El atletismo como obsesión

Todavía era, en 2010, ese atleta enorme en calidad que sobresalía majestuoso sobre la pista cuando decidió que ya había llegado el momento de ejercer igualmente como entrenador, una faceta para la que parecía predestinado. David Gómez siempre intuyó que iba a ser así. “Cuando llegué a Vigo tuve la suerte de tener un entrenador como Antonio Fernández, que estaba jubilado y se dedicó siempre a mí. También tuve suerte de que le gustaba explicar y, desde el principio, le preguntaba el porqué de todo. Teníamos charlas muy largas sobre las causas de las cosas”, confesaría con minuciosidad en la web vigoé. Parece claro que David no desperdició el tiempo y abrió bien los ojos y la mente en cada ocasión que tuvo. “Cuando viajaba a una competición, me encantaba ir los días previos a observar a la gente para analizar sus métodos de trabajo…” Y hablaba con los atletas y los entrenadores.

Dado que las lesiones se fueron ensañando con él de una manera atroz, impidiéndole un normal desarrollo de su carrera, decidió que había llegado su final como atleta cuando tenía 33 años, en 2014, después de haberse roto el dedo de un pie y no tener plenas garantías de que fuera a quedar del todo bien tras la operación.

David Gómez entrenándose con Jesús Lence

Ante aquel momento decisivo en su vida no tuvo ningún vértigo. Jesús Lence, su último preparador físico y entrenador (en realidad siempre fue su fisioterapeuta, y desde 2006 a 2008 también preparador físico; aunque David también se apoyó en otros técnicos como Alberto Salgado para el salto de longitud y Jesús Hermida para el peso y el disco), le había dicho unos años antes que tan pronto como se retirara tendría un puesto de monitor en su gimnasio y de hecho era un cometido que venía desempeñando ya desde 2012. Su sustento desde que contaba 18 años procedía únicamente del atletismo, al que se entregó en cuerpo y alma. “Sólo cobraba 400 euros al mes después de dos citas olímpicas”, dice en Xornal de Vigo. Cuenta que un año olímpico podía ganar 3.000 euros mensuales, pero en otros momentos se debía contentar con 500. “Al final, fui mileurista toda mi carrera”.

Explica su inclinación como técnico en estos términos: “Mi labor no es entrenar niños, no estoy preparado para ello, no lo haría bien. Puedo hacerlo, como uno más. Mi labor es entrenar a deportistas ya formados y cuanto mayor es su nivel, mejor”.

Ni en su nueva situación de entrenador ha dejado de pertenecer al Celta, entidad que cuenta con una fructífera escuela de la que se muestra muy orgulloso. “Es una vieja aspiración que teníamos en el Atletismo Celta”, sigue diciendo en vigoé. Expone que su club tuvo en todo momento al AVA como la sociedad “de referencia” para categorías inferiores hasta que llegó un día en que las diferencias se hicieron evidentes y “decidimos tomar las riendas, con monitores propios y una manera de trabajar”. No se retrae. Habla de éxito. “Funciona bien y el nombre Celta siempre tira. A los niños los captas con el nombre Celta. Si llegan al cole con el chándal del club… Pueden presumir y todo”.

La entrega absoluta de David Gómez al atletismo no admite ni sombra de duda. Desde chaval, sabido es, todo parecía encaminado en él hacia este deporte. Una verdadera pasión que continuó con los años. Estudió el bachillerato, pero no avanzó más como estudiante. “Tenía las metas muy claras e hice una apuesta fuerte”, afirma. “Para qué seguir si en la clase estaba pensando en lo que iba a hacer después. El mundo no me importaba, el atletismo era una obsesión”.

Y que nadie le diga que lo del entrenamiento por muy duro que sea es “sacrificado”. No existe para él este término. “Porque tú no sufres, tú gozas”. Se quedó muy próximo a traspasar esa barrera de los 8.000 puntos en el decatlón, lo que significa estar en posesión de una enorme calidad. No llegó ahí por poco. Pero calidad le sobraba. “Yo pesaba 90 kilos, los rivales me miraban y pensaban que lo que se me daba bien era lanzar. Pero no, era correr”.  De hecho, tal como cuenta en Xornal de Vigo, le “da rabia” no haber realizado los 400 metros vallas y los 800 metros. “Con 93 kilos hice 2:39 en 1.000”, séptima prueba en el heptatlón. “Creo que con 13 kilos menos podría haberlo corrido rápido. También tenía una capacidad innata para las vallas y para soportar el ácido láctico. Pero el resto, trabajo y trabajo”. David alcanzó la internacionalidad absoluta en doce ocasiones.

Trabajar ardorosamente para ser un gran especialista en diez pruebas. ¡Casi nada! Las mejores marcas personales de David en las disciplinas del decatlón fueron las siguientes: 10.95 y 10.6 en 100 metros en el año 2000 y 2004, respectivamente; 7,45 en salto de longitud en 2008; 14,15 en peso en 2004; 1,98 en salto de altura en 2003; 47.81 en 400 metros en 2000; 14.09 en 110 vallas en 2005; 42,83 metros en disco en 2009; 4,71 en salto con pértiga en 2013; 66,99 en jabalina en 2005; y 4:24.55 en 1.500 metros en 2000.

