Una tarde de otoño

El debut de Fernando Bremón con la selección española se produjo en San Sebastián, en el primer encuentro que se llevó a cabo contra Francia, los días 25 y 26 de septiembre de 1954. En Anoeta, la confrontación resultó muy favorable para los intereses galos, vencedores de forma contundente: 126 puntos a 55.  En tan aciaga doble jornada para los españoles, Fernando fue tercero en 400 metros con 51.3, superado por los franceses Camus, 49.8, y Carral, 50.9, mientras que Gaspar Gómez cerraba la clasificación con 51.8. Y también estuvoff el coruñés en el relevo 4×400, con Celarain, Gómez y Oruña, haciendo el equipo un tiempo de 3:28.2, por detrás del francés que acabó en 3:25.0.

Fernando Bremón en los Juegos Mediterráneos de 1955 en Barcelona

En 1955 se contó con él para una competición grande que empezaba a tomar cuerpo: los Juegos Mediterráneos que, en su segunda edición, se desarrollaron en el estadio de Montjuic del 20 al 24 de julio. Participó en la carrera de 400, corriendo la distancia en 50.1 y 49.8, sin llegar a ser finalista. Pero los cuatro hombres que conformaron el equipo de relevos 4×400, Bremón, Cruz, Ruf y García Cabrera, batieron el récord nacional, 3:20.0, tras ocupar el quinto puesto.

Resulta curioso que la última vez que Fernando estuvo en la selección (la defendió diez veces) tuviera que medirse de nuevo a los franceses y en San Sebastián, tal como había ocurrido en su debut en 1954. Pero ahora estamos en 1959, en los días primeros de octubre. Francia Sur era el rival a batir y España salió victoriosa: 131 puntos a 81. El coruñés, ahora, se había unido a Rancaño, Martínez y Pérez para ganar el relevo largo con 3:18.0 por 3:22.6 de los galos.

Hubo que aguardar hasta 1958 para que Fernando volviera a sentir esa dicha infinita de saberse otra vez plusmarquista nacional como integrante del relevo 4×400. Sucedió el 27 de julio en Bruselas en una confrontación con Bélgica y Dinamarca. Con él actuaron Martínez, Díez y Marín, cerrando la actuación en 3:19.4, mientras que los belgas acababan en 3:15.8. Aquel encuentro fue ganado por Bélgica, 172 puntos, Dinamarca contabilizaba 137 y España obtenía 115.

Pero esta plusmarca fue efímera ya que el 2 de agosto, en suelo francés, los mismos cuatro españoles que habían actuado en Bruselas concluyeron la carrera en primera posición con 3:18.9, subrayando el cronista francés la gran actuación de Marín con estas palabras: “El coloso español levantó al público de los asientos, batiendo netamente a Soumell, a pesar de los cuatro metros que le llevaba de ventaja” en el instante de iniciar su posta. En esta ocasión, Fernando Bremón actuó también en la carrera de 400, cerrando la clasificación en 50.2, ganada por el galo Frerot con la misma marca que Martínez, 49.9. El equipo de Francia Sur superó a España por ocho puntos: 99 a 91.

Jugador de fútbol, con la camiseta del Deportivo

El cuarto y definitivo récord español de 4×400 en el que participó Fernando lo obtuvo el 9 de julio de 1959 en Viena, en lucha con Austria. El tiempo que hicieron los cuatro españoles (Rancaño, Bremón, Gómez Velasco y Martínez) fue de 3:16.1, realizando los austriacos 3:17.2. El periodista Pedro Escamilla contó en Atletismo Español la actuación de nuestros representantes de este modo: “Rancaño hizo un gran carrerón, señalando 48”4 en el relevo suyo, justo en la meta. Sacó siete metros al austríaco Paska. A Bremón le tocó lidiar un buen novillo en Stiger, pero el otrora campeón austríaco no estaba en vena, y el galleguito, echándole de eso, amplió la distancia a nueve metros, marcando 49”6. Salió Gómez de Velasco, cuya actuación era un poco enigma. Pero el cangurista cumplió como los muy buenos, haciendo 49”2, aunque Huber le apretó lo suyo. Y se llegó al apuro. Velasco y Martínez titubearon en el cambio del testigo que fue garrafal, y perdimos unos buenos cinco metros ahí. Y el último relevista austríaco era Harle, que había hecho unos días antes del encuentro 48”4 en el campeonato de Austria. El leonés fue un bravo”. Aquel encuentro lo perdió España por 114 puntos a 106.

