El cross insufrible
Tenía los destellos propios de los elegidos aunque no se le podría considerar una estrella, acaso porque nunca lo pretendió interesado como estaba principalmente en sus libros de texto. José Ángel Pérez Villar (Santiago de Compostela, 1944), fino velocista, de calidad acreditada, quedó subcampeón de España de 200 metros en 1965, superado únicamente por ese monstruo de la regularidad que fue el salmantino José Luis Sánchez Paraíso. Pero hay más. Con el testigo en la mano, con sus compañeros coruñeses, consiguió tres medallas (oro, plata y bronce) en la competición nacional de relevos 4×100, 4×200 y 4×400 los años 1964 y 1966. Integrando el Equipo Militar de la VIII Región (perteneció también a la SD Compostela y el Deportivo) ayudó a que se proclamara campeón de España de primera categoría el 2 de octubre de 1966. Como internacional militar, participó en los Mundiales de Bruselas (1963) y A Coruña (1964).
De su comparecencia internacional con la gente de la milicia en suelo belga recuerda la concentración previa del equipo en las instalaciones militares del monte de San Pedro de Visma en A Coruña y su intervención en el estadio Heysel en el relevo corto, siendo el primero de los componentes… Pero está claro que de aquel viaje no se le difuminó lo más mínimo algo también especial: “Era mi primer vuelo”, comenta. “Íbamos en un avión militar con hélice que volaba a baja altura. Un espectáculo hermosísimo visto desde la ventanilla”.
Otra cosa fue la competición en el estadio coruñés de Riazor, en 1964, con una ciudad totalmente volcada con los Mundiales Militares que tuvieron una indudable resonancia. José Ángel Pérez Villar participó en la tercera eliminatoria de 200 metros, y nada menos que con él el fabuloso Ottolina (fue quien ganó la final con 20.8). También se impuso el italiano en la serie clasificatoria con 21.5, seguido del belga Poels, 22.0, y el santiagués en tercera posición con 22.5, puesto que no le valió para poder disputar las semifinales. Pérez Villar, en aquella carrera, quedó delante de Tamminga (Países Bajos) 22.6, Andrade (Portugal (22.6), y Kormalis (Grecia), 23.0.
Su participación mundialista militar concluyó con el relevo 4×100 que integraban igualmente Rodríguez Quinteiro, “¡cómo corría!, sus piernas parecían un molinillo”, indica, Boullosa y Ángel Calle. El conjunto español ganó una de las semifinales y en la final acabó cuarto con 41.9, aventajando a Bélgica, 42.1, y Grecia, 43.1; los tres equipos del podio fueron: Italia, 40.7, Países Bajos, 41.4, y Francia, 41.6.
Ángel Pérez Villar, al que llaman Chicho, llegó al atletismo como suelen llegar tantos y tantos, participando en una carrera de campo a través estimulado posiblemente por su profesor de Educación Física, Antonio Valenzuela, en el Colegio Minerva. Tenía 16 años. El escenario de aquel debut se produjo en el Monte de la Condesa, en la Residencia universitaria de su ciudad natal, y el protagonista lo recuerda así: “Participé en juveniles, me pareció un suplicio y, llegando a la meta, se me ocurrió morir un poquito más y me lancé a toda velocidad hacia ella; pasé a varios y gané la carrera. Fue mi primer éxito deportivo, e inesperado”. Y todavía pervive en él, como si no hubiese tenido suficiente con aquella primera experiencia agridulce, otra actuación de las mismas características en el coruñés Monte de Elviña. “No quedé en muy buena posición. Me volvió a parecer insufrible la prueba. No recuerdo que volviera a correr más veces campo a través. ¡Uff!”
Pese a todo, quedó enganchado al atletismo y ya tuvo entonces un tiempo para dedicárselo al entrenamiento, de tal modo que, al irse destapando como un velocista con posibilidades, fue reclamado a prepararse por el verano en las magníficas pistas de ceniza de Riazor, entrenado por Manuel Fraga Ferrant y viviendo a cuerpo de rey, sin que le costase un duro, en el hostal Villa de Lage, en la coruñesa calle de San Andrés, donde también se concentraban otros destacados atletas. Concluida la campaña de 1963, siendo júnior, Pérez Villar se asomaba en el ranking nacional en los puestos altos con sus 10.8 en 100 metros (dominaban Sánchez Paraíso y Calle con 10.6) y sus 22.1 en 200 (Suárez Garrudo y el férreo Sánchez Paraíso eran líderes con 21.6).
Después de haber estudiado dos años Matemáticas en Santiago, los convalidó y optó por emprender la carrera de Físicas en Madrid en el curso 1963-64. “Tenía una beca de estudios que me permitía pagar el Colegio Mayor Miguel Guitarte de la calle Amaniel, muy cerca del metro de la Plaza de España, en donde lo cogía para ir a entrenar a la Casa de Campo. Muchas veces quedaba con Pedro Arteaga y solíamos hacer series de diferente longitud. Uno se iba para casa cuando empezaba a estar cansado. Poco profesional”, afirma quien tenía muy claro el camino a seguir: “Para mí, el mantener la beca con buenas notas, dada mi situación económica, era lo principal, aunque reconozco que disfruté muchísimo con el atletismo, con la gente y con las competiciones”.