Distinguido como mejor júnior español en 2000, con Concha Montaner, en la Gala de la Federación Española de Atletismo

Distinguido como mejor júnior español en 2000, con Concha Montaner, en la Gala de la Federación Española de Atletismo

El último año en el que estuvo activo pletóricamente como atleta fue el de 2013, año en el que, curiosamente, consiguió la máxima puntuación de su trayectoria en heptatlón, 5.486 puntos, lo que le llevó a colocarse líder del ranking nacional por vez primera. En la pista cubierta obtuvo estas mejores marcas: 6.22 en 50 metros en 2001; 7.26 en 60 metros en 2001; 7.06 en 50 vallas en 2000; 8.26 en 60 vallas en 2003; y 2:39.57 en 1.000 metros en 2001.

Que las lesiones se cebaron en él con cierta frecuencia es algo archisabido, aunque es un capítulo al que conviene regresar por muy amargo que sea. Considera que fueron “su gran batalla” y afirma en vigoé que si llega a tener “unas instalaciones de verdad no hubiera tenido tantas”; y es que David, atleta de primerísimo nivel, padeció en sus huesos con insistencia los efectos de una climatología muy desapacible. “Si hubiera vivido en Canarias igual hubiera tenido mejores resultados”. Por eso ha procurado irse de Vigo durante los inviernos. Pero no siempre pudo ser así. “No podía pedirle a mi entrenador que se fuera conmigo un mes y estar alejado de la familia. Bastante me dedicaba, que estaba jubilado y pasaba muchísimas horas conmigo”. Y saca a relucir lo sucedido el año 2001. “Terminé la temporada con diez sesiones de pértiga y cinco de ellas en Madrid. Fue un año que llovió sin parar y las marcas se resienten”. En contraposición, cita años mejores, los años en los que se disputaron los Juegos y que contaron con “inviernos poco lluviosos” por lo que, dice, “pude entrenar”.

Y en lo referente a las lesiones, conviene especificar algún caso concreto, como cuando se rompió el astrágalo el año 2000 y tuvo que estar un mes parado; el astrágalo “nunca llegó a soldar”, indica, de tal manera que en 2008, en el transcurso del Campeonatos de España, “intentando hacer la mínima para Pekín, apoyé mal en la novena prueba (jabalina) y se movió”. Tuvo sus consecuencias, claro. “A los Juegos fui cojo y cumplí lo que pude. Es otro aspecto que aún me da mucha rabia porque no pude dar mi mejor nivel”.

Después de haberle hecho frente durante años con fisioterapia a un problema que arrastraba en uno de sus pies, no tuvo más remedio que pasar por el quirófano cuando contaba 28 años. “Mucha gente me decía que lo dejara”, pero no llegó a tanto. “Me recuperé y conseguí tres títulos de campeón de España consecutivos”.

El infortunio de las lesiones le persiguió prácticamente hasta el momento de colgar las zapatillas; lo padeció incluso en un crucial instante en el que necesitaba poder competir en plenitud, tal como cuenta en vigoé: “Llegué a 2012 y estaba en el mejor momento de mi carrera. Es cuando más fuerte estaba. En un entrenamiento, caí mal en una colchoneta de salto de altura y me hice un esguince cervical”. (Esta colchoneta tenía muchos años de uso y estaba rota). “Quince días con el brazo sin mover y un mes para empezar a correr. Me pasó en abril, en plena preparación. Hice un intento de mínima para ir a los Juegos y no llegué por poco. Las marcas fueron buenas, pero en los lanzamientos no podía, sufría dolores de cabeza constantes por las cervicales. Ahí se fue al garete y estaba muy en forma”.

Una constante a lo largo del tiempo ha sido su lucha tenaz para poder contar en Vigo con unas instalaciones adecuadas. “Es una pelea de toda la vida”, confirma, y se remonta incluso a cuando tenía 16 años y era entrevistado. “Ya me quejaba de la pista”, dice. Rememora que cuando llegó a la capital viguesa en 1998 existía la promesa de construir un “módulo cubierto” y acabó dándose de bruces con la realidad. “Me lo creía, hasta que mi entrenador me decía, `es mentira´. Me abrió los ojos. Él me dijo, `vas a ser un atleta de élite y, desde arriba, vas a ser la voz de todos´. Si yo quisiera tener unas grandes instalaciones, lo tenía fácil, me iba y punto. Al final, lo tuve que terminar haciendo porque aquí no se mejoró nada”.

El 17 de marzo de 2017, en un acto celebrado en Pontevedra, David Gómez recibió de manos de José Ramón Lete, presidente del Consejo Superior de Deportes, la medalla de bronce de la Real Orden al Mérito Deportivo, como reconocimiento a su brillante trayectoria. David aseguró que no se esperaba la distinción porque creía que “las medallas se acababan cuando te retirabas de la pista”. Y tuvo un emocionado recuerdo para sus entrenadores Félix Piñel, Antonio Fernández y Jesús Lence, poniendo de relieve que a ellos les debía el que hubiese llegado a ser olímpico, “algo que soñaba desde que era niño”.