Estancia en San Petersburgo

Reemprender de la mejor manera posible el trabajo que había quedado abruptamente interrumpido, tratando de situarse al nivel en el que estaba. Ése fue el objetivo que se planteó María José. Se puso en manos de un nuevo entrenador, Jesús Álvarez, en un grupo de cualificados vallistas a los que no observó rechazo alguno. “Me acogieron bien. Lo que pasa es que la procesión va por dentro y nada es igual. Nunca nada es igual”. Pero se encontró con que la obligada inactividad le hacía mella y era ella la que recelaba de sí misma, la que establecía la hipotética barrera con los demás. “Ya la competición es dura de por sí, te demanda el cien por cien de energía para que tú luego tengas el lastre que supone haber estado parada y en entredicho. Es algo muy difícil de superar”.

Acudió a Sevilla, en febrero de 1989, a los Campeonatos de España en pista cubierta en los que acabó quinta con 8.76; una final que tuvo que repetirse al día siguiente debido a una reclamación y en la que triunfó Ana Barrenechea con 8.57. Y en el período estival volvió a ser llamada a la selección (María José fue 14 veces internacional) para participar el 5 de agosto en Estrasburgo (Francia) en la Copa de Europa; integró el relevo 4×100 metros con Díaz, Castro y Myers que finalizó en tercera posición con 44.85. Ésta fue la última vez en la que la viguesa vistió los colores nacionales.

Con Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, en Lausana

Pero ese mes de agosto, en Barcelona, se enfrentó igualmente a los Campeonatos de España  corriendo los 100 metros vallas, con la satisfacción de conquistar una nueva medalla (sería la última de su carrera al aire libre), en este caso de bronce. Antes de disputar la final venció en su serie con 14.24 y quedó segunda en una de las semifinales con 14.36. En la final, con un magnífico tercer lugar, su tiempo de 13.93 estuvo bastante alejado del de las dos primeras: Ana Barrenechea, 13.50, y María José Mardomingo, 13.62. Se dio la circunstancia de que estas tres atletas tenían de entrenador a Jesús Álvarez, y Ana Barrenechea  logró por dos veces el récord nacional.

Ya en 1990, su comparecencia en las citas de más renombre del país le dieron al menos  la satisfacción de una nueva medalla de pista cubierta en San Sebastián. Fue de bronce (con ella cerró el ciclo de preseas en su trayectoria) en 60 metros vallas. Tras ganar la serie en 8.75 y ser segunda en una semifinal con 8.67, su tercer puesto en la final lo alcanzó por correr la distancia en 8.53, viendo, eso sí, que eran inalcanzables Ana Barrenechea, 8.30, y María José Mardomingo, 8.33. Y en Jerez de la Frontera, en agosto, no llegó a ser finalista en 100 metros vallas.

A pesar de que, como vallista, parecía estar algo alejada de lo que era pelear por la primera posición, no por ello dejó de marcarse una meta incumplida: los Juegos de Barcelona 1992. Quería poner todo de su parte para estar en ellos. Pero las cosas no empezaron bien el año anterior a la cita olímpica. En febrero, en los Campeonatos de España en sala en Sevilla, resultó fallida su presencia en los 60 metros al no haber alcanzado la final, y en la misma distancia con vallas fue la séptima pero su tiempo de 8.81 quedó muy distante de quienes dominaban la disciplina: María José Mardomingo, 8.29, y Ana Barrenechea, 8.35.

Tuvo aquel agosto de 1991 otro examen para calibrar sus opciones en los Campeonatos de España celebrados en Barcelona. Cierto que fue la mejor en una de las series de 100 vallas con 14.32, pero se hundió con estrépito en semifinales al ser quinta, 14.61. Fue una de las participantes en la final, donde no se sobrepuso. Lo explica todo su sexto puesto con 14.42; Ana Barrenechea se llevó el oro sin ser inquietada demasiado, 13.86 (la segunda, Mónica Ezpeleta, hizo  13.94).

De pronto María José se vio acompañada por la desmotivación, ya lo de entrenarse en Madrid no le satisfacía y dado que siempre había sentido atracción por los métodos de entrenamiento de los países del Este de Europa, optó por marcharse allá. En septiembre de 1991 aterrizó en San Petersburgo (antiguo Leningrado). Se puso en manos de Yuri Anisimov en la Unión Soviética. Fueron diez meses inolvidables. Una experiencia a relatar. De hecho, en la revista Olimpia, llegó a escribir sobre su primer día en San Petersburgo y más en concreto de su presencia en el Zimniy Stadion, “una instalación vetusta, llena a rebosar de niños”.  Y cuenta: “Me fijaba en los ejercicios que estaban haciendo de gran calidad técnica y un sorprendente dominio del cuerpo. Nunca había visto nada igual en tantos años de práctica atlética. Sus vestimentas eran inimaginables en nuestro país –ropas descoloridas y zapatillas destrozadas-, pero entrenando con alegría e ilusión, quizá porque allí dentro estaban protegidos de las diferencias sociales, la carencia y el malestar social que ya había percibido desde mi llegada”.

