Campeón sin ambición

Al finalizar la Guerra Civil, el nombre de Francisco Domínguez Sobral (Marín, 1918 – Bueu, 1983) adquirió una significativa dimensión al ser visto como velocista fantástico capaz de llegar a increíbles logros, aunque al mismo tiempo debió convivir con el estigma de ser considerado un atleta poco dado al esfuerzo y la superación. Tras hacerse con el título nacional universitario de 100 y 200 metros en 1940 y en 1942, alcanzó el cenit de su no muy largo recorrido en 1943 cuando, en Barcelona, quedó campeón de España en el hectómetro.

Francisco Domínguez Sobral, con uniforma militar de alférez.

Con anterioridad, en 1941, también aportó a la historia el récord español del relevo 4×200 metros (1:33.8) en unión del gallego Antonio Sánchez, el catalán Salvador Mercadé y el vasco Ramiro Cruza. Esta plusmarca fue conseguida en el recinto barcelonés de Montjuic el 12 de octubre celebrándose la primera edición del Torneo de Campeones, al que se accedía por invitación, y en el que Sobral (así se le ha citado habitualmente, o como Sobral I para distinguirlo de su hermano José Ramón) se impuso en los 100 metros con 11.2 a José Hoz Soba, 11.6, Ramiro Cruza y Antonio Sánchez, y también en los 200 metros que corrió en 23.6 mientras Salvador Mercadé hacía 23.7 y Ramiro Cruza 23.8.

Durante la tercera jornada de la competición atlética de lo que se llamó primeros Juegos Universitarios Nacionales, los de 1942, Sobral fue el ganador de los 100 metros con un tiempo de 11.2, por delante de Moncho Rodríguez con 11.4 (los dos defendiendo el Distrito Universitario de Santiago) y de Villanueva, de Valladolid, con 11.6. Pues bien, en el rotativo Gol, R. Hernández Coronado escribe: “Como se esperaba, Sobral ganó la final de los 100 metros con 11 segundos 2-10. Hasta ahora es la prueba en donde hemos visto más clase y emoción. Sobral ha realizado el mismo tiempo que en 1940 le valió el título universitario y ha puesto de manifiesto, a los que seguimos con interés su carrera atlética, la nulidad de sus progresos técnicos. Ha sido hasta ahora el mejor hombre de estos Juegos, pero nosotros preferimos atletas que, aunque tengan menos calidad, muestren más afición a este deporte, cumpliendo los preceptos higiénicos y aceptando gustosos los pequeños sacrificios que para el mayor rendimiento físico es necesario hacer. El ejemplo de un Neira, cuarto de la final de ayer, es más aleccionador, más útil para nuestra juventud que el de un Sobral pletórico de facultades, pero carente del control que impone la rígida disciplina deportiva”.

El varapalo al triunfador resulta evidente, posiblemente por la impotencia del cronista al presenciar cómo se estaba perdiendo un auténtico rey de la velocidad. Porque entonces Sobral lo era. En el diario Arriba, sobre esta misma final universitaria del 42, se habla de que es “actualmente nuestra más destacada figura de velocidad, ha vencido a su compañero de equipo, Moncho Rodríguez, hombre de condiciones espléndidas que nos recuerda a los grandes campeones por su constitución…” e incluso se permitía un esperanzador vaticino: “Creemos ver en Sobral el nuevo plusmarquista español de 100 metros”.

Sobral, a la derecha, ganando los 200 metros en los Juegos Universitarios Nacionales de 1942 en Madrid. Tras él quedó Moncho Rodríguez, segundo por la izquierda

También el conocido Alfonso Posada, puntal en el atletismo de la tierra gallega por su vertiente multidisciplinar, al referirse a los mejores atletas del país en los 100 metros durante 1947, en un trabajo publicado en El Mundo Deportivo, señala virtudes y defectos de tan espectacular velocista y que, parece claro, debió haber dado más de sí. Escribe Posada: “Ningún “pura sangre” nos ha hecho olvidar la soberbia estampa de otro gallego: Francisco D. Sobral, hombre de inmejorables condiciones físicas para llegar, debidamente preparado, a los 10s. 5-10 en el hectómetro. Pero su desinterés por el atletismo y la confianza en sus espléndidas dotes naturales, no hizo posible plasmar en la realidad a esta “estrella” del atletismo español, que en su debut se auguró como un “sprinter” de verdadera talla mundial”.

