Constantino Esparcia le marca el futuro

Nada sorprendente que un niño corra, pero Alejandro Miguel (Torroso-Mos, Pontevedra, 1969), cuando lo era, corría acaso con un entusiasmo mayor que el que mostraban otros niños y sobresalía en esta faceta. Donde no despuntaba era dándole patadas al balón y él, sin embargo, lo que pretendía era jugar al fútbol con los demás niños de la aldea; no lo rechazaban, parece evidente; lo que hacían era explotar sus condiciones. “A mí se me daba fatal el toque de balón”, comenta, “pero mis compañeros me lo pasaban por la banda para que le sacase un par de cuerpos a los rivales por velocidad”. Entonces cedía el balón y…

Su primer trofeo, recuerda, data precisamente de aquella espléndida niñez. Corría el año 1979 cuando ganó una carrera de cross en el colegio Lar de Puxeiros-Mos, donde estudió la EGB, momento que aprovechó el profesor Valois para introducirlo en el equipo de atletismo. Alejandro Miguel, dice, no se entrenaba porque ya tenía “más que suficiente” con lo que corría por las márgenes del río y por los caminos y montes de Mos y, en ocasiones, había que hacerlo de verdad cuando era sorprendido por el dueño de aquellos frutales que se mostraban tan apetitosos. Aquella inofensiva acción, sin embargo, no solía salir gratis debido a que, “como en la aldea todo se sabía”, su madre, para ocasiones de este tipo, le aguardaba en casa con un recibimiento especial “zapatilla en mano”.

Alejandro Miguel (148) ganando los 800 metros en los Campeonatos de España absolutos de 1996 en Málaga

Al ir creciendo se hizo necesario ir encauzando el porvenir de Alejandro, por lo que sus padres (con cinco hijos y la abuela en el núcleo familiar) le expusieron a don Manuel, el párroco, que lo que pretendía Alejandro era estudiar para poder ejercer un oficio, pero carecían de recursos. La solución la aportó el mismo don Manuel: “Le dijo a mi madre que el colegio Hogar ayudaba a las familias que no podían pagar los estudios a través de una beca de la CMA de Vigo”. En este centro, Alejandro amplió también su horizonte atlético. En él estaba como profesor Carlos Pérez, que había sido un destacado fondista y conocía a Alejandro. “Me ayudó a dar los primeros pasos en el atletismo”, comenta. Y rememora cuando daban vueltas al campo de fútbol corriendo y los días en que iban a entrenarse a Castrelos y a Balaidos y lo fría que estaba el agua en invierno en la playa de Samil a la que también acudían los fines de semana. Pero se lo pasó de manera soberbia. Venera a Carlos Pérez porque, dice, fue “el que me llevó a ganar los primeros campeonatos de España”. Como escolar, Alejandro quedó campeón nacional de cross y de 3.000 metros en 1984, e igualmente lo fue de 1.500 en 1985.

De ese tiempo en el que estudiaba en el colegio Hogar desempolva un recuerdo, más bien un secreto, que ya no lo es, claro está, en el que se conjuga aquel afán suyo por la carrera a pie y también su picardía por encauzarse en las cosas de la vida. Hasta Vigo, donde se encontraba el colegio Hogar, lo llevaba y recogía uno de sus hermanos que trabajaba en la ciudad viguesa; si por alguna circunstancia no podía, entonces la madre le daba a Alejandro 50 pesetas para el autobús. “Yo lo que hacía muchos días”, refiere, “era irme desde el colegio Hogar a Peinador corriendo, unos 10 kilómetros, para quedarme con el dinero para mis pequeños vicios, algo que hacía siempre que las fuerzas me lo permitían”.

Pasó por la categoría júnior, como integrante del equipo Mercantil de Vigo, con la fuerza y la esperanza de un futuro todavía mejor que el que podía augurársele. En Zaragoza, en los Campeonatos de España de pista cubierta de 1987, se colgó la medalla de oro de 800 metros al imponerse, con un registro de 1:54.28, a Luis J. González, 1:56.08, y Roberto Luis Manuel, 1:56.54. Y no dejó escapar la oportunidad de refrendarse como el mejor cuando, en julio, en Getxo, se celebró el certamen al aire libre. También aquí, con autoridad, venció en la doble vuelta a la pista con 1:51.97 a José P. Naveira, 1:53.06, y José A. Prieto, 1:53.50. Ese año 1987 finalizó la campaña con un mejor tiempo en su prueba de 1:51.3.

