Dueño y señor de Nueva York

La primera vez que Manuel Rosales (Marín, 1935) corrió el maratón de Nueva York, el más célebre del mundo, fue en 1986, cuando contaba 51 años. Entonces rozó el podio -quedó cuarto con un tiempo de 2 horas 40 minutos 26 segundos- entre los participantes de su misma franja de edad, pero aquella experiencia ya le hizo comprender lo que de extraordinario tenía esta carrera. Y volvió a ella muchas veces más para convertirse en un ciudadano reconocido, admirado, al que se buscó con ojos ilusionados para obtener su firma de campeón. “En Nueva York soy un mito”, llegó a decir en 2021. Y si es así se debe a que fue ganador ocho veces (otras tres acabó segundo) y además con la particularidad de que en seis de ellas finalizó batiendo el récord. Por la prueba neoyorquina tiene auténtica devoción. “Corrí en muchas partes del mundo”, manifestaba en La Voz de Galicia en 2015, “pero esta carrera no se puede comparar con ninguna otra”.

Manuel Rosales, veterano ilustre (Atletismo Español)

Este maratón que disputó en Estados Unidos en 1986 no fue, sin embargo, el del debut de Rosales en esta mítica distancia. Este hecho se produjo en Atenas a finales de 1985, donde su triunfo le supuso “mucha ilusión” ya que, según contó en 2021 en la web de la Federación Española de Atletismo (RFEA), se acordó mucho de su padre, Manuel Rosales como él y entregado al ciclismo en su juventud, ya que solía tallar figuras de madera de atletas griegos. “Motivado por aquello”, dijo, “mi padre acabó una talla que había empezado años antes con imágenes de los Juegos Olímpicos y me la regaló”. La talla en cuestión se encuentra en el Museo Manuel Torres de su localidad natal.

Hasta 1990 no volvería Rosales a Nueva York, pero ese año ya obtuvo el primero de sus ocho triunfos. Tenía en aquel momento 55 años y acabó la carrera en 2 horas 39 minutos 31 segundos, un registro que superaba el mejor tiempo hasta entonces para las gentes de su edad. Posteriormente estuvo ausente seis años y cuando retornó en 1996, siendo ya sexagenario, encadenó las otras victorias que dan lustre a su brillantísimo palmarés de atleta veterano. Así pues, en 1996, con 61 años, corrió en 2h46:10 (récord también); en 1997, con 62 años, hizo 2h47:10 (récord); en 1998, 63 años, terminó en 2h50:05; en 2000, con 65 años, acabó en 2h57:39; en 2001 y 66 años concluyó en 2h58:56 (récord); en 2002, cuando tenía 67 años, hizo 3h04:46 (récord); y en 2003 corrió a sus 68 años en 3h08:37 (récord). Esta última victoria no la obtuvo curiosamente el día de la prueba; pasado un tiempo, estando ya en casa, recibió un comunicado de los organizadores del maratón confirmándole que se le daba a él el triunfo en vez de al veterano norteamericano que se había premiado por haberse detectado irregularidades.

En otras tres oportunidades, como se ha dicho, se quedó Rosales a las puertas de vencer en las calles de la populosa ciudad norteamericana. Quedó en segundo lugar en 1999 con 64 años, habiendo finalizado en 2h59:12; en 2006, septuagenario ya, 71 años, pasó la meta en 3h27:35; y en 2007, cuando contaba 72, puso el punto final en 3h35:37.