Conviene, sin embargo, regresar a los Juegos Universitarios Nacionales del 42 porque vamos a descubrir a Sobral en otra faceta, la de lanzador de peso, en la que también en aquel momento despuntó al acabar de segundo con un tiro de 10,86 metros, solo superado por Adarraga, de Valladolid, con 11,20, pero quedando por lo tanto por delante de Pons, de Barcelona, 10,81; Menéndez, de Salamanca, 10,55; Martínez, Oviedo, 10,39; y Quesada, de Marruecos, 10,20.

Esta final de peso tuvo una precisa puntualización en los papeles de Gol a cargo de R. Hernández Coronado: “Más incomprensible resulta”, dice, “el segundo lugar de Sobral, obtenido con un “tiro” de 10,860 m. Esta marca, y el hecho de que Sobral solo sea un excelente corredor de velocidad, pero carente de condiciones para lanzador, habla muy poco a favor de la mayoría de los participantes, algunos de los cuales exhibió una corpulencia que, hasta el momento no ha sido debidamente canalizada”.

Detengámonos aquí, en el lanzamiento de peso. En el ranking español de 1942 confeccionado por Jesús Aranaz del Río, Sobral concluyó la campaña con una mejor marca de 11,20, mientras que dominaba a todos el vasco Félix Erausquin con 12,62. Y en el ranking de 1943, reluce Sobral en el primer puesto con un registro de 13,06, aunque, claro, el autor también aclara: “Seguramente con peso de 5 kilos”. Félix Erausquin, que fuera plusmarquista nacional antes de la guerra, lanzó aquel año 12,96.

Cuando quedó campeón nacional universitario de 100 y 200 metros en 1942

Aunque en el certamen universitario nacional de 1943 el velocista gallego salió malparado en su presencia en los 100 metros –el diario Arriba pone de relieve que “el campeón Sobral se vio desbordado en su eliminatoria por Revuelta y Vallhonrat”- no sucedió lo mismo en cuanto a la intervención en los relevos. El equipo de Santiago de 4×100 metros, Sobral II, Vilar, Toba y Sobral I, terminó en tercera posición en 48 segundos, batido por Madrid, 46.6, y Valladolid, 46.8. Pero se cambiaron los papeles en los relevos olímpicos puesto que el conjunto que presentó Santiago, Lorenzo, Rodríguez, Sobral I y Vilar, se hizo con el triunfo en 3:35.6, frente a Madrid, 3:37.2, y Valladolid, 3:42.5.

El estadio de Montjuic acogió la vigésimo tercera edición de los Campeonatos de España de 1943 los días 24 y 25 de julio, con intervención de 182 atletas de Aragón, Asturias, Castilla, Cataluña, Galicia, Guipúzcoa, Levante y Vizcaya. La federación de Cataluña fue la mejor -Galicia acabó en quinto lugar- y en cuanto a clubes, el primero fue el SEU de Madrid.

Individualmente, los gallegos se llevaron tres triunfos: Sobral el de los 100 metros con una marca de 11.3 y Moncho Rodríguez el de 200 con 22.7 y también el de 400 en 49.4.

La Vanguardia Española, en su crónica de la competición, explica que “las figuras más destacadas fueron los corredores” y, tras poner lógicamente mayor empeño en reflejar lo hecho por los catalanes, relata: “Así como la prueba de 100 metros, en la que triunfó Domínguez Sobral con una marca regular, confirmó la buena clase de su seguidor Gutiérrez y demostró la falta –cada día más acentuada- de velocistas en nuestra región, hubo otra, la de 10.000 metros, en la que se evidenció de manera patente la enorme superioridad, en clase, rendimiento y estilo de los corredores de fondo catalanes”.

De 100 metros hubo tres semifinales. En la primera, Sobral I, o sea Francisco Domínguez, se impuso con 11.4 a Agulló (Levante) con 11.6 y a Azcorra (Vizcaya) con 11.7; en la segunda, otro Domínguez, en este caso José Ramón, es decir Sobral II, venció con 11.4 a los vizcaínos Villanueva y Hoz Soba, ambos con 11.6; y en la tercera el ganador fue Olaso (Guipúzcoa) con 11.6, mientras Gutiérrez y Malapeira, ambos de Castilla, se quedaban en 11.7.

Designados los finalistas del hectómetro tocó correr para definir el podio de triunfadores: primero, Sobral I, 11.3; segundo, Gutiérrez, 11.3; y tercero, Sobral II, 11.4. Los puestos de consolación fueron, por este orden, para Olaso, Agulló y Villanueva.