Como júnior se convirtió en internacional y se reafirmó en su condición de líder en 1988 otra vez en los Campeonatos de España en sala celebrados en San Sebastián. Alejandro Miguel ganó una de las tres semifinales de 800 y en la final, el 13 de marzo, se mostró superior a sus rivales venciendo con 1:52.08 a Higinio Arribas, 1:52.14, y Luis Javier González, 1:52.37. Sin embargo, meses después, no fue capaz de completar el doblete conseguido el año anterior. Al aire libre, en Castellón, solo pudo ser tercero, 1:51.85, viéndose superado por Luis J. González, 1:50.02, e Isaac Viciosa, 1:50.52. En 1988 ya mostraba una mejor marca en 800 de 1:49.2.

En las pistas de Balaídos, antes de debutar como internacional júnior en Francia

Hacia finales de los años 80 conoce a Miguel Mostaza y a Constantino Esparcia, quienes entrarían en su vida para apuntalarla, para darle un fructífero giro. Miguel Mostaza se convirtió en el mánager que siempre tuvo Alejandro. “Él gestionó mi fichaje por el mejor club de España de todos los tiempos, el Larios Team de Moratalaz”. Estuvo enrolado en el conjunto amarillo desde 1989 a 1992 y se encontró con otro mundo. “Viví una de las mejores experiencias de mi vida; aquello era otra liga. Por primera vez olvidé la realidad y me creí de verdad que podía hacer algo especial en el atletismo. Nada más lejos de la realidad, pues faltaba mucho trabajo por delante”.

Fue en 1989 cuando apareció ante Alejandro Miguel Constantino Esparcia, un destacado corredor de fondo que acabó siendo, como señala el primero, “un hombre que marcaría sin pensarlo mi futuro”. Ambos estaban realizando una revisión médica en dependencias del Consejo Superior de Deportes (CSD) cuando Esparcia le mencionó que se fuera a vivir para Madrid y por un motivo que le expuso así: “Preséntate a la Policía Nacional que el atletismo no durará para siempre; aquí te van a ayudar, si apruebas la oposición, a que entrenes y te facilitarán la vida para que puedas competir”.

No tuvo respuesta Alejandro en aquel momento para la persona que acabó siendo su “gran amigo” y que era “uno los grandes del atletismo”. Lo justifica en que por entonces “estaba un poco distraído de lo que era la vida”, aunque todo cambió cuando se vio sufriendo una lesión de cierta duración. Fue el instante preciso en que pensó en aquellas palabras dichas por Esparcia, poniéndose en contacto con él para indicarle que sí, que se iba “a presentar a la poli”. Refiere Alejandro la tranquilizadora conversación que mantuvieron al señalarle Esparcia que, si aprobaba, “con tu currículo el CSD te dará a conocer para que la sección de Deportes de la Policía te facilite todo lo que pueda tu carrera deportiva”.

Empezó a preparar la oposición para ser policía en 1990, un hecho que valora como un acierto, aun siendo consciente de que se acortaba su carrera atlética. “Pero visto en perspectiva, acerté en el órdago”. No tiene más que referirse a situaciones de destacados atletas que “lo han pasado muy mal buscándose la vida con 30 o 35 años”, por no haber tenido la suerte “de encontrarse con personas que te bajasen los pies a la tierra”. Y es que, mirándolo bien, él también llegó a disfrutar de un horizonte de grandeza. Refiere que, camino ya de los 18 años, recibía de la Federación Española de Atletismo una beca internacional de 250.000 pesetas cada tres meses, lo que unido a competiciones y premios le situaban, como a otros, en una realidad tal vez distorsionada. Y cuenta Alejandro que cuando recibió su primer pago de la beca lo que hizo fue darle a su madre 50.000 pesetas “para ayudar en casa” (su padre ganaba 60.000 pesetas al mes con su trabajo). Sorprendida su madre, le preguntó de dónde había salido aquel dinero y cuando le indicó que lo había conseguido corriendo recibió un cachete y “me dijo que le dijese la verdad”. El desenlace es fantástico. “Tuve que hacer una llamada de teléfono” a la Federación Española “para que se lo confirmaran, pues no se lo creía”.

