La fecha del 30 de octubre de 1989 sirvió para entregarse colectivamente a la ilusión en Santiago de Compostela, una ciudad que no se había caracterizado precisamente por sus instalaciones deportivas. Porque ese día la Xunta de Galicia, el Ayuntamiento y el Consejo Superior de Deportes (CSD) firmaron un convenio para la construcción del Estadio de San Lázaro (ahora Verónica Boquete), con capacidad para doce mil espectadores y un coste de 1.750 millones de pesetas.
Y otra fecha a tener en cuenta es la del 24 de junio de 1993. En esa ocasión se abrieron las puertas del estadio para su inauguración con un encuentro de fútbol entre el Real Club Deportivo y el River Plate (con esta efeméride lo que se organizó fue un cuadrangular, por lo que también intervinieron el Tenerife y el Sao Paulo).
El recinto era estadio, contaba por lo tanto con pistas de atletismo como una exigencia del CSD para que este pudiese aportar dinero a la construcción.
Quienes se preocupaban de ver algo más de lo que era válido para el fútbol, se dieron cuenta de inmediato de que la instalación atlética no iba acorde con lo que debía ser. Ya el 1 de octubre de 1993, cuando la obra no estaba concluida, Jesús Alonso Braña, delegado en Santiago de la Federación Gallega de Atletismo, comentaba en El Correo Gallego que el estadio “es mejorable para el atletismo sin que, en mi opinión, le cause ningún perjuicio al fútbol”. Y ponía sobre el tapete un primer inconveniente. “Se ha desaprovechado un espacio enorme y la posibilidad de que hubiese dos pasillos en el foso en lugar de uno”. El foso de saltos que estaba delante de la tribuna principal quedaba prácticamente pegado a la valla que separaba el graderío de las pistas y el campo, pero existía espacio para retrocederla. “Todos los campos de fútbol que yo conozco”, manifestaba Alonso, “la valla la tienen sobre el inicio del graderío. Yo no veo ninguna en el suelo y mucho menos separada. Me parece que se ha fabricado ahí, entre el graderío y la valla, una inmensa papelera”.
El estadio tuvo desde el primer momento dependencias destinadas a deportes minoritarios y a sedes federativas (allí se ubicó bastantes años la Secretaría Xeral para o Deporte de la Xunta), de ahí que se le conociese como el Multiusos de San Lázaro.
El santiagués Jorge Touriño, juez árbitro nacional de atletismo, que había actuado como tal en los Juegos Olímpicos de Barcelona y era el único medidor de circuitos a nivel internacional que había entonces en España, me fue explicando en el mismo estadio las anomalías que observaba en lo referente a las pistas y que expuse en un reportaje que se publicó en El Correo Gallego el 15 de noviembre de 1993 con el título El “Multierrores” de San Lázaro.
Para Touriño todavía se estaba a tiempo de subsanar una serie de deficiencias e incluso se ponía a disposición de los responsables para intercambiar opiniones, aunque no era muy optimista al mencionar que no se le había hecho caso a un informe enviado por su colega Ramón Docal. “Solamente quitaron la calle nueve prevista inicialmente”, mencionó.
Lo que dejó claro Touriño es que no se podía hablar de dos fosos. “Es uno solo. En uno únicamente se puede hacer la prueba de longitud y en el otro el triple. Los atletas siempre van a tener que saltar en un sentido”.
Con respecto a los círculos para lanzamientos (disco y martillo) consideró que estaban demasiado ladeados hacia la izquierda y aunque precisaba que tendrían que hacerse mediciones parecía una evidencia que lanzando 50 o 60 metros, el rebote del martillo acabaría atravesando la pista.
Además de alguna otra consideración, también observó que cuando los atletas finalizaran una prueba tendrían que retirarse recorriendo medio estadio por no existir una salida cercana a la zona de llegada.
Por todo ello, Touriño era consciente de que quienes tenían autoridad sobre el recinto “tendrían que tomarse las cosas muy en serio” para evitar “un lunar negro en su historial con un estadio de atletismo que no vale más que para pruebas de andar por casa”.
