Días febriles en Australia
Antes de encontrarse con el atletismo, a los 17 años, Andrés Díaz se había dedicado a jugar al fútbol, también al baloncesto, y a practicar judo, aunque con un resultado poco satisfactorio dado que, según dice, “la técnica no se me daba muy bien”. Si esto era un inconveniente, a él, que le gustaba correr y de hecho ya había participado en alguna carrera popular, lo que le convenía era integrarse en un deporte en el que la técnica “no influyese tanto”. Por eso acudió al estadio de Riazor buscando ser atleta. El entrenador Emilio Rogel se encargó de su formación (estando en A Coruña fue su único técnico). “Realmente era nuestro segundo padre”, recuerda. “Nos transmitía su pasión por el atletismo y era un educador además de entrenador”. Y no está de más significar que el año 1987, el primero de su trayectoria, acabó corriendo los 800 metros en 1 minuto 57 segundos 2 décimas y los 1.500 en 3 minutos y 58 segundos.
Al ir mejorando cada año sus marcas (en 1991, por ejemplo, estaba en 1:47.2 en 800 y 3:41.32 en 1.500) no debe extrañar que pensara en la posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Andrés Díaz quería ser olímpico. Y las cosas, por fortuna, aquel año 1992, parecían encaminarse perfectamente cuando consiguió su primer título nacional, en este caso de pista cubierta, en Zaragoza.
En los primeros días de febrero, en la capital maña, su triunfo en 800 metros constituyó una sorpresa ya que los pronósticos parecían inclinarse hacia José Arconada. No deja de ser llamativo un comentario sobre la victoria de Andrés en Atletismo Español al considerarlo “un perfecto desconocido para el gran público, pero con una planta de ochocentista como la copa de un pino”. Pero sobre la carrera en sí señala que la había dominado de principio a fin. Andrés explicó el planteamiento que había seguido para vencer del modo siguiente: “He salido en cabeza porque no me gusta ir en el medio. En estas carreras hay muchos codazos y puede haber una caída en cualquier momento. Me coloqué delante poniendo un ritmo cómodo y cuando vi que progresaba Lahuerta tiré a tope, viéndome ganador en la última recta”.
Andrés, que había ganado la tercera serie de semifinales con 1:52.37, acabó la final en 1:53.84 por delante de José Arconada, 1:53.99, y Alfredo Lahuerta en 1:54.12.
Al mes de haberse colgado al cuello la primera medalla de valor en Aragón, un accidente de tráfico lo puso ante un panorama capaz de acabar con las ilusiones de cualquiera. “Rompí una rodilla y varias costillas y me dieron veinticuatro puntos por los cortes”, explica. Tiene el convencimiento de que “la preparación iba muy bien” y recuerda que al día siguiente de haber sufrido el accidente tenía programado un test sobre 600 metros para planificar el calendario… “Pero estuve mes y pico parado”. No por esto claudicó en su empeño de ser olímpico y peleó todo lo que pudo, de tal manera que completó los 800 en 1:46 (su marca del año 92 fue 1:46.84), aunque no fue suficiente. “Me quedé a dos décimas de la mínima”, señala.
Allá por octubre de 1994, Andrés, en perfecta sintonía con Emilio Rogel, optó por dar un cambio a su situación de atleta. Estaba en esa encrucijada de convertirse en un profesional con todas las consecuencias, lo que para ello debería instalarse en Madrid, o bien seguir en el atletismo para sacar de él un rendimiento aceptable, por qué no, pero teniendo que compaginarlo con un trabajo; además, por aquel entonces, sobre las pistas del estadio de Riazor ya existía la incalificable decisión de acabar con ellas. Andrés Díaz se quedaría sin un lugar en su ciudad donde poder entrenarse. Y se instaló en Madrid. Y Manuel Pascua Piqueras fue su entrenador. “Al principio me costó mucho el cambio, tanto de ambiente como de entrenamiento. Me fui con la intención de ser olímpico y quitarme la espinita del 92”. Tuvo que soportar una preparación más exigente pero afortunadamente dio su fruto. “En el 96 conseguí ir a los Juegos. El primer objetivo estaba cumplido”.
