Moscú en soledad
En julio de 1980, todos los ojos estaban puestos en Moscú. Los Juegos Olímpicos acaparaban la atención. Entre los atletas participantes se encontraba Isidoro Hornillos (Castronuño, Valladolid, 1957), el cuatrocentista español más relevante del momento. “Cuando recuerdo los Juegos”, dice, “lo hago con tristeza por unos problemas que había tenido la Federación Española con Julio Bravo, nuestro entrenador, que tenía allí tres olímpicos: Colomán Trabado, Benjamín González y yo. No lo designaron y dejó de entrenarnos un mes antes. Ese mes, importante para cualquier deportista previo a una gran cita, estuvimos muy solos, sin ningún tipo de ayuda técnica. Me encontré bastante solo en los Juegos”.
Intervino en la octava y última eliminatoria de 400 metros. “Estuve fuera de carrera todo el tiempo y, en la última recta, cuando quise reaccionar ya fue un poco tarde. Remonté mucha distancia con respecto al primero”. Hornillos fue sexto (último clasificado) con un tiempo de 47.45. Aquella carrera tuvo como ganador al soviético Chertnesky, 47.04, seguido del italiano Zuliani, 47.16, y el holandés Clarenbeek, 47.37.
Atletismo Español, en su análisis de la carrera, comenta: “Corrió mal por la calle uno sobre todo en la última recta, en que acabó hundiéndose”, aunque también indica que la marca del triunfador, 47.04, parecía estar al alcance de Hornillos “dados sus resultados en vísperas de los Juegos. Su “crono” fue el 21 entre 50 participantes” (mejor que el realizado por todos los atletas de las series dos y seis).
Quizá, podría pensarse que la inconsistente carrera que tuvo pudo ser como consecuencia de lo que le había sucedido a su entrenador Julio Bravo; lo ataja de plano: “Eso no justifica en absoluto mi actuación. Aunque cuando uno compite a un nivel muy importante siempre le gusta tener el respaldo afectivo de su entrenador y yo no lo tuve”.
Hornillos volvería de nuevo a la pista. Lo hizo acompañando a Colomán Trabado, Benjamín González y José Casabona, reemplazando este último al lesionado Ángel Cruz, para intervenir en la primera de las tres semifinales que hubo de 4×400 metros. Sexto puesto para los españoles con un tiempo de 3:06.9, aventajando a Zambia, 3:14.9, y a Sierra Leona, 3:25.0. España fue superada por URSS, 3:01.8, Brasil, 3:04.9, Yugoslavia, 3:05.3, Polonia, 3:05.8, y Holanda, 3:06.0. “Estuvimos a punto de ser finalistas”, comenta. “Yo entregué con el equipo soviético. Mantuvimos el segundo puesto en toda la carrera. Se metían tres en la final y solo en la última posta nos pasaron dos equipos más”.
El relato del 4×400 español en las páginas de Atletismo Español es como sigue: “Sostuvieron una buena lucha con polacos y holandeses, que estaban a su alcance a falta de la última posta. Pero Casabona confirmó su actuación de vallas. No estaba en el mejor momento. El mejor fue Trabado, con una actuación fenomenal, cumpliendo Hornillos y González. Se echó en falta al lesionado Cruz, al recurso Páez… y a un suplente que hubiera podido ser Prado”.
Cuatro años más tarde de su presencia en Moscú, Isidoro Hornillos tenía en mente repetir la experiencia olímpica. En buena lógica le aguardaban los Juegos de los Ángeles. Pero el 20 de mayo de 1984 surgió un imprevisto en las pistas de la Residencia de Santiago de Compostela. Hornillos se preparaba para competir cuando al ser lanzado el martillo rebotó sobre la hierba, se deslizó por la pista y acabó dando en el pie del atleta. Aquel día, después de acudir al Hospital General de Galicia, con el pie visiblemente hinchado, comentó a El Correo Gallego: “Los médicos me han dicho que no tengo ninguna rotura de hueso, únicamente son partes blandas. Confío en que no tenga ningún ligamento roto. Simplemente es el dolor que me ocasiona el impacto del martillo. Nada más”.
Lo triste fue que aquel doloroso percance que parecía no iba a acarrearle graves consecuencias, como él dice, “me dejó KO todo el año”. Se quedó sin Juegos de Los Ángeles. “Creo que era donde tenía más posibilidades de rendir”, indica. “Mentalmente estaba más preparado, conocía más la competición, competía mejor, era más maduro en todos los sentidos. Fue una decepción para mí”.