El periódico barcelonés mostraba igualmente su decepción con los velocistas gallegos, esperando quizá de ellos bastante más de lo que hicieron cuando unieron sus fuerzas: “Los relevos 4×100 fueron ganados por el compenetrado equipo castellano, con otra máxima regional; Galicia, superior sobre el papel, dio la sensación de ignorar que el perfecto cambio del relevo, en distancias tan cortas, es esencial si se quiere aspirar a la victoria”.

Los castellanos triunfadores, Portela, Gutiérrez, Molezún (gallego de A Coruña) y Valhonrat, cubrieron el recorrido en 44.3, y los gallegos que defraudaron al rotativo de la capital catalana lo hicieron en 45.1, siendo ellos los hermanos Sobral, Juncal y el extraordinario Moncho Rodríguez. La tercera plaza la ocupó Vizcaya con Hoz Soba, Villanueva, Trinchado y Azcorra en 45.2. Cataluña quedó cuarta y Guipúzcoa fue descalificada.

El atleta gallego, ganando una prueba, destacó en carreras de velocidad en los primeros años 40

La mejor marca personal que tiene Sobral en los 100 metros es de 11 segundos; con ella se situó de primero en el ámbito nacional tanto en 1941 como en 1943, según se expone en el trabajo Líderes españoles por pruebas de los estadísticos José María García y José Luis Hernández. Evidentemente, los 11 segundos de 1943 significaban el récord gallego (Posada le contabiliza la plusmarca de Galicia en cuatro ocasiones, además de la de 200 metros en 23.6 del año 1940), teniéndolo en su poder hasta 1959 en que fue batido por José Luis González en 10.8. Además Sobral, defensor de forma preferente de la Sociedad Gimnástica de Pontevedra, fue campeón gallego de 100, de 200 y de lanzamiento de peso. Y aunque también tiene saltado longitud, en esta disciplina parece que se mostraba superior su hermano José Ramón, figurando éste con un salto de 6,35 en el ranking nacional de 1943.

Dejemos el estadio y vayámonos hasta Bueu. De allí era Francisco Domínguez Sobral (aunque su nacimiento se produjo en Marín) porque de este lugar procede su familia (su padre era un terrateniente) y en la localidad pontevedresa vive, por ejemplo, su hijo mayor Fran, que jugó al fútbol en el Pontevedra. Pero lo curioso radica en que en Bueu a Francisco Domínguez Sobral nadie lo conocía por Francisco Domínguez Sobral sino por Paco Cabanillas, porque Cabanillas era su padre. Y comenta Fran que hoy en día, para todo el mundo, él mismo también es Cabanillas. Y hay un ejemplo clarificador que refrenda esta curiosa cuestión. En 2011, sacada a la luz la desconocida personalidad atlética de Sobral, comenzó a recordársele en Bueu con una carrera pedestre popular, aderezada con unas pruebas de velocidad en la calle, que se llama lisa y llanamente Memorial Paco Cabanillas.

Fran habla de su padre como de un hombre que no le daba ninguna importancia a su etapa como atleta. No era motivo de conversación. El que hubiese sido campeón de España no significaba algo a tener en cuenta. “Aquí en Bueu no lo sabía nadie”, comenta. Se deshizo el entuerto cuando un hijo de Fran comentó en el colegio que su abuelo había sido campeón de España e invitó a sus incrédulos compañeros para que fueran a casa y vieran algún trofeo y la fotografía enmarcada. Posteriormente habría de producirse el momento en el que, a través de un concejal amigo, se ensalzó la figura de Sobral con la citada carrera pedestre.

Equipo de fútbol de amigos en Bueu. De pie, segundo por la derecha, José Ramón Domínguez Sobral, y el tercero, su hermano Francisco

Por el momento que le tocó vivir, Sobral participó en la Guerra Civil, era alférez, e incluso, a decir de Fran, estuvo a punto de integrarse en la División Azul para combatir en el frente de Rusia en la Segunda Guerra Mundial, aunque finalmente no acudió. Aunque parece que titubeó sobre la posibilidad de encauzar su vida por la milicia, esto no acabó cuajando. “No quiso seguir la vida militar, no le gustaba”, afirma su hijo. Francisco Domínguez Sobral estudió Químicas en la Universidad de Santiago.

En lo que para Fran no existe duda es de que su padre no era muy amigo de entrenarse, aunque es consciente de que acudía con su hermano José Ramón, al que le llamaban Pin, a correr alguna que otra vez por la hermosa playa de Lapamán, en Bueu, porque seguramente era el sitio más idóneo para hacerlo. “Lo llevaba mi tío, porque si no él, nada. Él pasaba. Él era llegar, correr y punto”. Pero lo que parece no admitir discusión es que, atléticamente, era superior Francisco a José Ramón.