Vallista en la playa de Santa Cristina
Entre los siete atletas españoles que participaron en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, figuraba Manuel Suárez-Pumariega Molezún, al que siempre se ha conocido en las pistas por Molezún. En Wembley quedó tercero, y eliminado, en la tercera serie de 110 metros vallas (15.9), lo que no le supuso decepción alguna porque sabía que no existía equilibrio entre el atletismo nacional y el extranjero. “Estábamos a distancias abismales”, comentó. Se vio superado por el argentino Triulzi y el australiano Gardner, ambos con idéntico registro: 14.6. Detrás de él quedaron el británico Birrell y el griego Grosfield.
Las carencias por las que pasaba nuestro país las observó, por ejemplo, sobre el mismo escenario de la competición. “Veía con asombro, y yo tomaba notas, que poseían un carrito con motor que llevaba las vallas; unos palos largos para poner el listón de pértiga… Cosas sencillísimas pero nosotros estábamos a distancias galáxicas de aquellos perfeccionamientos”.
Los de Londres de 1948 fueron los primeros Juegos celebrados tras la Segunda Guerra Mundial y eran, inevitablemente, tiempos de escasez. Molezún recordó su estancia en aquella cita: “La comida venía de Argentina. Era muy pobre. Dormíamos en barracones militares. Había que hacerse la cama; comer en fila como se ve en el ejército o en una cárcel, es decir, un plato y a la cola. El único lujo estuvo en que fuimos en avión. Yo era la primera vez que volaba”.
Cuando Molezún (A Coruña, 1920 – Madrid, 2001) acudió a Londres tenía en su poder el récord nacional de 110 metros vallas que había logrado el 27 de junio de 1948 en Madrid, con un registro de 15.5. Además ya había sido campeón de España en 1942, 1947 y 1948. Este último certamen se celebró en Avilés, faltando menos de un mes para el acontecimiento olímpico. En la ciudad asturiana, además de a su habitual triunfo en los 110 metros vallas (su marca de 15.5, con la que igualaba el récord, no fue válida porque se comprobó que la pista tenía un ligerísimo desnivel), unió la victoria en salto de altura (1,79). El último título nacional, también en las vallas, lo alcanzó Molezún en 1949.
Finalizados los Campeonatos de España de Avilés, los atletas seleccionados para Londres ya quedaron allí concentrados. “En todo ese mes no pasé una valla”, se lamentaba. “Estuvimos paseando por el monte, haciendo gimnasia sueca y correteando. Después de los Campeonatos de España el primer tiro que oí para salir corriendo fue en Londres”. Parece claro que existía un concepto muy peculiar sobre la preparación. “Decía el entrenador que lo que había que hacer era comer bistecs gordos y pasear por el monte”.
Molezún tenía ocho años cuando se marchó con su familia para Madrid, pero volvió a residir, por culpa de la Guerra Civil, en A Coruña, donde finalizó el bachillerato en el Instituto Eusebio da Guarda. Y de nuevo se vio viviendo en la capital de España, lugar en el que se había acercado al atletismo y el atletismo lo acabó atrapando definitivamente. “Recuerdo mi época de colegial en Madrid cuando iba andando desde mi barrio, que era en el centro, a la Ciudad Universitaria, donde había una pista muy pequeñita. Iba todos los domingos a ver aquel atletismo primitivo en el que conocía a todos, es decir, Hernández Coronado, Juanito Sastre…Vi competir a Luis Agosti, el famoso lanzador de jabalina. Todos eran mis héroes. Allí me empapaba de atletismo”.
En 1941, siendo estudiante de Medicina, salió airoso como fino vallista entre un grupo de universitarios que estaban dispuestos a ejercer de atletas. “De repente me vi participando. Se me reveló una facilidad para hacer ese estilo de valla característico y, como era el que mejor lo hacía, pues Molezún a saltar vallas”. De aquel crucial momento de inicio explica: “Nos juntamos quince o veinte jóvenes entre los que estaba Vallhonrat, que luego destacó en longitud; José Luis Torres, que sobresalió mucho en disco y en peso; Forcano en martillo…, gente así que durante siete u ocho años estuvimos ganando”. Molezún llegó a ser cinco veces campeón de España universitario en la década de los 40 (1943, 1945, 1946, 1947 y 1949).
Pero a él le correspondió vivir une época en la cual el entrenamiento brillaba por su ausencia, tal como manifestó en los primeros años 90 del pasado siglo: “Yo digo así un poco de broma para explicar el asunto a la gente: entrenábamos los jueves. Con eso está dicho todo. Los domingos podía o no haber una carrera. Los meses de abril, mayo y junio solía haber todos los domingos una prueba, pero entrenar, entrenar era los jueves. Y entonces levantaba un poco la pierna. No he corrido en entrenamientos más de 100 metros jamás. Y ninguna vez más de una ocasión. Pasaba la valla dos o tres veces, corría un 100 metros así suavito y ya consideraba que me había entrenado. No es lo de correr 10 o 25 veces 100 metros que se hace ahora. Eso me asombra”.
Aunque nacido en A Coruña, Molezún vivió la mayor parte de su existencia lejos de Galicia y es indudable que como atleta se formó en tierras de Castilla. Pero no por ello ha dejado de sentirse gallego. Supo explicarlo muy bien: “Siempre soy muy aficionado a decir que soy gallego. Me gusta incluso sacar el acento cuando hace falta. Toda la familia es gallega. Me considero… mitad y mitad. ¡Qué le voy a decir! He participado siempre por Madrid y he sido un atleta oficialmente castellano. Pues qué le vamos a hacer. Es como si dijéramos que Schuster es madrileño, pero es alemán”.
Cada vez que se acercaba hasta A Coruña para estar con familiares, solía acudir a la prácticamente desierta playa de Santa Cristina donde, a falta de mejor instalación, improvisaba un escenario para ejercitarse como vallista. “Pintaba una raya en el suelo a los 13,72 metros y era mi primera valla, de modo que yo saltaba por el aire haciendo una caricatura de valla y luego hacia eso dos o tres veces: caía, tres pasos, saltaba; caía, tres pasos, saltaba. Lo gracioso es que esto me servía luego para ir a Barcelona o a donde fuera a saltar vallas”.
En su andadura profesional, Molezún ejerció como médico en Madrid, pero abandonó esta actividad en 1955 para dedicarse a la pintura, donde se ha consagrado como uno de los grandes de la abstracción geométrica, con proyección internacional. Su obra, relevante, puede contemplarse, por ejemplo, en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca o en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela.
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