No tenía más de siete años cuando Isidoro se vio obligado a cambiar su horizonte vallisoletano por otro muy diferente. En Sada (A Coruña) se instalaron sus padres por exigencias del trabajo. Isidoro desde entonces empezó a construir su vida como un gallego más, se impregnó de todo lo que le ofrecía Galicia y aquí se quedó. Con el atletismo, claro está, se encontró también en esta tierra y en torno a este deporte ha girado buena parte de su existencia. En 1989, en una entrevista en El Correo Gallego, comentaba: “No reniego, jamás lo haré, de mis orígenes castellanos. Pero mi mentalidad, mi planteamiento ante la vida, es de una persona que ha vivido mucho tiempo en Galicia. Mi hermano incluso es gallego. Tengo, evidentemente, alma de gallego”.
A veces sucede. Quien llega a destacar con suficiencia en una faceta, lo consigue después de haberse producido un rechazo inicial hacia la misma. Le ocurrió a él. Era un despierto escolar en el colegio coruñés Liceo La Paz cuando se vio obligado a enfrentarse a una carrera de mil metros. “Una distancia para la que no estaba muy preparado”, señala. Lo pasó mal y de hecho no quiso acudir a la fase provincial para la que se había clasificado. Y posteriormente, en el mismo centro, después de que realizase un test de velocidad, sin que nadie fuera capaz de superar su tiempo, no le dieron la opción de integrarse en el equipo. No debe extrañar, por tanto, que hable de “un primer rechazo al atletismo”.
Todo cambió para él, sin embargo, cuando se integró en la Universidad Laboral, donde ya pudo disfrutar de aquello para lo que estaba dotado: la velocidad. “Con 16 años comienzo la práctica atlética de una forma un tanto personal, sin ningún tipo de entrenador. Realmente no tuve ninguna persona que me dirigiese técnicamente hasta que me dieron una beca en la Residencia Blume de Madrid”. Tras una buena actuación como juvenil en una competición nacional en Zaragoza, se fijó en él Julio Bravo Ducal, “al cual le debo mucho”, dice, y le ofrece la posibilidad de ser su entrenador en la capital de España.
En su sobresaliente carrera, además de haber intervenido en unos Juegos Olímpicos, como la cita soñada por excelencia, Isidoro, que fue internacional en 26 ocasiones, se erigió en un número uno por haber sido plusmarquista nacional de 300 metros (1979), 400 (1979), 4×200 (1981 y 1986) y 4×400 (1979), y también de 200 en pista cubierta (1982 y 1983).
El 27 de mayo de 1979, en Nápoles (Italia), sigue la estela de un fenómeno como era Pietro Mennea en una carrera de 300 metros y su tiempo de 34.04 le vale para convertirse en plusmarquista español (el primer registro con cronometraje eléctrico). Pietro Mennea se llevó de calle la prueba con 32.32 y su compatriota Maurizio Mercuri quedó segundo con 33.72.
Seguimos en 1979, aunque ahora ya estamos en el mes de septiembre. Hornillos es uno de los españoles presentes en la Universiada que tendrá como marco México D.F. Pero antes de abrirse las puertas del certamen de forma oficial, el día 4 se celebran a modo de test unas pruebas de carácter internacional en las que bate el récord español de 400 metros con 46.50, quedando detrás del norteamericano Otis Melvin (46.36). Y cuatro días después, es decir, el día 8, ya compitiendo en la Universiada, el gallego de adopción deja la plusmarca en 46.24 al acabar segundo la sexta serie ganada por el rumano Horia Toboc en 46.15. Hornillos, sin embargo, no entra en la final. Este récord de 46.24 le duró hasta el 15 de junio de 1983 cuando Ángel Heras hizo 46.13 en Madrid.
En la Universiada mexicana Hornillos tuvo asimismo protagonismo en el relevo de 4×400 en unión de Ángel Cruz, Benjamín González, Jenaro Iritia y José Casabona. Cinco hombres, aunque solo cuatro de ellos alcanzaron la meta del récord español. Primeramente salieron a pelear Cruz, González, Iritia y Hornillos. “Una primera posta lenta de Cruz”, según Atletismo Español, “ponía al equipo en quinta posición, que se mantendría hasta que Hornillos fuerte como siempre, superó al suizo Wild en la recta final. Un cuarto puesto, sin récord, que nos daría paso a la final”.
Jenaro Iritia no pudo estar en esa final. Padecía dolores de estómago achacables, a decir del cronista, a la “sabrosa” comida mexicana. Fue reemplazado por Casabona. Y Atletismo Español relata: “Salió fuerte Cruz -como para un 200- y aguantó todos los ataques; haciendo relevos de forma ejemplares González y Casabona se presentaron en quinta posición en la última posta. Hornillos, siempre él y siempre igual, aunque con deuda de oxígeno corrió un último cien de forma extraordinaria, dejando así al equipo de España en cuarto lugar cerca de la medalla de bronce. Se acababa de batir un nuevo y último récord, el 4×400 registraba 3:04.22”. No sería superado hasta el año 1985.
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