En los Juegos de Atlanta 1996, la competición atlética se llevó a cabo del 26 de julio al 4 de agosto, siendo el día 28 el que, por fin, el coruñés vio realizado su sueño de ser olímpico al participar en la tercera eliminatoria (hubo ocho) de 800 metros. Quedó en cuarto lugar con una marca de 1:47.86, habiendo sido ganada esta carrera por el cubano Norberto Téllez con 1:47.24. De su intervención, Atletismo Español dice que “Andrés Díaz salió con molestias físicas” y que “confiaba en meterse al menos en semifinales, pero la prueba, pese a la ausencia del danés Kipketer, tuvo un nivel medio muy alto”.
Pero todavía se puede hilar más fino y acudir a lo que de él mencionó el Comité Técnico de la Federación Española de Atletismo: “Corrió mal técnicamente, ya que estaba en gran forma y debía de haber pasado a semifinales. Se dejó llevar por un ritmo lento y él es hombre de ritmo fuerte pero sin suficiente final. Fue el 34 de 56”.

Andrés Díaz, cuarto de derecha a izquierda, participando en los 1.500 metros en los Juegos de Sídney 2000 (Atletismo Español)
Lo que estaba escrito es que el coruñés acabaría convirtiéndose específicamente en un corredor de 1.500 metros, prueba, por otra parte, a la que ya fue adaptándose desde el mismo momento en que apareció en el mundillo atlético. Y es que tan pronto como puso sus pies en Madrid dejando A Coruña su nuevo entrenador Manuel Pascua, una vez realizado los test necesarios, le indicó que si pretendía hacer algo consistente en atletismo su carrera idónea era la de 1.500 al estar un tanto limitado por su velocidad. Se concedió, sin embargo, la licencia de continuar insistiendo en los 800 debido a que, para los Juegos de Atlanta, las plazas en 1.500 estaban prácticamente asignadas. Pero al regresar de la ciudad estadounidense no hubo otra meta, otra obsesión que afianzarse entre los grandes del kilómetro y medio.
Se presentó en París, en marzo de 1997, en los Campeonatos del Mundo de pista cubierta, haciéndose notar en su nuevo papel de mediofondista. No hay más que acudir a Atletismo Español para verificarlo: “Andrés Díaz se comportó admirablemente en el primer 1.500 serio de su vida y finalizó en quinta posición con un enfado descomunal porque quería medalla. Bien por el gallego”.
Primeramente, el día 7, tuvo que pelearse para poder estar en la última carrera y quedó segundo en su eliminatoria con 3:41.34, superado por el keniata William Tanui con 3:41.32. Al día siguiente se corrió la final y Ándrés terminó la prueba en 3:39.73 y superado por estos rivales: el marroquí Hicham El Guerrouj, 3:35.31; el alemán Rudiger Stenzel, 3:37.24; el citado Tanui, 3:37:48; y el croata Branzo Zorko, 3:39.25.
La excelente respuesta que fue dando Andrés en los 1.500 metros, superándose todas las campañas (3:34.52 en 1997; 3:32.17 en 1998 y 3:31.83 en 1999) le condujeron inexorablemente a los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 (ese año realizó la mejor marca de su vida, 3:31.48, situándose primero del ranking nacional y europeo). Era poseedor de un caché atlético envidiable. En la competición, pese a que estuvo mermado físicamente, obtuvo la séptima plaza en una final sorprendente.
La disputa olímpica en Sídney comenzó para el coruñés el 25 de septiembre, día en el que se celebraron tres eliminatorias (41 atletas) de la siempre apasionante carrera de 1.500. Le correspondió competir en la tercera, ganada por Ngeny en 3:38.03 y él ocupando la tercera posición en 3:38.54. Avanzó por lo tanto hasta las semifinales el día 27, estando en la línea de salida de la segunda carrera con Juan Carlos Higuero (en la primera José Antonio Redolat finalizó en el puesto 11º con 3:45.46, perdiéndose la final). La victoria fue para El Guerrouj, 3:37.60; Higuero acabó 5º, 3:38.37, y Andrés 6º, 3:38.41.
Estos movimientos iniciales, y fundamentales, de Andrés los observó y contó así Atletismo Español: “Compitió bastante bien en las eliminatorias, aunque lo dejó todo para los últimos metros y tuvo que entregarse a tope para llegar tercero en un final muy ajustado”. Explica además que ya no tenía problemas en el tendón, lo que le había obligado a retirarse en los Campeonatos de España, pero había surgido un contratiempo nuevo al tener que competir “bajo los efectos de una gripe que le tuvo tres días descansando en la cama y que se agudizó a medida que avanzaba la competición”.