Rosales tiene reflejado en alguna de sus entrevistas la emoción que sentía cada vez que viajaba a Nueva York para competir. “Hay millones de personas viendo la prueba, la ciudad entera se vuelca con su carrera. Cuando vas derrotado y vencido físicamente la gente te lleva hasta la meta, especialmente en Central Park”. Él siempre se ha sentido feliz allí. “Me daban un trato como a la élite. Recuerdo en Nueva York saliendo junto a De Castella, por ejemplo…”

En el maratón de Valencia que ganó en 1996 (Atletismo Español)

Manuel Rosales practicó, siendo joven, el ciclismo, el deporte al que se había entregado su padre allá por los años 20 y 30 del siglo pasado. Ya en 1928 su progenitor se proclamó campeón gallego de fondo en Vigo cuando no figuraba entre los favoritos y el reconocido periodista Manuel de Castro, Hándicap, lo mencionó como “pequeño gigante”, tal como refleja Gerardo González Martín en su libro 120 anos de ciclismo galego. Y volvería a ser de nuevo campeón en la ciudad olívica en 1929, habiéndose escrito en El Pueblo Gallego que “es de lo más serio con que cuenta este deporte en Galicia”. Y su tercer título gallego lo obtuvo en 1933, año en el que también intervino en la I Volta a Galicia. Igualmente concurrió a competiciones relevantes como la Vuelta a Cataluña y la Vuelta al País Vasco.

Nuestro personaje, el afamado atleta veterano Manuel Rosales, le contó a González Martín que su padre “estaba dotado de una voluntad y de una capacidad de sufrimiento asombrosas, lo que le ayudó mucho”. Y también le recordó una canción que le había transmitido de su paso por aquel ciclismo no exento de penalidades: “A un ciclista en carretera/nunca le falta una pena. / O se pincha un tubular/ o se rompe la cadena”.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que Manuel Rosales siguiera los pasos de su padre. En el ambiente familiar era lógico que se respirara aroma ciclista, de ahí que se entusiasmara con naturalidad a la bicicleta más allá de la infancia y la juventud, llegando con ella a ese estadio en el que se puede responder con seguridad yo soy ciclista, de tal manera que se vio las caras con ilustres del pedal como Julio Jiménez o Bahamontes, escaladores los dos de relumbrón, pero también convivió de cerca, muy de cerca, con el campeón ponteareano Emilio Rodríguez, hermano del gran Delio, al que trató mucho y con quien tenía enorme confianza. “Emilio me llevaba como el pequeño, la mascota…”, dice. “A mí me trataban muy bien, me aconsejaban”; y es que conviene no olvidarse que ya su padre había llegado a coincidir en la carretera con quien ha sido el más ilustre de la saga Rodríguez, el histórico Delio.

Cuando era un joven corredor ciclista (M.R.)

Pero la cercanía de Manuel Rosales con Emilio fue muy estrecha, muy real. “Lo admiraba mucho”, afirma quien acabaría siendo una figura en Nueva York pero corriendo a pie. “Además era un auténtico temperamento del ciclismo”.  Recuerda Rosales con enorme cariño una carrera por Castilla en la que coincidían él y Emilio. Y explica uno de aquellos movimientos que se producían en la calzada entre corredores que iban en grupo. Cuando alguien intentaba la escapada desde la cola surgía, con el ánimo de abortarla, alguna voz avisando ¡va, va, va! para que quienes iban delante acelerasen e igualaran la velocidad del que pretendía la fuga. “Pero cuando demarraba Emilio decían ¡qué va Emilio!, ¡va Emilio! Ya todos sabían que había que agarrarse al manillar y el demarraje aquel era brutal”, afirma sonriendo. Lo que hacía Emilio era demoledor. “El pelotón”, prosigue, “se estiraba de una forma… Yo me reía cuando decían ¡ya va Emilio! Tenía unas cualidades asombrosas”.

Como ciclista, Manuel Rosales se mostró con igual acierto tanto en el sprint como subiendo y no duda en afirmar que “era de los mejores que había en Galicia”; pero ojo, tiene muy claro que no fue un ciclista que haya destacado, aunque lógicamente hizo “carreras buenas” como aquella en Asturias en la que fue la sombra de Carmelo Morales, apodado Jabalí, “un ciclista muy bueno también”. “En un puerto escapamos él y yo”; bueno, el que dio “el leñazo” fue Carmelo Morales y a su rueda se pegó con desparpajo el joven de Marín. Los dos solos. “Al terminar el puerto me dice Carmelo: `Tú que haces aquí, claval´. Le dije, vamos para meta que me conformo con el segundo puesto”. Dado que Carmelo tenía dos hermanos, le respondió que no. “Yo voy a esperar por mis hermanos”, sentenció.