Desde la vertiente municipal por aquellos días no parecía existir idéntica visión a cuanto se denunciaba ya que Xosé Sánchez Bugallo, entonces concejal de Deportes, me hacía ver que el proyecto de obra del estadio del arquitecto Andrés Fernández-Albalat había sido validado por el CSD y que, posteriormente, se había incorporado alguna mejora por sugerencia de la Delegación de Santiago de la Federación Gallega de Atletismo; y de que era una instalación atlética idónea daba cuenta el hecho de que la Federación Española de Atletismo (RFEA), una vez inspeccionada, había concedido a Santiago la organización de la Copa de Europa B de selecciones nacionales a celebrar en 1994, y que sería un arquitecto designado por la RFEA el que colaboraría con el Ayuntamiento para introducir las mejoras oportunas.
Si todo se ponía en orden, la intención era la de darle relevancia a las pistas con la celebración de la Copa de Europa B el 11 y 12 de junio de 1994, en la que intervendrían ocho selecciones masculinas: Bielorrusia, Bulgaria, República Checa, Dinamarca, Grecia, Hungría, Polonia y España. Ocho equipos nacionales que iban a luchar por el ascenso a la máxima categoría del atletismo continental. El atractivo del acontecimiento estaba asegurado.
Aquella alegría duró poco. Ya en el mes de febrero se supo que Santiago renunciaba a organizar el enfrentamiento, y así se indicó a los dirigentes de la RFEA, debido a que se había incrementado el coste por tener que corregirse lo que estaba mal hecho y debía comprarse el material atlético para el recinto. Xosé Sánchez Bugallo decía en El Correo Gallego el 13 de marzo: “Fue una expectativa que nos ilusionó a todos y que al final no ha podido plasmarse en la realidad”. Pero al concejal no le gustaba que se utilizase el término renuncia. “Más que renuncia”, dijo, “lo que se planteaba era la no existencia de garantías suficientes de que para el 11 de junio estuvieran terminadas las instalaciones del estadio (…) en las condiciones que se requerían”.
Tampoco compartía Sánchez Bugallo la afirmación de que se había terminado mal la obra en lo atlético, por lo que tuvo que hacerse cargo de la situación el arquitecto Jorge Zapata. “No lo suscribo en esos términos”, mencionó. “Es una opinión. Lo que tengo que decir es que el proyecto inicial previsto es mejorable. En este momento ya está diseñada la instalación como tiene que quedar”.
Transcurridos unos cuantos años de este episodio, El Correo Gallego, el 29 de diciembre de 2001, le preguntó a José María Odriozola, presidente de la RFEA, por las pistas de San Lázaro y este dijo, cortante y rotundo, “son una porquería”. Y se explicó: “Yo las estuve pisando y eran casi como gomaespuma, eran malísimas. Les habían metido un embolado… salieron muy baratas pero son carísimas porque nunca se han podido ni estrenar. Allí íbamos a celebrar una Copa de Europa, la final de Primera División que (…) nos la acabamos llevando a Valencia. Y es que cuando fuimos a ver las pistas vimos que había que invertir allí otro tanto o más de lo que se había gastado para dejarlas utilizables. Y una serie de contratiempos, vamos a decirlo así suavemente, hicieron que un mes antes nos dijeran que no lo iban a hacer y tuvimos que improvisar en Valencia esa misma final…”
No hubo solución para el estadio de San Lázaro en su variante atlética. Nunca. Ha sido desalentador ver pasar meses y años sin que surgiera un mínimo interés por poner el recinto en condiciones. A pesar de las voces que fueron surgiendo para remarcar este atropello al atletismo, ha prevalecido la indiferencia. Y ya se transita por el año 2021.
El exatleta Ángel Sesar se lamentaba en El Correo Gallego (12-09-1995) de que se le llamara “Multiusos” a una instalación en la que solo se jugaba al fútbol, cuando se había dicho que se podría practicar atletismo e incluso de que se disputaría una Copa de Europa. “Desgraciadamente”, exponía, “la esperanza se tornó en frustración cuando se descubrieron las enormes carencias de la instalación atlética…” La situación, según él, había empeorado y no vislumbraba solución. “Se permite que los jugadores de fútbol entrenen sobre la pista de atletismo, que un coche dé la vuelta al campo, que se arrojen papeles a la pista que no se recogen dejando que la lluvia forme una pasta que se incrusta sobre el material sintético…”
Tres días más tarde, otro exatleta, Alejandro López Barral, en el mismo periódico, suscribía todo cuanto había escrito Ángel Sesar y además hacía referencia a la complejidad de la construcción de una instalación atlética, para lanzar un dardo certero: “… creo que a los responsables “políticos” del tema se les debería haber exigido menor prepotencia y mayor espíritu colaborador”.
