de Lugo. Al frente de la prueba de jabalina se había situado el poderoso Fernando Tallón (Baralla, Lugo, 1946) con 74,86 metros y que ya en los dos años anteriores ocupara el segundo y tercer lugar, mientras que David García Teijeiro era el quinto clasificado con un registro de 63,06. Pero es que en lanzamiento de martillo, para mayor gloria de quien los había guiado, estaban cuatro de sus componentes entre los diez primeros: José Luis Martínez era primero con 64,62, Fernando García Cabanas, que pertenecía al F.C. Barcelona, era cuarto con poco más de 58 metros, José Manuel Almudí ostentaba el quinto lugar con 57,68, y Antonio Núñez-Torrón, séptimo con 56,40.

José Luis Martínez se refirió a don Gregorio como “un hombre de bien” y su acercamiento a él es más que evidente: “No puedo decir que es mi padre porque no es cierto, pero a mí me ha tratado creo que mejor que mi propio padre”.  Y dijo más: “Estuve con él tres años. Me consiguió una beca para ir a la Residencia Blume y estuvimos manteniendo la relación toda mi carrera deportiva. Yo no cambié de club jamás. He estado siempre en el mismo, en el San Fernando de Lugo, fundamentalmente por él”.

Estudiando en el Instituto de Lugo, Fernando García Cabanas se mostraba más que habilidoso en el deporte (practicaba fútbol, baloncesto, balonmano y voleibol), y Gregorio Pérez Rivera no le quitaba ojo. En una prueba de peso entre compañeros del centro educativo, mayores que él, se clasificó entre los primeros y don Gregorio lo convenció para que le dedicase tiempo al atletismo. Cuenta que lo motivaba diciéndole que “me vendría muy bien para estar en buena forma física” para los otros deportes que eran en realidad los que le interesaban más. De este modo se integró en el atletismo, dedicándose preferentemente a lanzar peso y disco, y tiempo después se centró en el martillo.

“Lo que puedo decir de él fundamentalmente es que era una persona buena”, afirma García Cabanas.  Y recalca que tanto en su vida deportiva como profesional tuvo relación con mucha gente pero que no había “encontrado nunca una persona buena y desinteresada como él”.

“En el aspecto deportivo, no es que fuese un gran técnico, que lo era, pero sabía sacar todo lo mejor de cada deportista por su gran humanidad y por ser un gran psicólogo”. Y relata algo que demuestra la enorme confianza que tenía García Cabanas en Gregorio Pérez Rivera. “En la época en la que yo más destaqué y que él no me entrenaba, cuando estaba estancado en mi rendimiento deportivo lo solucionaba volviendo a Lugo a entrenar con él una semana o diez días y regresaba totalmente cambiado a Barcelona”.

A García Cabanas, los años transcurridos no le han borrado recuerdos de vital importancia. “Para mí y para otros deportistas fue como un segundo padre; para mí, en particular, gran parte de lo que he llegado a ser en la vida ha sido gracias a él, ya que me facilitó el camino enviándome a la Residencia Blume de Barcelona”. Recuerda el exatleta de Palas de Rei que allá por 1963 estaba a punto de fichar por el equipo de fútbol del CD Lugo de tercera división cuando don Gregorio habló con su padre y lo convenció para que lo autorizase a irse para la residencia de la capital catalana. Entre los dos encauzaron su destino y él no se opuso. Argumentaron que “tendría más posibilidades de estudiar una carrera” en Barcelona que en Lugo.

Antonio Núñez-Torrón (1944-2020) fue otro lucense que se puso un día en manos del afamado entrenador para sobresalir lanzando martillo. “Fue Pérez Rivera quien me lo propuso, quien me encauzó…”, confesaba en la web de La Voz de Galicia. Rememoró aquel tiempo de falta de instalaciones engrandeciendo al personaje. “Era tan entusiasta que si teníamos que competir se levantaba a las seis de la mañana y a las siete y media o a las ocho lanzábamos en fincas cerca del antiguo cuartel de Garabolos. No había ni luz ni nada; solo la luz del coche de don Gregorio, que tenía un Seat 1400”.