María José Martínez Patiño en la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional

También rememora María José su paso por una pequeña población de Ucrania en la que existía un centro de preparación para la pretemporada. Y escribe: “Durante mi estancia en este emplazamiento del Cáucaso pude compartir entrenamiento con Irina Privalova y Ludmila Narozilenko, siendo impresionante la forma de trabajar de estas destacadas atletas. No hay secretos. Seriedad y rigor marcan sus intensivos entrenamientos de mañana y tarde”. Después añade: “En los entrenamientos se desviven por facilitarme las cosas, por hacerme comprender los aspectos técnicos; estoy muy centrada en la tarea que tengo delante y sobre todo muy ilusionada, como hacía tiempo que no estaba. Las sesiones que realizamos de técnica son muy duras, exigen una gran concentración y el entrenador, Yuri Anisimov, no permite que te distraigas ni un instante. Me gusta que sea así”.

Allí mismo se dio de bruces con una realidad que le echó abajo la ilusión que podía tener por ser olímpica. Al competir, sentía permanentes molestias en su pie izquierdo, el de batida para las vallas. “Tenía tanto dolor en el tendón que me di cuenta de que iba a ser inalcanzable poder llegar a los Juegos Olímpicos de Barcelona”. Y no llegó. Optó por el adiós definitivo antes de que diera comienzo el espectáculo. “Creo que en la vida vas quemando etapas. Creo que le he dado al deporte los mejores años de mi vida, lo mejor que llevaba dentro y me fui con la cabeza bien alta”.

En Galicia, María José dejó una huella reseñable: nueve títulos al aire libre (4 de 100 metros, 3 de 200, y 1 de 400 metros y 100 metros vallas).  Todos estos triunfos los acumuló defendiendo los colores del Real Club Deportivo, aunque en su trayectoria se vistió asimismo con los del Valencia CF, Santiveri y FC Barcelona.

Cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona llamaron la atención de las gentes de todos los confines, la viguesa también los disfrutó pero trabajando como periodista. Estuvo en el equipo del conocidísimo hombre de radio José María García. “Es una persona que siempre me ha apoyado, muy trabajadora, muy honesta”.  Estuvo con él primeramente en Antena 3 y después en la Cope para cubrir los acontecimientos atléticos de mayor relieve. Y allá donde fue García, allí estuvo Pati, porque también colaboró en Onda Cero, aunque de una manera ya más intermitente.  En 1993 abandonó Madrid y se instaló en Galicia, en Ribeira, donde desarrolló un efectivo trabajo de promoción del atletismo apoyada por el Ayuntamiento de la localidad.

La viguesa entrenando a unos jóvenes en Ribeira (El Correo Gallego)

Nadie puede discutir que su peripecia vital, lo que le ha sucedido, es motivo más que atrayente para ser contado. Y por eso las cámaras del británico Anthony Thomas, experto en documentales, rodaron en 2010 la producción titulada Middle Sex (Sexo Medio), emitida por la BBC. Y asimismo la cadena HBO se interesó en ella e igualmente reflejó su peculiar biografía.

La viguesa María José Martínez Patiño es profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación y del Deporte de la Universidad de Vigo y Asesora de la Comisión Médica del COI en materia de género y medicina del deporte.

Y nada mejor para cerrar el círculo que recurrir a la figura del profesor sueco Arne Ljungqvist, firme apoyo con el que contó la viguesa en su tenaz lucha. En julio de 2000 manifestó que María José Martínez Patiño había tenido “un papel fundamental” en la supresión de los controles de feminidad en el deporte. El sueco le había hecho llegar una carta a la ya exatleta agradeciéndole “el papel fundamental que ha desempeñado en la serie de acontecimientos que condujeron a que primero la IAAF, luego otras organizaciones como la FISU y finalmente el COI abandonaran la investigación genética del sexo femenino en las competiciones”. Esto condujo a que los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 fueran los primeros en 32 años en los que no se practicó el control de feminidad para las atletas, algo que había introducido el COI en 1968.