Isidoro Hornillos, presidente de la Federación Gallega de Atletismo desde 2006 aunque perteneciendo a ella desde muchos años antes, se tiene lamentando más de una vez de la situación que se padece con el estadio de San Lázaro. Con motivo de la festividad del Apóstol Santiago de 2012 escribió un artículo en El Correo Gallego donde resaltaba que la “buena imagen de Compostela” chocaba frontalmente “con una de las obras hechas en Galicia más controvertidas en nuestra democracia”: la Ciudad de la Cultura, “por los elevados costes que generan su construcción y mantenimiento”.
Y aprovechó Isidoro Hornillos para retroceder en el tiempo, en concreto a 1993, y hablar de un precedente de “esterilidad social, tras una inversión con fondos públicos” en Compostela como ha sido “la construcción de las pistas de atletismo en el Estadio de San Lázaro, único en Galicia para la práctica compartida del fútbol y el deporte más olímpico de todos. Sencillamente las hicieron mal y nadie asumió la responsabilidad. Los diferentes gobiernos municipales han reconocido el problema pero, hasta el momento, ninguno se ha atrevido a resolverlo”.
El 4 de noviembre de 1997 viví una circunstancia única en el desempeño de mi oficio de periodista cuando entrevistaba al grandísimo atleta cubano Javier Sotomayor en la Secretaría Xeral para o Deporte que, como se ha dicho, estaba ubicada en el estadio de San Lázaro. Sotomayor, muy correcto y bastante lacónico en todo momento, tenía a su lado a su entrenador Guillermo de la Torre. A mí la ocasión me pareció magnífica para tratar de sonsacarle al enorme saltador de altura alguna opinión sobre la penosa situación en la que estaban las pistas que había en aquel recinto que nos cobijaba. Yo pensaba que podría darme un titular acaso rotundo, con el que poder llamar lo más posible la atención.
Tras mencionarle que la instalación no se usaba, no se había inaugurado y se estaba deteriorando, con toda tranquilidad Sotomayor dijo: “Es una de las malas cosas que puede tener España entonces, que tenga instalaciones deportivas y que no tenga ningún tipo de uso”. E Insistí, haciéndole ver que no decía nada bueno en favor de una ciudad si no era capaz de defender con interés un estadio. Javier Sotomayor entonces no contestó. Y no contestó porque, como un resorte, Guillermo de la Torre se levantó airado para ir a quejarse a las personas que hasta allí los habían llevado, también estaba algún dirigente, y aguardaban fuera de la estancia.
Después de esta situación inesperada y un tanto tensa, proseguí la entrevista tranquilamente con Javier Sotomayor pero ya sin hablar de ese asunto. Claro está, me despedí sin el titular que iba buscando.
En diciembre de 2020, la Federación Gallega de Atletismo y los clubes santiagueses enviaron un escrito a la Xunta de Galicia y al Ayuntamiento “reclamando la homologación de las pistas de San Lázaro”. Explicaron que esta situación trae consigo “un serio problema a la difusión y divulgación del atletismo local, comarcal y mismo gallego, en un enclave tan importante como es la misma capital de Galicia”. Quiere esto significar que se sigue en la pelea, aunque es posible que se esté golpeando a un enorme y pesado saco sin corazón.
Un verdadero despropósito, pero del que m no me cabe la menor duda ha sido realizado con todo el propósito… de cobrar la correspondiente subvención del CSD y al tiempo el que nunca tuviese cabida el atletismo en dicha instalación.
Cuando se hacen las cosas para presumir (los políticos) pasa lo que pasa. Había que meter con calzador a un modesto, el Compostela, en Primera como fuese por intercesión divina y jacobea, y montarle un estadio que fue más para atletismo que para fútbol. Y encima lo hacen, en realidad, para todo menos para atletismo, porque el atletismo les importó un pito. Y cuando al Compostela se le acabó el grifo público y el cuento jacobeo, y desapareció en 2007, ahí quedó el San Lázaro, infrausado, feo, anti-fútbol y anti-atletismo, con mil defectos. Mejor les valía reformarlo, pero como estadio de atletismo solamente, y que el fútbol regrese a Santa Isabel o donde quiera.