Carlos, el pequeño de los Bremón que también alcanzó la cima en el deporte y emuló a su padre al ser, igual que él, presidente de la Federación Gallega de Natación, nos relata otro aspecto de la vida de Fernando, por el que sentía auténtica veneración: “Y llegó 1960, y los Juegos Olímpicos que se disputarían en Roma, y con ellos la gran oportunidad de Fernando. Hasta tal punto, que lo convencieron y accedió a entrenar como nunca lo había hecho hasta ese momento. Estaba fuerte como un toro, más que nunca y Fernando era uno de los atletas preseleccionados que más posibilidades tenía de estar en el equipo nacional. Pero un mes antes de la selección olímpica, que tenía ya prácticamente conseguida, cayó enfermo con fiebres paratíficas y estuvo veinte días postrado en cama. Eso fue el remate de su carrera atlética, ya que esperar cuatro años más era mucho para un impaciente como él. Y su edad también era un problema, ya que acababa de cumplir los treinta años. Recuerdo percibir en mi casa la amargura de aquella decepción”. Y sentencia Carlos: “Retornó meses después, a las pistas de ceniza, y compitió esporádicamente, pero ya nunca volvió a ser el de antes”.

Sobresalió también como nadador

Las cualidades que mostraba el benjamín de los Bremón para el deporte le llevaron a disfrutar de una beca como nadador en la Residencia Blume de Madrid, lugar en el que coincidió, en 1964, con el atleta gallego Pedro Arteaga. “A veces”, recuerda Carlos, “me contaba la admiración que él sentía por mi hermano, y sus palabras me hacían sentir muy orgulloso”. Pero llegó un momento en que los papeles de los dos hermanos se intercambiaron porque el tiempo no transcurre en vano. Carlos explica la situación así: “Yo supe que había dejado de ser el gran Fernando Bremón que tanto admiraba, cuando un día me confesó que la gente, por la calle, le preguntaba si era el hermano de Carlos Bremón, en lugar de que a mí me hicieran la pregunta como hasta entonces: “¿eres el hermano de Fernando Bremón?”

Pues ese Fernando Bremón, en el estricto campo de acción de Galicia, en lo que al atletismo se refiere, obtuvo el título de campeón gallego en diez pruebas, desde los 100 a los 800 metros, en un período de tiempo que va desde 1952 a 1956.

Retornemos a Carlos Bremón, protagonista especial en esta historia. Carlos, con pluma certera,  revive un momento crucial de su vida y de la de su querido hermano.

“Era una tarde de otoño temprano y yo había ido a visitarlo a su casa. Salimos juntos a la calle; soplaba un viento frío del norte que me heló la cara. Pero ya no me sorprendió, porque otro viento mucho más frío todavía, estaba soplando desde hacía tiempo en mi espíritu.

Porque Fernando ya estaba muy enfermo y los dos sabíamos que el fin de su existencia en este mundo había anunciado su llegada. Y él corría hacia su encuentro, hacia la meta, tal como había hecho tantas veces en su juventud, aunque creo que por primera vez en su vida a esta última meta no deseaba llegar nunca.

Tengo grabado de tal manera este último recuerdo de mi hermano, que cuando por cualquier razón él vuelve a mi memoria, es esta escena y no las otras mil que puedo revivir la que persistentemente, como el anuncio repetitivo de una gran marca, se me representa de inmediato en mi cabeza.

Con su madre y su hermano mayor. Fernando, a la izquierda

Ese día él quería dar, como todos los días, uno de sus acostumbrados paseos, que eran como aquellos entrenamientos de juventud que tanta pereza le causaban, pero que ahora sí se los tomaba con ganas, como queriendo recuperar el tiempo perdido.

Nos dimos un abrazo, como de costumbre, y enseguida comenzó a caminar calle abajo con aquel paso vivo de atleta que tanto me impresionaba. Aquella zancada larga y poderosa, fiel reflejo de la otra zancada que había empleado muchas veces para ganar “sus” 400 metros lisos. Pero ya estaba muy enfermo y, de aquellas caminatas callejeando, visitando a sus amigos, tomando alguna taza de vino en los bares de siempre, le quedaban muy pocas por hacer.

Por eso me quedé inmóvil, mirándole con mucha atención, quizás porque ya sabía que posiblemente fuese aquella una de las últimas ocasiones que admiraría su figura delgada, su porte aún atlético, tal como hice durante los cuarenta años en que tuve la dicha y el orgullo de ser su hermano”.