Interviniendo en una de las ediciones de la Vuelta a Portugal en los años cincuenta, el joven ciclista pontevedrés se encontró de cara con el drama. Dos jóvenes amigos de su equipo se murieron en la segunda etapa, uno en el hotel y otro en la carretera, como consecuencia de los estimulantes. Este hecho le marcó tanto que acabó siendo el detonante de su adiós al deporte de la bicicleta. Rememora este penoso suceso señalando que, en aquel tiempo, se solía utilizar la simpatina. “Los estudiantes”, indica, “para no dormir usaban simpatina para poder estudiar. Hacía efecto también en el rendimiento deportivo”.

La primera etapa de la ronda lusitana se había celebrado por la noche en el velódromo cuando en el país se estaban dando los primeros pasos de la televisión, algo que no existía aún en España. “Y yo aparecí por televisión por primera vez”, recuerda. Y cuando se disputó la segunda etapa el calor era “terrible”. Debido a ello, “el asfalto se derretía” y las ruedas se pegaban sin remedio a la carretera. Tratando de solventar de la mejor manera posible la situación “íbamos muchas veces por la cuneta”. Y quizá fue esto, el sol abrasador unido a que “debieron tomar simpatinas”, lo que provocó el dramático desenlace.

Al ciclista Manuel Rosales se le vio también, entre otras pruebas, en la carrera A Coruña-Ferrol-A Coruña, con dos etapas, celebrada el 11 de agosto de 1957. Participaron 25 corredores (de Galicia, Madrid, León y Zamora) y la finalizaron 16. El ganador fue el coruñés José Ponte con 3 horas 54 minutos 23 segundos. Manuel Rosales se clasificó décimo con 3h54:55.

El atleta de Marín corriendo por la calle exterior en Japón (ECG)

Con motivo de ser A Coruña meta, en el estadio de Riazor, de la segunda etapa de la Vuelta Ciclista a España de 1960, el sábado 30 de abril se disputaron allí unas carreras para ciclistas locales y regionales con el propósito de entretener a los aficionados que esperaban a los ciclistas de la ronda española. Manuel Rosales participó en aquellas carreras. El ciclista de Marín quedó quinto en la prueba por puntuación (15 vueltas a la pista) que fue ganada por el coruñés José Ponte (también se impuso en la de eliminación) seguido de José Constenla, de A Estrada, y Raúl Rey, de Ourense.

Ya no corría en bicicleta cuando tomó la determinación de marcharse para Alemania a trabajar, en un inicio como soldador y después de tornero. Estando allí, como tiene relatado, “salía a correr a menudo por los bosques alrededor de donde vivía”. Todo transcurría con normalidad hasta que acabó enfermando. “Me encontraba agotado y no podía más”, contó en la web de la RFEA en 2021, motivo más que suficiente para retornar a España. “Tenía los pulmones negros, como si fuera un fumador. El origen estaba en los trabajos que había hecho con mi padre de chaval en el taller”. Y buscó la recuperación -aunque le llevó su tiempo- volviendo a correr a pie porque se dio cuenta de que “eso venía bien a mis pulmones”.

En la faceta del Manuel Rosales atleta entra en juego la figura del entrenador Carlos Landín (Marín, 1957), quien en aquellos años ochenta, 1983 o 1984, ya comenzaba a encauzar la carrera de algún joven. El punto de arranque de la unión surgió en Pontevedra. “Rosales apareció en el estadio de la Juventud y sin ni siquiera calentar dio una vuelta fuerte a la pista cayendo al acabarla”, recuerda Landín. Pero, “como le conocía desde niño”, se acercó a él para indicarle que para correr era necesario observar “unas mínimas reglas”. “Entonces me preguntó si le podía entrenar”. Así se selló aquella relación que acabó siendo triunfal.