En cuanto a su actuación en las semifinales, se dice: “Fue bien situado durante la mayor parte de la prueba, pero se le vio bastante atascado en la última recta. Fue superado por Higuero en los mismos cuadros y se clasificó como el mejor hombre por tiempos”. Pero una vez traspasada la meta fue para él como adentrarse en un mundo de oscuridad. “Poco después de acabar se desmayó y tuvo que ser ingresado en el centro médico que había en el estadio, debido al esfuerzo al que había sometido a su cuerpo casi febril. Todo quedó en un susto aunque sus condiciones para afrontar la final no eran idóneas”.

Final de los extraordinarios 1.500 metros de los Campeonatos del Mundo de Sevilla 1999. Andrés Díaz es el cuarto de delante atrás de los que corren pegados a la cuerda (Atletismo Español)
La final, el día 29, constituyó toda una sorpresa al no conseguir la medalla de oro el marroquí Hicham El Guerrouj. El compatriota que puso de liebre, Youssef Baba, no le resultó tan contundente como esperaba al no llevar el ritmo deseado y tuvo que ser el mismo El Guerrouj, poco después de sobrepasados los 800 metros, el que se pusiera al frente pero sin ser capaz de que se despegaran los keniatas Lagat y Ngney, siendo este último el que lo venció en los metros finales batiendo el récord olímpico.
Andrés Díaz había salido en cabeza en esa final tratando de mantener el ritmo marcado por los keniatas, “aunque lo acabó pagando en la segunda mitad de la prueba”, en palabras de Atletismo Español. “Se quedó cortado y le pasaron Baala, Kevin Sullivan y Daniel Zegeye y tras varias miradas para atrás en los últimos 200 metros, mantuvo la séptima posición que a él mismo le sabía a poco en una temporada en la que ha corrido dos veces en 3:31 y ganó la reunión de Estocolmo”.
Los 1.500 metros de Sídney tuvieron este resultado final: 1º. Noah Ngney (Kenia) 3:32.07, 2º. Hicham El Guerrouj (Marruecos) 3:32.32, 3º. Bernard Lagat (Kenia) 3:32.44, 4º. Mehdi Baala (Francia) 3:34.14, 5º. Kevin Sullivan (Canadá) 3:35.50, 6º. Daniel Zegeye (Etiopía) 3:36.78, 7º Andrés Díaz (España) 3:37.27, 8º. Juan Carlos Higuero (España) 3:38.91, 9º. John Mayock (Gran Bretaña) 3:39.41, 10º. Jason Pyrah (USA) 3:39.84, 11º. Driss Maazouzi (Francia) 3:45.46, y 12º. Youssef Baba (Marruecos) 3:56.08.
Haciendo un balance de toda su actuación olímpica en Australia, Andrés manifestó: “Estaba muy bien, incluso mejor que cuando hice 3:31; sin embargo, unos días después de llegar a Adelaida me empezó a picar la garganta, no le quise dar importancia pero me encontraba mal y llegué a tener fiebre. Tuve la garganta bastante inflamada y necesité guardar reposo en la cama durante tres días. Ya desde la eliminatoria me costaba mucho ir a unos ritmos fáciles, me encontraba asfixiado”.
El atleta de A Coruña prosigue contando su experiencia en Sídney: “Aunque en las series no me encontré nada bien, en semifinales sí pensaba en clasificarme, pero me vi muy justo. Después de la entrevista con TVE me desmayé y ya sólo recuerdo que aparecía en la cama del centro médico del estadio con una mascarilla de oxígeno. Cuando salí de allí pensé que no me iban a dejar competir en la final por mi estado de salud. El día después me costaba rodar a casi cinco minutos el kilómetro, pero le dije a mi entrenador que tenía que salir en la final aunque fuese para acabar. Una vez allí lo intenté pero no podía, iba asfixiado y por ello tengo que estar contento con el diploma porque según las circunstancias podía haber sido peor, aunque he perdido una buena ocasión de ganar una medalla”.
“Al llegar a España”, añade Andrés, “me dijeron que había pasado una mononucleosis”.
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