En ese año 1990, Alejandro Miguel se iba camino de la cúspide como un cohete, tal es así que. en febrero, en Valencia, en los Campeonatos de España en sala de categoría promesa, ganó el título de los 800 metros con los colores del Larios en 1 minuto 57 segundos 42 centésimas; segundo quedó Higinio Arribas, 1:57.44, y tercero fue Salvador Aguado, 1:57.74. Pero es que tampoco dejó escapar la ocasión de mostrarse como muy poderoso cuando el torneo se llevó a cabo al aire libre el mes de julio en Murcia; una de las dos semifinales ya fue para él como un anticipo de lo que se presagiaba, de manera que ganó la final en 1:51.73 por delante de Jesús Gualix, 1:52.66, y Pedro Luis García, 1:52.70.

El 3 de noviembre de 2001 se retiró de la alta competición. Alejandro Miguel (1) recibió un homenaje en la Milla de Redondela con presencia de destacados atletas

Finalizados los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Alejandro comenzó a entrenarse con Manuel Pascua en Madrid, donde había establecido su residencia, aunque su relación con el técnico procedía de tiempo atrás cuando, en distintos momentos, había estado preparándose en la capital de España y luego siguió haciéndolo al estar destinado en Ávila, Vigo, Barcelona, Sevilla y Maspalomas. El año 1993 le dieron una beca de externo en la Residencia Blume madrileña (su contacto con este centro se había producido en 1988), aunque estaba prácticamente todo el día en ella. “Esta etapa”, dice, “fue la más dura de mi vida a nivel de entrenamiento”.  De Manuel Pascua comenta lo que sigue: “Era un hombre con tal nivel de exigencia que jamás me imaginé que mi cuerpo podía aguantar tanto; días de dos y tres sesiones; el descanso era activo, o lo que era lo mismo, hacer una sola sesión”.

Aquel visible e inevitable sufrimiento cuando se ejercitaba lo llevaba con resignación, sin un mal gesto al saber que jugaba en su beneficio. “Tengo que decir que sacó de mí lo mejor, puesto que nunca fui un atleta de gran clase; tenía cualidades, pero no era un Cacho o Andrés Díaz. Fui hecho a base de trabajo. Recuerdo que cuando llegó Andrés Díaz a nuestro grupo, él era la elegancia personificada; hacía series con él y era como si fueses al lado de una persona que flotaba en la pista, mientras que yo arrancaba el tartán en cada paso”.  Y manifiesta algo más sobre el entrenador que lo encumbró. “Con Manolo las sesiones eran interminables, aunque los últimos tres años eran entrenamientos para dejarlo paulatinamente”, refiriéndose a un período entre 1991 y 2001 que fue cuando lo dirigió. La mayoría de estos años fueron de auténtico sacrificio en la preparación, pero también es consciente de que acabaron siendo los años “que más disfruté del atletismo”.

Habrá que fijar el de 1996 como el año en el que sacó a relucir toda su valía ya que alcanzó una cota antes nunca vista. En Málaga, en junio, logró ser campeón de España absoluto de 800 metros y un mes después, en Alcalá de Henares, conseguiría la mejor marca de su vida en esta distancia, 1:46.90, que lo pusieron a las puertas de los Juegos Olímpicos de Atlanta.

La cita nacional por excelencia en la capital malagueña tuvo lugar los días 28 y 29 del mencionado mes de junio. En Atletismo Español se relata, con respecto a la carrera de 800 metros, que era “una de las pruebas más esperadas de la competición” admitiendo, eso sí, que la sola presencia de Roberto Parra “era sinónimo de emoción y éxito”. Pero sucedió lo inesperado cuando había que afrontar las eliminatorias. Se supo que Parra no correría porque se había lesionado “al bajar de la furgoneta que le transportaba al estadio”. Se había golpeado en “el muslo y gemelo derechos”. Era el único de los participantes que tenía plaza fija para los Juegos de Atlanta, por lo que quedaban a merced de los demás competidores las dos restantes y, en este sentido, quien mejor parecía tenerlo (y también para ganar el título) era Andrés Díaz.

El día 28, Alejandro Miguel participó en la segunda eliminatoria siendo segundo con 1:50.80, tras Andrés Díaz, cuyo crono fue 1:50.58. Y la primera de estas carreras clasificatorias se la adjudicó Tomás de Teresa en 1:50.04.