“Su progresión fue meteórica”, argumenta Carlos Landín. “En pocos meses ya ganaba todas las competiciones” en Galicia con rivales de su categoría y “apenas en un año ganaba todos los campeonatos de España a los que acudía”, abarcando desde los 3.000 metros en pista cubierta hasta el maratón y pasando por los 5.000 y 10.000 metros. Se decidió pronto por competir en el extranjero y sucedió igual. “Lo ganaba todo”. Para Landín “fue prácticamente imbatido” en un largo período de una veintena de años. “Como atleta veterano es un referente en el mundo”.

“Rosales era muy especial entrenando y muy duro”, señala Carlos Landín. Le gustaba hacer “largas tiradas” de kilómetros por el terreno “rompepiernas” del lago Castiñeiras. “Nunca se cansaba”. Saca a relucir el técnico que “a menudo le hacía de liebre”, aclarando que en aquel tiempo “yo bajaba muy fácil de 14:30 en 5 kilómetros o de 9:00 en 3.000 obstáculos”. “Y con frecuencia yo tenía que parar” acuciado por la fatiga “y él seguía corriendo aún varios kilómetros”. “Sin duda es el prototipo de fondista muy sufrido. Nunca se rendía y más aun compitiendo. Lo daba todo».

Tanto Carlos Landín como Manuel Rosales tienen mucho que ver (todo, en realidad) en el renacimiento del San Miguel, el club de Marín que, habiéndose fundado en 1961, fue languideciendo años después hasta llegar a desaparecer. Pero volvió a resurgir con ímpetu en 1986. Cuenta Landín que Rosales le preguntó por la posibilidad de refundarlo “y nos pusimos manos a la obra”. “En poco tiempo ya había casi una veintena de chavales dispuestos a correr”. Entre estos chavales estaban los hermanos De la Torre, Daniel, Carlos y Elisardo, habiendo llegado los dos últimos a olímpicos.

Premiado en la Carrera Pedestre Popular de Santiago (ECG)

Uno de los triunfos más sorprendentes de su carrera hay que buscarlo sin duda en el maratón de Valencia de 1996. En el rico palmarés de este maratón de prestigio (comenzó a disputarse en 1981) se incrustó el atleta de Marín, lo que supuso una revolución. Tiene lógicamente su historia. La organización había decidido desde el año anterior un formato denominado maratón compensado. Se pretendía con ello que todos los participantes, independientemente de su edad, pudieran competir en igualdad de condiciones. De esta manera, aquellos que tenían más años eran los primeros en salir y así, de manera escalonada, lo iban haciendo otros corredores según la franja de edad hasta que, por último, iniciaban el recorrido los más capacitados, fácil de comprender, a la victoria.

Nada ilógico había sucedido en 1995, pero en la edición de 1996 nadie fue capaz de arrebatarle la victoria a Manuel Rosales, con lo que se llevó el atractivo premio en metálico. Los favoritos, habiendo salido más de media hora más tarde, no habían sido capaces de alcanzar a un veterano de clase descomunal. El lío que se armó fue morrocotudo. Lo único que pudieron hacer los organizadores fue desechar el maratón compensado a partir de entonces. El tiempo real invertido por Rosales fue de 2 horas 41 minutos 28 segundos (el tiempo compensado fue 2h13:15).

También, claro está, se pueden indicar otros momentos sublimes de este hombre tan entregado al atletismo, al que consideró en 2006 como “el deporte rey porque es la base de todos los deportes”. Y añadió además que si se hubiera dedicado al atletismo de joven creía que “podía haber llegado a un alto nivel” y que le hubiese encantado “pelear por una medalla olímpica”.