Muy posiblemente no llamó la atención su presencia en los Campeonatos de España de 1963 en Montjuic, donde, en el hectómetro, no corrió lo suficiente para ser finalista. Pero la situación ya cambió un año más tarde en Madrid, donde el equipo de 4×100 metros de A Coruña, un cuarteto de armas tomar, José Rodríguez Quinteiro, Antonio Prunell, José Ángel Pérez Villar y Ángel Calle, se llevó el oro con todas las de la ley con unos espléndidos 42.5, récord del campeonato, mientras que Barcelona quedaba subcampeón con 43.6 y el tercer lugar era para Guipúzcoa, suficientemente alejada con sus 44.9.
Magnífico le resultó el año 1965. A mediados de julio, en Vallehermoso, después de imponerse en una de las series de 200 metros con 22.2, se dispuso a competir en la final buscando la gloria definitiva. De los seis hombres en liza, solo José Luis Sánchez Paraíso fue capaz de hacerlo mejor. El salmantino quedó campeón con 22.0. Pérez Villar, de nuevo con 22.2, se alzaba con el subcampeonato, mientras que la tercera plaza se la llevaba uno de los hombres más poderosos con que contó nuestro atletismo, Ramón Magariños, con un registro de 22.4. Tras los conquistadores de los puestos de honor se clasificaron, por este orden, Antonio Prunell, José Rodríguez Quinteiro, y Pedro A. Espinosa, aunque los tres con la misma marca de 22.7.
Y se dejó aquel año 1965 la lucha por el título nacional tanto de relevos como de decatlón y pentatlón para los días 25 y 26 de septiembre en las pistas del Parque Sindical Puerta de Hierro de Madrid. Los coruñeses que se enfrentaron al 4×200, Prunell, Díaz Núñez, Pérez Villar y Calle, acabaron en quinta posición en 1:32.7, aunque habrá que hablar de un atenuante, ya que, como bien recuerda Pérez Villar, se lesionó y tuvo que entregarle andando el testigo a Calle, último relevista. “Me he lesionado (rotura de fibras) en varias ocasiones”, dice. “Todo era debido al poco entreno que hacía y lo mucho que le pedía a las piernas en cada competición”. Aquella carrera de 4×200 la ganó el fantástico equipo de Pontevedra, Ramón Magariños, Manuel Carlos Gayoso, Rogelio Rivas y José Rodríguez Quinteiro en 1:29.4, récord español.
Mientras que solo pudo ser sexto en 200 metros en la edición del 66 de los Campeonatos de España en Vallehermoso el mes de septiembre con un registro de 22.3 (la prueba la ganó Sánchez Paraíso en 21.6), en octubre, en el mismo recinto, peleó, y peleó bien con sus compañeros, por el título de relevos 4×200 y 4×400.
El cuarteto coruñés de 4×200, Ángel Calle, Eugenio González, Pedro Arteaga y José Ángel Pérez Villar, se apropió del bronce con un tiempo de 1:30.0, una décima más que la representación de Salamanca, y dos más que la de Pontevedra. Y en 4×400, con la única variación de José Antonio Díaz Núñez en vez de Ángel Calle, el equipo de A Coruña ofreció una resistencia tremenda a Madrid (ambos acabaron en 3:17.8), recayendo el triunfo en los madrileños; la tercera posición se la adjudicó Guipúzcoa, 3:18.8.
El 14 de agosto de 1964, en el VIII Gran Premio Ciudad de La Coruña, con intervención de algunos atletas extranjeros que días antes habían participado en los Mundiales Militares, Pérez Villar consiguió la mejor marca de su vida en los 100 metros: 10 segundos 7 décimas y que, en esta ocasión, le valió para ganar la prueba a hombres de indudable nivel como Quinteiro (10.8), Prunell (10.8), el belga Geeroms (10.8) y Boullosa (10.9). En el ranking del año 64 los 10.7 le situaban en séptima posición, aunque no es menos cierto que había siete atletas con idéntica marca, manteniéndose en solitario en la cúspide Rogelio Rivas con 10.4.
Su mejor marca de 200 metros, 21.9, la obtuvo también en A Coruña el 11 de septiembre de 1966, llevándolo a ocupar la cuarta posición del ranking (dos eran los atletas con 21.9) que encabezaba José Luis Sánchez Paraíso con 21.3.
Y corrió los 400 metros más veloces un 12 de septiembre de 1965 en el recinto habitual de Riazor en 49 segundos 5 décimas: este registro le situó en el octavo lugar del ranking de ese año, estando al frente de la prueba Enrique Bondía con 48.3.
El mes de junio de 1966, Pérez Villar terminó la carrera de Físicas, hizo las prácticas de las Milicias Universitarias como alférez en el Talarn (Lleida) y cuando finalizaba el año lo llamaron para trabajar en Standard Eléctrica, empresa en la que estuvo más de 33 años. Desde el mismo 1966, el atletismo comenzó a ser un grato recuerdo en su vida.
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