Si el favorito en la final del día 29 era Andrés Díaz, “la responsabilidad de tirar corrió a cargo de Tomás de Teresa, sabedor de que le quedan pocas oportunidades para ir a Atlanta”.  Pero estando ya la carrera en la última curva, De Teresa “llegó justo de fuerzas”, momento que fue aprovechado por Díaz “para dar el mazazo definitivo y afrontar la recta final con garantía de éxito”. Sin embargo, no todo estaba decidido. Hubo, quizá, sorpresa general cuando “surgió desde atrás la figura de Alejandro Miguel (1:47.20 este año) que aprovechó una cierta relajación del gallego para imponerse en un emocionante sprint donde impuso su potente zancada”.

Aquel ímpetu lleno de fe de Alejandro Miguel le hizo traspasar la línea de meta en 1 minuto 48 segundos 97 centésimas, con sus siete rivales dejándose la piel, pero incapaces de sobrepasarlo. Estos rivales quedaron así: 2º. Andrés Díaz, 1:49.01; 3º. José Arconada, 1:49.35; 4º. Antonio Martín, 1:49.49; 5º. Tomás de Teresa, 1:49.80; 6º. Antonio Franco, 1:50.08; 7º. Israel Rodríguez, 1:51.03; 8º. Sergio Heredia, 1:52.58.

Los participantes en la Milla de Redondela manteando a Alejandro Miguel (Fotos: A.M.)

De ese momento crucial como atleta, Alejandro no echa por tierra la idea generalizada de que tanto Andrés Díaz como Roberto Parra, “por marcas, eran los favoritos”, pero se guarda un as en la manga que ha mostrado años después de aquella victoria. “Nadie se paró a analizar, salvo Manolo, la progresión que venía haciendo desde el mes de mayo”. Se refiere a entrenamientos y sus correspondientes evaluaciones en la Blume. “Esos tiempos hablaban mucho de lo que podía venir”. Y resalta que Manuel Pascua “estaba convencido” de que conseguiría estar en los Juegos de Atlanta. “El maestro siempre me decía ´tu pico está por llegar` y yo confiaba en él”. Y quiere aportar algo más de aquella carrera en Málaga: “La final que gané corría gente a la que no le ganas por suerte como algunos creen”.

Como apunta, en las pistas malagueñas había conseguido “un sueño” pero, ambicioso, “luchaba por otro”. El 7 de julio corrió en Alcalá de Henares en busca de la mínima olímpica y, tal como recuerda, a pesar de afrontar solo los 400 metros últimos, el tiempo se paró en 1 minuto 46 segundos 90 centésimas, que hay que valorar espléndido (mejor marca personal), aunque le faltasen 4 décimas para abrazar el objetivo. “Pascua y yo sabíamos que estábamos para hacerla. Preparamos una última carrera a vida o muerte, pero la suerte me dio la espalda: me lesioné, por lo que se desvaneció mi esperanza”.  De todos modos, 1996 tiene mucho significado para él. “Fue el año que más contratos me salieron” y, aunque no pudo ser olímpico, considera que “el premio” de haber sido campeón de España “me supo a gloria para al menos poder decir que no trabajé por nada. Muchos no lo consiguieron nunca”.

De su presencia en distintos Campeonatos de España absolutos de pista al aire libre conviene fijarse en aquellos en los que también fue finalista en los 800 metros. Así, en 1988, en Vigo, cuando pertenecía al Mercantil de la ciudad viguesa, quedó octavo (1:52.21) en la carrera que ganó Colomán Trabado (1:49.73). Se clasificó séptimo en Jerez en 1990 (1:52.21) y victoria de Luis Javier González (1:47.81), aunque la prueba fue ganada por el chileno Luis Antonio Miguelez (1:47.73). Y en 1997, en Salamanca, obtuvo la sexta posición (1:51.23) en la carrera de la que salió triunfador José Cerezo (1:48.51).

Lo que pudo haber dejado en el camino como atleta cuando decidió integrarse en la Policía Nacional, lo ha ganado con creces en el ámbito profesional. “Me dio la estabilidad económica y emocional que tengo hoy como especialista de armamento”, afirma. Y su currículo atlético lo ha ampliado con dos títulos de campeón de Europa de la Policía (1994 y 1998) y campeón del mundo en el torneo de policías y bomberos (1995), competiciones que, afirma, “tenían un gran nivel”. “Me dieron prestigio dentro de la Policía, facilitándome mucho las cosas”.