Así pues, situémonos, por ejemplo, en el año 1989 cuando acudió, el 12 de febrero, a los Campeonatos de España de pista cubierta en San Sebastián donde ganó los 1.500 metros con 4:33.0 y los 3.000 metros con 9:36.7. Y en Valladolid, en 1997, era el mejor en el certamen nacional en pista al aire libre en 5.000 (17:48.4) y en 10.000 (36:39), algo que repetiría el año siguiente en San Juan de Aznalfarache (Sevilla) con un registro de 17:58.30 en 5.000 y 36:26.40 en 10.000. Este último año, el de 1998, estuvo en los Campeonatos de Europa en Italia donde alcanzó el subcampeonato en 10.000 metros con 35:32:47 y un magnífico título en maratón al terminarlo en 2 horas 46 minutos 50 segundos.

Se adentró en el nuevo milenio de manera tan eficaz como había ocurrido en los años anteriores. Se le reconocía su mérito y él no defraudaba. Quedó campeón de España de cross y de 10.000 (36:52.16) el año 2000. Y en 2001, en Salamanca, en los Campeonatos de España de pista al aire libre ganó los 5.000 metros con 18:16.2 y los 10.000 con 37:53.77. Viajó en julio de ese año 2001 a Brisbane (Australia), cuando era ya un curtido sexagenario, y se trajo con él los títulos mundiales de 5.000 metros (17:52.05) y 10.000 (37:26.56).

En 2003 acudió a los Campeonatos de España de pista cubierta disputados en Oviedo el mes de febrero. Rosales ganó los 1.500 metros con 5:08.28 y también se impuso en los 3.000 con 10:44.90. Signifiquemos que los tiempos realizados por Rosales suponían el récord español. Pero también ese año 2003 se acercó hasta San Sebastián para intervenir en los Campeonatos de Europa de pista cubierta. Aunque finalizó quinto en 1.500 metros con un registro de 5:09.21, se llevó el título en 3.000 corridos en 10 minutos 39 segundos 88 centésimas.

Después de imponerse en A Rúa (Ourense) en el Campeonato de España de cross de 2004, siete días más tarde, pero ahora en Málaga, a Manuel Rosales nadie lo superaba entre los mayores de 65 años en la competición nacional de medio maratón que finalizó en 1 hora 25 minutos 56 segundos. Un año más iba de victoria en victoria. Se desplazó a Auckland (Nueva Zelanda) donde tuvo lugar el Campeonato del Mundo en ruta y el torneo lo concluyó con dos medallas de oro: en 10 kilómetros (38:18) y en medio maratón (1h23:57).

En el Obradoiro, en una de sus muchas participaciones en la Carrera Pedestre de Santiago (ECG)

Aunque cumpliese años, su ímpetu no decaía. Él ha seguido a lo suyo que no ha sido otra cosa que correr eficazmente le echaran lo que le echaran. Si nos situamos en 2005, cuando se mostraba felizmente como un septuagenario joven, se verá que lo fue bordando en cualquiera de las competiciones en las que estuvo. Conquistó el título español de cross en Palma de Mallorca, el de medio maratón en Oviedo (1h23:19), fue segundo en el medio maratón europeo en Portugal (1h22:04), y en pleno verano, en agosto, quedó campeón de España en Torremolinos de 5.000 metros (19:23.63) y de 10.000 (39:17.24). Y habría que afirmar que llegó pletórico el 22 de agosto a San Sebastián donde se acogieron los Campeonatos del Mundo al aire libre. Manuel Rosales ganó el cross, los 5.000 (19:09.71) y los 10.000 (39:45.53). Y dando muestras de una entrega absoluta también se enfrentó al maratón en el que acabó segundo (3h24:25). “En esta última prueba salí muy fuerte y luego me acabó pasando factura”, le manifestó a Ignacio Mansilla, de la RFEA. “Al cansancio acumulado por todas las pruebas disputadas anteriormente se sumó el fuerte calor reinante; lo pasé mal e incluso pensé en abandonar; sin embargo aguanté hasta el final”. Además reveló que había ido primero casi toda la carrera hasta que se vio superado a falta de seis kilómetros para la meta.