El olímpico vigués Carlos Pérez encabeza la prueba de 3.000 metros en la Ciudad Cultural de Lugo, en un homenaje a Gregorio Pérez Rivera en 1967 (M.G.P.)

Cuando el asturiano José Manuel Almudí, profesor mercantil, se instaló en Lugo en 1962 para trabajar en una importante empresa ya tenía la condición de atleta; se había iniciado en este deporte en su tierra y había llegado con aceptables marcas en disco y martillo. En una información periodística de la época se le preguntó su parecer sobre los lanzadores de martillo lucenses cuando él se ponía a las órdenes de Pérez Rivera, y decía: “Cuando llegué a Lugo no conocía a ninguno personalmente, pero sí de referencias o por el “ranking” y me extrañaba que en una provincia como Lugo donde no había ni hay instalaciones adecuadas para la práctica del atletismo, hubiese un lanzador de más de 45 metros en aquel entonces; claro que esta opinión cambió totalmente cuando entré en contacto con vosotros y ese gran entrenador que es Pérez Rivera”.

En el verano de 1963 se expuso en la prensa cierta “revolución atlética” que se producía en Lugo por parte de lanzadores de disco y martillo. El periodista, movido por la curiosidad, se acercó a las instalaciones de la Ciudad Cultural donde estaba entrenando Pérez Rivera.  La “revolución” era debido al número de giros que daba el atleta en el círculo para lanzar el martillo. “Tradicionalmente se daban tres. Hoy sin embargo se estima que en la mayoría de los casos beneficia el dar una vuelta más”, le expuso el técnico, quien le cuenta además que le había escrito José Luis Martínez contándole lo de las cuatro vueltas, que se había estado entrenando con atletas japoneses y vaticinaba que ese mismo año podría tirar 60 metros.

Preguntado quién daba cuatro vueltas al martillo en Lugo, Pérez Rivera contestaba: “Varios, principalmente Almudí que en Gijón acaba de deleitar a los espectadores, lanzándolo a más de 52 metros”. Y al interesarse el reportero por lo que ocurría con el lanzamiento de disco, manifestó el técnico: “Este mismo atleta lo lanza de una forma parecida al martillo” con lo que “ha progresado notoriamente”. Pero el entrenador negaba que esta manera de lanzar fuera similar a la que ponía en práctica el fabuloso norteamericano Al Oerter; era, en todo caso, “un estilo nuevo que aún estoy perfilando”. Pérez Rivera justificaba el paso que había dado en la transformación del lanzamiento de disco de este modo: “Almudí es un hombre de poca estatura pero de gran coraje. Por eso pensé que podríamos probar a que lanzase de forma diferente a cómo venía haciéndolo. Y parece que está dando resultado”.  Por su parte, José Manuel Almudí se mostraba satisfecho e ilusionado. “De día en día progreso más. Ha sido un acierto de Pérez Rivera el hacerme abandonar el primitivo estilo”.

A la cúspide del atletismo llegó también Fernando Tallón, pero este lanzando la jabalina, con la que llegó a ser seis veces campeón de España y plusmarquista nacional. Tallón era jugador de balonmano y se distinguía por sus potentes tiros a portería. Quien lo hizo recalar en el atletismo fue Pérez Rivera. “Era un hombre extraordinario”, llegó a comentar quien se mostró muy diestro con el dardo. “Fue el gran impulsor del atletismo lucense, el que lo llevó todo y catapultó a cotas impensables. Todo lo solventaba. Estaba en todos los lados, programaba las pruebas… Era una persona entrañable”.

A Gregorio Pérez Rivera, cuyo nombre hace resaltar el recinto atlético existente hoy en día en Lugo, se le reconoció su enorme mérito en favor del atletismo en la capital lucense, de tal modo que, por ejemplo, en mayo de 1967 se organizó en su honor una deslumbrante reunión en la llamada Ciudad Cultural, aunque quedó deslucida por una meteorología muy adversa. Como no podía ser de otro modo se consideró el lanzamiento de martillo como la prueba reina y en ella triunfó el coruñés José Otero, siendo otros ganadores aquel día el aragonés Carlos de Andrés en jabalina, el catalán afincado en A Coruña Antonio Prunell en el hectómetro, o el olímpico vigués Carlos Pérez en 3.000 metros.