“La máxima figura española fue el incombustible Manuel Rosales…” se dice en Atletismo Español de su actuación en los Campeonatos del Mundo de pista cubierta en Linz (Austria) de 2006. Después de haber quedado campeón nacional de cross en Tres Cantos (Madrid), en la ciudad austríaca fue el primero en cross, en 3.000 metros (11:35.25) y en medio maratón (1h29:14). De esta actuación mundialista comentó en la web de la RFEA: “Mi ilusión al viajar era sacar el mayor número de medallas para mi país. Es un orgullo que el nombre de España figure en los primeros lugares de la clasificación de estos campeonatos y que uno pueda contribuir a ello. La verdad es que en Austria no había muchos rivales fuertes; no estaban los atletas con los que suelo pelear en otras competiciones”. Por esta circunstancia, según explicó, no encontró una oposición como en otras ocasiones.

Al haber enfilado ese año 2006 de manera tan eficaz, continuó por idéntica senda sin saber lo que era perder. El 28 de mayo, en Bilbao, quedó campeón de España de maratón con 3h15:57 (récord nacional) y el segundo clasificado, M. Paz, llegó a la meta en 4h18:34. Y en el mes de agosto acudió a Poznan (Polonia) para intervenir en los Campeonatos de Europa, donde sumó dos medallas de oro: en 5.000 metros (19:29.17) y en 10.000 (41:53.18).

Con el olímpico de Marín Elisardo de la Torre (ECG)

Dos citas europeas sobresalían en 2007, y no las dejó escapar. Acudió en marzo a Helsinki (Finlandia) para contender bajo techo donde, sorprendentemente, no se alzó con la victoria: fue medalla de plata en 3.000 (11:42.19) y bronce en cross; pero en mayo, en el torneo en ruta en Alemania, conquistó el oro en 10 kilómetros (41:00) y contribuyó a que el equipo español (tres corredores) obtuviera la presea de bronce en esos 10 kilómetros.

Manuel Rosales intervino en múltiples competiciones en su amplia trayectoria atlética porque le gustaba estar en ellas. “Me encantaba competir y subir al podio con la bandera de España”, le indicó a Vicente Capitán en 2021. ¡Lo que habrá gozado!  Como cuando fue campeón de Europa de 10 kilómetros en ruta (41:52) en Dinamarca en 2009 o campeón del mundo de maratón (3h50:38) en Sacramento (Estados Unidos) en 2011, carrera que se disputó a las cinco de la mañana porque, según cuenta Atletismo Español, allí es habitual este horario en las carreras de asfalto.

En el umbral de los 80 años, en 2014, seguía empeñado en la competición, lo de rendirse no iba con él, de tal manera que fue subcampeón del mundo en marzo en Budapest (Hungría) en medio maratón (1h43:46) y tercero en la carrera de cross. Y en abril era el mejor en su tierra gallega, en Padrón, en el Campeonato de España de 10 kilómetros en ruta (46:11).

Para quien dice con enorme orgullo que ganó el maratón de Boston el año de su centenario, y por dos veces el de Londres, otras dos el de Berlín (también triunfó en tres de sus medios maratones) y el de Róterdam…, se encontró con que, cumplidos los 82 años, una hernia inguinal le obligó a tener que operarse y, debido a su edad, el cirujano valoró que era conveniente ponerle un marcapasos. “Aquello fue un error”, manifestó Rosales en 2021. “No pedí segunda opinión y el marcapasos me ha dejado muy limitado para hacer ejercicios. No puedo pasar de 80 pulsaciones al minuto más o menos y, si paso, me veo muy fatigado. Me da rabia porque aún sigo saliendo a andar y cojo la bici. Tuve que dejar la competición”.

Manuel Rosales dio por finalizada su apasionada vida en el atletismo con un botín de ensueño: 48 medallas individuales conseguidas en campeonatos mundiales y europeos de categoría máster. Con sello universal obtuvo 18 al aire libre, 6 en pista cubierta y 7 en ruta, y con sello continental 6 al aire libre, 3 en pista cubierta y 8 en ruta. Toda una proeza.